Catón
Don Eglogio, granjero acomodado, tenía un toro semental que alquilaba para hacer maquilas a las vacas de los vecinos. (El toro no sabía qué era eso de “maquilas”; él hacía otra cosa). Cierto día llegó un individuo, y fue recibido por la pequeña hija de don Eglogio, pues éste había salido al pueblo. “—¿Está tu papá?” —pregunta el hombre. “—No se encuentra —responde la chiquilla—. Pero si viene por el toro, el alquiler es de mil pesos”. “—No vengo por el toro —declara con enojo el visitante—. Vengo porque tu hermano embarazó a mi hija”. Dice la niña: “—Entonces tendrá que esperar a mi papá. No sé cuánto cobra por el alquiler de mi hermano”… Don Crésido, añoso carcamal, y rico, abandonó a su esposa para irse a vivir con una chica más joven y guapa. No pudo con el compromiso el valetudinario: a las pocas semanas sucumbió víctima de las ingentes demandas de la jovenzuela. Quiero decir que se murió. Tuvo noticia del deceso la exesposa, y llamó al domicilio del finado. “—¿Está don Crésido?” —pregunta. “—Falleció ayer” —le informa la muchacha. Media hora después llama de nuevo la mujer. “—¿Está don Crésido?”. “—Falleció ayer”. Por tercera vez llama tras de pasar un rato. “—¿Está don Crésido?”. “—¡Ya le dije que falleció ayer! —responde airada la chica, que reconoció la voz—. ¿Por qué me lo pregunta tantas veces?”. Replica la señora con tono en el que se traslucía una gran sonrisa: “—¡Es que me encanta oír la noticia!”… Hace algunos años, un ingenioso amigo mío viajó a Cuba. A su regreso le preguntó alguien: “—¿Hay mucha basura en La Habana?”. “—Mira —le respondió mi amigo con tristeza—. Si no tienen qué comer, menos tienen qué tirar”. Desde ese punto de vista, entonces los mexicanos tenemos mucho qué comer. Hemos cubierto de basura nuestro país; hemos llenado de desperdicios lo mismo sus ciudades que sus parajes campestres, sus caminos, sus ríos, la arena de sus playas, y sus mares. Un preocupado señor me escribe desde Guaymas para decirme de los desechos que arrojan en el mar las plantas procesadoras de pescado. Voy por los hermosísimos parajes que llevan de la laguna de Sánchez a Cola de Caballo, en Nuevo León, y no puedo encontrar sitio en donde los paseantes no hayan dejado, en toda clase de basura, la huella de su presencia ahí. Eso es como ensuciar el rostro de Dios, si me es permitida tal hipérbole. ¿Por qué no hacemos un esfuerzo, todos, y procuramos cuidar nuestras bellezas, y evitamos dejar basura a nuestro paso? Tenemos un hermoso país. No lo manchemos… Llegaron los recién casados de su luna de miel, y los papás de la muchacha los invitaron a comer. “—Jamás olvidaré —comenta el señor evocadoramente—, la cara de felicidad de Rosilí cuando se puso el vestido de novia”. “—¡Uh! —dice el recién casado—. ¡Hubiera visto mi cara cuando se lo quitó!”… La nieta le pregunta a su abuelita: “—Abue: cuando tuviste a tus bebés ¿mi abuelo se turnaba contigo para darles el alimento por la noche?”. “—Jamás” —responde la señora—. Siempre tuve que hacerlo yo sola”. “—Aún no se conocía la liberación femenina” —declara la nieta. “—No —contesta la abuela—. Aún no se conocían los biberones”… Nalguiria Mastosia, artista del cine pornográfico, se negó a filmar la película que le ofrecían. “—¿Por qué? —le pregunta el productor—. ¿No te gusta tu parte?”. “—Sí me gusta —responde Nalguiria—. Lo que no me gusta es la parte del actor”… El abuelo ya estaba casi sordo. La mamá de uno de sus nietos le grita al oído: “—¡El niño va a cumplir 10 años, papá! ¡Le vamos a hacer una piñata!”. “—¡Ah no! —protesta el ancianito—. ¡Ya está grande; que se la haga él solo!”… (No le entendí)… FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
¿Qué súbito regalo ha sido éste? Son las horas del alba, y voy en mi automóvil por la carretera con rumbo al aeropuerto de Monterrey. Se extienden todavía frente a mí las penumbras de la noche.
De pronto, al dar la vuelta en una curva, asoma el sol por encima de la montaña, y con su luz se llena el valle. Aquí viene el regalo: la tierra está cubierta de arbustos coronados con una flor color de malva, o lila, o rosa. Todo el mundo, hace un minuto perdido en la tiniebla, se ha vuelto luminoso y colorido para mí.
Yo voy de prisa, porque el avión no espera. Pero me detengo y bajo del coche unos instantes a contemplar aquella maravilla. La tengo ahora en el recuerdo como una visión perfecta de belleza. Irá conmigo siempre aquel instante fugitivo en que el paisaje se puso un sombrero de sol, y en la solapa una flor color de malva, para que yo lo viera.
¡Hasta mañana!…
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