Carlos M. Urzúa (*)
En 1959 se creó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, siendo Jaime Torres Bodet secretario de Educación Pública y Adolfo López Mateos presidente de la República. Torres Bodet no sabía si, debido a su costo, los libros de texto gratuitos deberían ser distribuidos tan solo en las escuelas primarias de educación pública o también en las privadas. López Mateos, quizás porque había cursado la primaria en un colegio Marista, instruyó que a todos. Y así fue.
Pero ese proyecto no era inédito, tenía una larga data. De acuerdo con la historiadora Bertha Hernández, ya en 1833 el entonces vicepresidente Valentín Gómez Farías había expedido una ley que señalaba, en particular, que se proporcionaría gratuitamente a los niños unos “libros elementales de enseñanza”. Aunque, por todo lo que sucedió tiempo después, ese proyecto nunca pudo iniciarse.
Muchos años pasaron entonces, hasta que en 1921 fue creada la Secretaría de Educación Pública y José Vasconcelos, ni más ni menos, se hizo cargo de ella. Un millón de ejemplares fue el tiraje del llamado Libro Nacional de Lectura y Escritura que se distribuyó entonces. Además se publicaron las Lecturas Clásicas para Niños, famosas por sus ilustraciones.
Diez años después se distribuyeron gratuitamente libros de lecturas para los primeros dos años de primaria, así como el Fermín, un libro para primero de primaria ilustrado por Diego Rivera y que, con un tiraje de 400 mil ejemplares, se hizo llegar a todas las escuelas rurales.
Las publicaciones de otros libros de texto gratuitos siguieron apareciendo de vez en vez, pero no fue hasta principios de la década de los sesenta del siglo pasado cuando, como se mencionó antes, se comenzaron a distribuir de manera regular los libros de texto gratuitos para la educación primaria.
Las autoridades educativas de otras naciones, tanto subdesarrolladas como desarrolladas, se sorprendieron con esa ambiciosa política educativa seguida por México y varios organismos internacionales la alabaron. Pero los años pasan y así como nuestro país acabó siendo rebasado por otros países en términos políticos y económicos, también lo fue respecto a la calidad de su sistema educativo.
Hoy en día la publicación en México de los libros de texto gratuitos está a cargo de Marx Arriaga Navarro, cuyos mayores méritos son, al parecer, el tener un doctorado en Filología Hispánica y derecho de picaporte en Palacio Nacional. Bajo su batuta aparecieron recientemente los nuevos libros de texto gratuitos, frutos (es un decir) de la “Nueva Escuela Mexicana”.
Supuestamente diseñados para ayudar de manera efectiva en el aprendizaje de los niños, esos libros, de acuerdo con los verdaderos expertos en educación, adolecen de muchísimos errores conceptuales. Y hasta infantiles; por ejemplo, en un libro se afirma que Benito Juárez nació un 18 de marzo (quizás porque el redactor tenía en mente la expropiación petrolera). Además, los conceptos elementales de matemáticas, que los niños deberían entender y practicar de acuerdo con su edad, brillan por su ausencia.
La que sí aparece por allí es una ininteligible autocita de Marx Arriaga. La reforma educativa, asevera, permitirá “no sólo aprender a vivir en democracia, sino una demodiversidad responsable con un buen vivir”.
Y concluye que hay que “concretar una transformación educativa que logre romper con las lógicas monoculturales educativas nacionales”.
(*) Investigador emérito del SIN.
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