Mariano Espinosa Rafful
La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad.
Thomas Mann.
Se nos gastó el mes de mayo, hemos ido hilando historias de todo tipo, sin caer en la crítica absurda sin fundamento, en los diferentes temas que nos implica estudio, análisis, pero sobre todo resultar ser propositivos, sin menoscabo de los sanos equilibrios.
Hemos de llegar este mes de junio, a finales, a un año de distancia de nuestra segunda incursión en las páginas de TRIBUNA de Carmen, en un ejercicio por demás necesario, dentro de la suerte de una baraja de opciones que tenemos para degustar en el día a día, de la noticia, la realidad y no la ficción de algunos enanos de ese circo decante de la política en México y Campeche.
La práctica de la libre expresión sin matices es una parte fundamental en la democracia, que no opera en todos los ámbitos de la vida pública, porque se dan directrices en la simulación, la desesperanza y la corrupción.
Tenemos claro que el curso natural de la historia que transitamos momento a momento sufre transformaciones más de forma que de fondo, en el cumplimiento de órdenes sin discusiones,
sin aclaraciones, sin sustentabilidad en los hechos, ni en el derecho, menos en la norma jurídica donde nos quedan a deber.
Avizoramos conflictos poselectorales después de la jornada del domingo próximo, atrevidos como somos, habrá de todo como en botica de pueblo, obvio sin probeta y sin con rabietas de uno y otro bando, dando cuenta de quienes son obligados a entregar sus candidaturas, sus aspiraciones y hasta su reputación en los partidos políticos satélites de ese poder omnipotente de siempre, con otros colores por ahora.
No hay nada oculto bajo la sábana de seda o el catre individual en la precariedad de millones de personas, que no descansan, los agota el cansancio de las largas jornadas, el pésimo transporte público y las necesidades en el hogar, que hace muchos años dejó de ser dulce.
Hay que ir atando cabos y desatando entuertos, hay que ir en la calamidad de una posible ruina, hasta la inmensidad de ese amanecer que llega sin proponérnoslo en solitario, sin mediar palabra, sin estridencias, en ese silencio abrumador de las madrugadas en solitario, sin respuestas y cada vez con más dudas.
Nuestra educación fue clave en los años donde vaya que aprendíamos a conducirnos en la vida, en las escuelas complementarias, porque desde casa se imponían las bases del respeto al prójimo, al entorno, al medio ambiente y a la familia y los amigos.
Y es el ejercicio de la política doméstica en Campeche, está por demás subrayar que ha rebasado todos los límites de la mediocridad, sin resultados, sin opciones en ese cambio sólo de palabra anunciado en los distractores de la pobreza en campaña, pero en los hechos la cursilería y el desenfado de quien apostó por más de lo mismo desde siempre.
La historia condenará a todos por igual, los escurridizos que prefieren el anonimato, pero que cómodamente viven a expensas de un presupuesto robusto para unos cuantos, pero inferior a las horas dedicadas para la inmensa mayoría, eso es lo de hoy en toda la geografía campechana, promesas ilusiones y desesperanza.
Sucede en el país, en esos pleitos de callejón, de gritos y sombrerazos a las puertas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por las implicaciones del respeto al Estado de Derecho, donde siempre vamos a encontrar un discurso en sentido inverso a lo que ahora nos indigesta políticamente hablando de quienes son el poder supremo.
Podemos equivocarnos el domingo próximo en las tendencias y las similitudes de 2018, equiparables a un 2024 que desde el umbral ya se observa catastrófico con las señales desde el Popocatépetl.
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