José Carreño Carlón
Señuelo preelectoral, distractor de la catástrofe. Con 40 años de retraso llega a México, para la elección de 2024, la “neolengua” descrita por Orwell en la pesadilla totalitaria de su novela 1984. Con la inusitada aceleración del proceso diseñado por el Presidente para vestir de presidenciables —en una pantomima de democracia interna— a seis de sus cercanos, AMLO pretende disfrazar su decisión sobre quién será su sucesor o sucesora.
Pero con ese espectáculo busca, también, distraer a la población de los problemas irresueltos generados, agravados y acumulados en cuatro años y medio de su periodo constitucional. López Obrador alcanza así un punto culminante en la implantación de la mentira como forma central de dominio.
La costumbre de falsificar. Quién sabe cuántos se dejarán engañar ahora con el señuelo de una competencia pareja por la candidatura oficial. O a cuántos logrará distraer —con el cebo de sus “corcholatas” en campaña— de la multiplicación de la violencia y el control criminal del territorio. O de la falta de crecimiento y empleos formales.
O de los prolongados cortes de agua y electricidad este verano ardiente en vastas zonas del país. O del deterioro del sistema de salud. O, entre otras catástrofes, de la tragedia para los niños y adolescentes de varias generaciones, ocasionada por su “nueva escuela mexicana” y sus aberrantes libros demagógicos y antipedagógicos.
Pero de lo que no parece haber duda es del éxito presidencial en el trastocamiento de la República y la erosión de la democracia, fruto podrido de la familiarización, en la conversación pública, de la costumbre de falsificar la realidad.
Los enredos. El presidente López Obrador aparece enredado por sus propias afirmaciones falsas o engañosas, a propósito del montaje impuesto al partido oficial y a los afanosos herederos potenciales de su puesto. En un primer acto, vistió a sus corcholatas de presidenciables y exaltó su método de destape con la mentira de que se trata de poner fin a los “destapes” de otros tiempos.
Pero en el segundo acto las desvistió, advertido de la grave —punible— ilegalidad de haber lanzado a sus fichas a cometer actos anticipados de campaña, con masivas, oscuras —penalizadas— inversiones en propaganda electoral. El proceso —se retractó el Presidente— no es para designar —por encuesta— al candidato presidencial de Morena, como lo ensalzó antes, sino que la actual —bizarra, pero inequívoca— campaña presidencial será ahora para elegir a quien coordinará los comités de defensa de la 4T.
Tercer acto. Y ya en el tercer acto, las corcholatas se revistieron de presidenciables con excesos, desfiguros y promesas de campaña, en pantallas de todo tipo de medios, calles, carreteras, bardas y espectaculares. Y así llegamos a uno de los efectos más graves y trascendentes de la Presidencia de AMLO. O quizás habría que decir, de “la época de AMLO” si, por cualquier fórmula o recurso, llega a prolongar su mando o ejercer su influencia determinante más allá de su sexenio. Se trata de los efectos en la cultura política y en la cultura de la legalidad y de la ética colectiva de esta y las próximas generaciones.
Celebración de la mentira. Padecemos ya la normalización, la validación como verdad —e incluso la celebración— de la mentira y de la burla a la ley como hazañas estratégicas del caudillo. Y no sólo en boca de fanáticos y partidarios, sino también de analistas de algunos medios.
Una conductora de tele trataba el martes de ocultar las batallas de las corcholatas por la candidatura presidencial, haciendo suya la artimaña de AMLO de que compiten por coordinar la defensa de la 4T. Mientras tanto, ensordece el silencio cómplice del nuevo Instituto Nacional Electoral ante la transgresión oficial. Profético, el presidente López Portillo alertó de nuestro derrotero a un país de cínicos.
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