Mariano Espinosa Rafful
“La exigencia de ser amado es la más grande de las arrogancias”.
Friedrich Nietzsche.
Efectivamente cada mañana es un día nuevo, distinto a todos los demás que han transcurrido en el calendario de la vida, rutinaria o no, quizá no nos da lo mismo, pero muchas veces es imperceptible que podamos lograr hacerlo diferente, por el entorno al cual nos aferramos, nos rodeamos o pretendemos convencernos que somos felices.
Cuando la palabra felicidad es un estado de ánimo, transformado en desánimo cuando no estamos inmersos en lo que apasiona nuestro andar por esos avatares de un destino que construimos minuto a minuto, momento a momento.
Solíamos escuchar frases en casa, que se han venido repitiendo a través de los años, y son contundentes, porque sí queremos equivocarnos más de una vez, somos seres humanos, nunca en la perfección, siempre en el sentido aspiracionistas de la palabra, lo que nos implica retos, desencuentros, desencantos, y la palabra que aborrecemos y que en ocasiones nos incomoda: fracaso.
No lo aceptamos como tal, y descubrimos que no son sólo enseñanzas necesarias, abrimos más el horizonte de alternativas, en esas ansiedades de no lograr metas que cambien el entorno, disminuidos en los potenciales de acuerdo al otoño que transitamos, donde la política nos desbarata el rompecabezas casi por concluir.
En las ocupaciones de la rutina, en esa curva de aprendizaje, está la experiencia de los otros, el carácter de los otros, la guía de otros tantos, pero además las directrices y las normas, acercándonos a una bondad descifrable tal vez, pero con algunos asegunes.
Solicitudes en la suspensión de las desigualdades, como un salto al vacío de ejemplo, sin saber hacia dónde direccionar energías, porque las carreras son una pequeña parte del embrujo seductor de lo posible.
Hoy tenemos prohibido soñar y vaya que soñamos en los días recientes, algarabía y tristeza se juntan al amanecer, cuando intentamos hilar los sueños inacabados, latente el padecimiento de las pocas horas con los ojos intentando conciliar descansos un poco más prolongados.
Cada quien es corresponsable de sus catos, donde las omisiones son notables, pero más aún el descaro de la simulación, la imposición y la calamidad de no coincidir entre lo que se piensa, se dice y se realiza de manera casi mecánica, por el script preparado para endulzar la amargura de los recientes años, sin solemnidad, casi impositivos, violentando las leyes que han hecho de este país una democracia plural.
Nos hemos dejado de respetar, está casi prohibido también pensar diferente, todos por una misma senda llegan a un mismo lugar, sorprendidos por la mentira, en el desencanto de la esperanza contenida, aniquilada la meta inalcanzable al final del camino.
No son ni los colores ni las formas, disentir es expresarnos en libertad, pero el asombro es inaudito, la violencia se ha apoderado de nuestra juventud, de los espacios públicos, de los comercios, sin inventar la imaginaria página en blanco del día siguiente, todo está fríamente calculado por quienes se asumen como líderes, y nos llevan al filo de una navaja que nos corta de tajo las oportunidades, en la calamidad del maiceo a la pobreza extrema, ni siquiera para bien morir.
La poesía es lo más hermoso que cumple estándares, recibe premios, pero debemos apegarnos a la otra, a esa prosa que denuncia, acusa, señala, incide y determina un rumbo nuevo, donde cada poder debe estar en la autonomía de sus ámbitos de competencia.
Tenemos una molesta mezcla de inconformidades siempre, somos eso todos en algún momento de la existencia, sin darnos cuenta paseamos la tristeza, la llevamos de un lado a otro buscando culpables, no aceptando que de manera individual es complicado cambiar el rostro de la mentira y convertirla en verdad.
Tan sólo transitamos como sonámbulos en sueños rotos, por un despertador con ruidos disminuidos, en la solicitud de abrir puertas, sin el desencanto de no constatar una mirada de agradecimiento que gruñe.
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