Paola Zavala Saeb
No hay palabras que alcancen para narrar el presente. Entonces, repetimos las mismas desde hace 15 años: horror, barbarie, desaparecidos, cuerpos, muertos, miedo, dolor, impunidad, guerra y, de tanto oírlas, nos hacemos sordos.
Hay notas a diario narrando una masacre, un nuevo escándalo que se olvida con el del día siguiente, otra protesta frente a alguna oficina de Gobierno que nadie atiende, gritos de víctimas que, frente a la desesperanza, encuentran poca solidaridad social. ¿En verdad nos hemos acostumbrado a la violencia? ¿Nos hemos deshumanizado?, o ¿Estamos sobreviviendo?
Prefiero pensar que muchas personas han decidido ignorar estas palabras–realidad porque asimilarlas cotidianamente hace imposible la risa, el disfrute, el confiar en los demás… Vivir.
Y para vivir, para poder tener esperanza en el futuro, nos es necesario exigir paz, no sólo justicia.
La paz es un proceso político con impactos sociales masivos. La justicia, en cambio, son procesos jurídicos con impactos particulares que son insuficientes para alcanzar la paz.
Sin embargo, las constantes promesas de la clase política están orientadas a la justicia penal mientras se acumulan pilares de expedientes en fiscalías y tribunales incapaces de procesar lo que estamos viviendo: un conflicto armado que ha rebasado desde hace muchos años al sistema de justicia.
Nadie de quienes aspiran a gobernarnos han querido asumir esta realidad evidente. No han hecho ni una propuesta de alto al fuego con todas las negociaciones que esto implicaría para debilitar el narcotráfico, incluida la regularización de las drogas, políticas de desarme masivo y procesos de justicia transicional que permitan superar el conflicto.
Las nuevas generaciones ni siquiera recuerdan un México sin decapitados y Ejército en las calles. Ello fija en la memoria colectiva la idea de la impotencia frente a la violencia, con gobiernos que han usado la política más como una herramienta de destrucción del otro que de generación de acuerdos.
No hay sensibilidad política para plantear nuevas propuestas. Nadie nos habla, por ejemplo, de una estrategia nacional de paz en la que la Federación y los Estados implementen acciones orientadas a gestionar los impactos del narcotráfico y el trauma social que han dejado décadas de confrontación, sobre todo en los territorios que estuvieron o están expuestos a la violencia a gran escala.
Tienen tanta miopía que no se han dado cuenta de lo urgente que es atender a las infancias y juventudes que han estado expuestas al conflicto armado. Particularmente niños, niñas y adolescentes que forman parte de grupos delictivos y que son víctimas de reclutamiento forzado o quienes han quedado huérfanos y tienen como herencia la violencia.
Para superar el conflicto necesitamos rebelarnos a la impotencia frente a la violencia. Necesitamos de nuevas exigencias políticas y de otras palabras que nos permitan narrarnos de manera distinta. Debemos también superar socialmente la visión de “si quieres paz, prepárate para la guerra”. Esa ha sido la perspectiva que ha orientado el actuar de los gobiernos y partidos políticos que se han concentrado en la prohibición y en fortalecer a las Fuerzas Armadas.
La realidad nos debe hacer cambiar el paradigma: si queremos paz, debemos prepararnos para la paz.
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