Mariano Espinosa Rafful
La civilización es el triunfo de la persuasión sobre la fuerza.
Platón.
Pocas veces reparamos en la denominada vida rutinaria, en los cuestionamientos en solitario y además solidarios con nosotros mismos, ante ese espejo del día a día, en cada amanecer, lo que nos puede brindar satisfacciones, apegados más a las desilusiones, tristezas y desencuentros.
Transitamos como autómatas las más veces, en ocasiones nos quedamos dormidos ante la pantalla que sólo vemos para distraernos de la rutina, el ajetreo de las idas y venidas al trabajo, el cual debemos tener claro que es sinónimo de autoestima, en los resultados que nos brinda retos importantes.
Menos años, menos daños, menos maldad, pero al mismo tiempo en esos enredos del destino, más ansiedades, porque dimensionamos el espectro de la realidad tal cual, con madurez, en sintonía con las multiplicaciones de tropiezos, experiencia le nombran algunos, y todo es tan solo una parte de lo que divisamos.
Las fechas dizque sobresalientes representan valores, estima, comunicación y también un alto en el camino, sin ver más allá del presente, adverso para los soñadores, esos que pretenden alcanzar lo imposible, en lo cursi de un destino que cada cual construye a su manera.
El lunes 19 fue de contrastes en la dinámica del hacer y el querer, sin las alas del viento, ni los reveses del tiempo, aquel que discurre como polvo en la arena o agua en el mar, frases y metáforas que nos dicen más que una buena charla donde dejamos nuestro sello propio, sin quejarnos, sin dejarnos, sin olvidarnos que puede ser el último día respirando.
La educación hoy es mi preocupación, en todos los sentidos posibles, la que le estoy dando y además dejando a mis hijos, en ese desarrollo para su crecimiento intelectual, la lectura, los aprendizajes de ejemplos sin matices, los buenos modales, pero sobre todo el respeto a ellos mismos y al prójimo, el compañero en el transporte público, el vecino, el amigo, la solidaridad como argumento válido.
Lo social en una comunidad reducida en valores para superar las crisis, económicas las más, familiares al interior de casa, por los altos precios de los productos, nos invita a reflexionar cada amanecer, más en la austeridad que en la abundancia, donde el discurso pareciera ser una piedra que se nos estrella en la humanidad.
Aquello que recordamos de nuestra niñez, si fuimos felices o no, si tuvimos oportunidades de recibir lo que deseábamos, no está en el horizonte de valoraciones hoy, son recuerdos de la vagancia, porque las horas alcanzaban para muchas actividades y nos sobraba tiempo, mientras que en retrospectiva era intangible como sigue siendo, en tiempo real, aunque sea criticado por esta expresión, el absurdo es que las tentaciones son demasiadas.
Un calendario al cual observo quitarle una hoja por día, que es tan sólo un número quizá, pero son 24 horas para el bien o el mal, las sumas o las restas, la calamidad o la felicitación, la sonrisa o la expresión de hartazgo, y pocas veces reparamos en preguntarnos si estamos bien con nosotros mismos.
El concepto de felicidad es tan relativo como inexistente, son las acciones y las reacciones de nuestros afectos las que debe representarnos esos cambios naturales e intangibles de estados de ánimo o desánimo.
Ni puritos del idioma español, ni perfeccionismo, tan sólo humanismo en el reflejo de ese retratarnos ante la vida, que nos brinda en cada abrir de ojos muy temprano, casi de madrugada por cierto en los últimos siete años, una oportunidad única de retarnos para ser mejores que el día anterior.
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