Rosario Robles
La decisión de la Suprema Corte de darle el jaque mate a la segunda parte del plan B es motivo de celebración pues detiene todo intento regresivo, y pone en claro que hay un dique que no va a permitir violaciones a la Constitución y que ejerce plenamente su papel de contrapeso. Que el desaseo, las violaciones al procedimiento legislativo, ya no tienen cabida en el México del siglo 21. La misma ministra en retiro Olga Sánchez Cordero lo reconoció plenamente y llamó a un ejercicio de autocrítica en lugar de culpar a nuestro máximo tribunal.
Sin embargo y lamentablemente no basta con eso porque todos los días somos testigos de la ilegal precampaña presidencial de Morena. No se les pudo detener cuando, desde sus puestos y con recursos públicos, realizaban campañas con espectaculares por todo el país, con bardas, y con visitas a los Estados que se convertían en auténticos actos proselitistas.
Pero ahora, en este proceso de absoluta simulación que practican, los órganos electorales no han tenido la capacidad de frenar esta situación que viola el principio de equidad. Es más, dado lo que ya ha sucedido, la elección que tendrá que realizarse el dos de junio ya no cumplirá con esta elemental regla. Ya no habrá piso parejo porque desde hoy este precepto se ha violado con flagrancia absoluta, incluso desde la Presidencia de la República.
Pero mientras todo esto sucede, hay un México profundo, un México real que debería dolernos. Ese México invisible que todos los días nos da de bofetadas a ver si así despertamos y ponemos en el centro lo verdaderamente importante: a la gente, a sus causas. El abandono del Gobierno de sus tareas y la frivolidad con la que se conducen las corcholatas lastima frente a la protesta que médicos, residentes, enfermeras, realizaron en la Ciudad de México porque no tienen insumos, medicinas, condiciones mínimas para trabajar.
Sí, las y los que salvaron a miles de morir por la pandemia y que son olvidados en lugar de ser apoyados con toda la fuerza. La ilegal actividad proselitista se erige sobre la desgracia de madres que pierden a sus hijos e hijas (me dolió el corazón cuando en la ficha de la alerta Amber de un niño de cuatro años apareció la leyenda “encontrado sin vida”), de mujeres que son asesinadas por buscarlos, o de las que le tienen que rogar a sus victimarios que les permitan una tregua para encontrarlos y poder tener un lugar donde llorarlos.
Duele que los productores de maíz, trigo, sorgo, tengan que tirar su grano porque el precio no alcanza a retribuir los costos, porque el Gobierno desapareció los fondos compensatorios y los seguros para hacer frente a estas eventualidades. Duele lo paradójico que resulta que estos granos se desperdicien mientras que la desnutrición aumentó un 22% con relación al mismo periodo del año anterior. Duele que más de la mitad de nuestros niños no tengan completo su esquema de vacunación y que la mayoría no tenga acceso a un eficiente sistema de salud, o que tenga que pagar por ella. Lo más triste es que a ciertos políticos esto no les importa porque es preferible el circo. Si no les duele México, no tienen derecho a gobernarlo.
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