Catón
Con cinco palabras puede una mujer abatir en la cama la pasión de un hombre y anular su autoestima. Esas palabras son: “¿De veras ya estás ahí?”. Contrariamente, para enfriar a una mujer en el momento del amor, y hacerla sentir mal, un hombre necesita sólo tres palabras: “Has engordado, ¿no?”. Hay amantes que se unen en silencio, concentrados en el goce del acto. Otros, en cambio, gustan de hablar durante la relación. Es frecuente, señalan los sexólogos, la práctica de la coprolalia, consistente en derivar placer del hecho de proferir o escuchar palabras de las llamadas “malas” en la intimidad. En fin, hay infinita variedad de casos. Algunas mujeres zurean suavemente, como tortolitas, al consumar la unión, y no faltan hombres que al terminarla gritan igual que Tarzan, con lo cual a veces despiertan a su compañera. Unos necesitan música para agarrar el ritmo. (Les dice la dama: “Quita La plus que lente, de Debussy, y pon la Marcha de Zacatecas, de don Genaro Codina”). Otros cantan cuando joden, con lo cual se compensa el número de los que joden cuando cantan. Señoras existen de profunda religiosidad que a la hora del placer claman una y otra vez: “¡Dios mío! ¡Dios mío!”. Todo esto viene a cuento a propósito de la chica que le dijo a su mamá: “Voy a casarme, mami, y necesito que me digas.”. “Sí, hija, entiendo —la interrumpió la señora—. Mira: la noche de bodas te bañas, te perfumas, te pones un negligé blanco.”. “No, mamá —la interrumpió a su vez la muchacha—. Todo eso ya lo sé. Lo que necesito que me digas es cómo se hace la sopa de arroz”. Otra madre instruyó a su hija: “A los hombres les gusta que la mujer se queje cuando le hacen el amor”. Esa noche, en brazos de su marido, la joven comenzó: “Qué calor ha hecho. Sigue la falta de medicamentos. Hoy hubo otro apagón. Qué cara está la gasolina”. Entre todas esas malas nuevas, debo decirle a la quejosa, hay una buena: la tasa de inflación descendió ya. Luego de mucho tiempo en que toda suerte de calamidades se ha abatido sobre nosotros, al fin logré encontrar algo positivo para comentar; una rarísima de cal por las mil y mil de arena que sufrimos a causa de un gobierno —llamémoslo así— que pone la lealtad al caudillo por encima de la eficiencia en la administración. La baja en el índice inflacionario beneficia a los mexicanos, especialmente a los más pobres; aumenta, siquiera sea levemente y por corto tiempo, su poder adquisitivo y mejora la situación de los hogares. Pero no digo más, porque todo esto tiene que ver con cuestiones económicas, y yo no acabo de entender cabalmente la economía. Me sucede lo mismo que a los economistas. Un tipo le comentó a otro: “Mañana es mi aniversario de bodas y no tengo dinero para comprarle un buen regalo a mi mujer”. Le dijo el otro: “Se me ocurre algo. Escríbele en una tarjetita: ‘Vale por dos horas de gran sexo en la forma que quieras’. Eso la sorprenderá y la divertirá al mismo tiempo. Ten la seguridad de que un regalo tan original le gustará”. Al hombre le pareció bien la sugerencia de su amigo; le dijo que la pondría en práctica. Un día después del aniversario el consejero le preguntó al marido cómo le había ido con lo de la tarjetita. Respondió el interrogado, mohíno: “Mi esposa la leyó, me dio las gracias muy contenta y salió de la casa diciéndome: ‘Nos vemos dentro de dos horas”. En el consultorio del dentista la mujer empezó a desvestirse. Le indicó el odontólogo: “Sufre usted una confusión, señora. El consultorio del ginecólogo está en el tercer piso”. “Ninguna confusión —replicó ella—. Usted le puso la dentadura a mi marido; usted tiene que sacarla”. (No le entendí). FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
La margarita le dijo a la rosa:
—Serás muy bella, te cantarán todos los poetas, pero no hay un coctel que lleve tu nombre.
Hacía mucho tiempo que no probaba yo un coctel margarita tan sabroso como el que disfruté en casa de un amigo mío que sabe mucho de comeres, de beberes y de mujeres. Sabidurías son Esas que enriquecen esta vida mientras llega la otra. Recordé que, según se cuenta, el coctel margarita se inventó en el bar de un hotel de Tijuana como homenaje a la belleza de una muchacha que ahí bailaba música latina. Se llamaba Margarita Cansino. Después sería famosa en todo el mundo con el nombre de Rita Hayworth. Su mejor película, inmortal, es “Gilda”, en la cual luce su poderosa voluptuosidad. Jamás pudo ella separarse de su personaje. Solía decir: “Todos los hombres se acuestan con Gilda y se levantan conmigo”. Estuvo casada con otro grande del cine, Orson Welles, pero se divorció de él. Explicó: “Podía aguantar su genio, pero no su genialidad”.
La próxima vez que beba un coctel margarita evocaré tanto a Rita Hayworth como a Gilda. Entre las dos harán que la margarita me sepa más sabrosa.
¡Hasta mañana!…
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