José Carreño Carlón
Que paguen los niños. No. No habrá fincamiento de responsabilidades para quienes incurrieron en violaciones graves a la Constitución y a la ley, desacataron órdenes judiciales y desviaron miles de millones de pesos en la elaboración, impresión y distribución —todo, en la ilegalidad— de más de cien millones de volúmenes inservibles como libros de texto —o, peor: contraformativos— entregados esta semana en las escuelas primarias.
Todo se encamina en cambio a hacer pagar por todo ello a 25 millones de niños y adolescentes mexicanos. Los menores, entre ellos, quedarán privados de por vida de una enseñanza de las matemáticas imprescindible en los primeros grados. Y todos llevarán, también de por vida, una carga de problemas para abrirse paso en la vida tras ‘aprender’ que los ‘saberes comunitarios’ (incluyendo magia y supersticiones) son equiparables al conocimiento científico.
Adicionalmente, como lo advirtió aquí el reconocido presidente de Métrica Educativa, Eduardo Backhoff, la cantidad de errores en la descripción de conceptos elementales y en esquemas e ilustraciones, impresos en el papel, quedarán impresos también en las mentes de los escolares.
Doblemente falso. Indefendibles los libros, irrefutable el inventario de disparates que los define, el argumento final en favor de su distribución parte del falso, criminal dilema entre dotar a los niños y a sus maestros con libros malos o dejarlos sin libros. Es un dilema falso, hemos repetido aquí, porque desde mayo la juez federal Yadira Medina Alcántara planteó la solución: reimprimir los verdaderos libros de texto del año anterior, respaldados en programas, a su vez elaborados conforme a la Constitución y la ley, es decir, en consulta con los gobiernos estatales y otros actores involucrados en la educación.
Y es un dilema falso, también, porque no parece haber tal dilema entre dos expresiones de la misma ausencia de libros de texto: su ausencia física o su suplantación por publicaciones que no son libros de texto. Son cascadas de datos inconexos, no secuenciales, tomados de aquí y allá, algunos adulterados, sin más función que servir de marco para implantar en las mentes infantiles obsesiones, odios y rencores tomados de cualquier conferencia mañanera. Y al mismo tiempo es un dilema criminal el que se abre entre el daño punible de no cumplir la obligación del Estado de entregar los libros en tiempo y forma, y los estragos de entregar productos elaborados en la ilegalidad, en buena parte chatarra propagandística y antipedagógica para la ingesta o la indigestión infantil.
Que pague México. Ante tal impunidad a la vista, todo se encamina, sí, a que los niños paguen por el desastre. No tendrán, en efecto, la oportunidad de desarrollar habilidades tempranas en matemáticas ni en lectoescritura, que son esenciales, de acuerdo con el propio Backhoff, para el desarrollo cognitivo de los infantes y para su buen desempeño escolar en el futuro, incluyendo el universitario, así como para la ulterior construcción de opciones laborales.
Y que paguen México y los mexicanos, parecería disponer también el régimen con su desdén al desarrollo de las ciencias desde la niñez hasta la educación superior y la investigación. Será muy alta la factura que habrá de pagar el país, condenado así a una inserción subordinada y marginal, maquiladora, en la economía global: sin capacidad de realizar innovaciones tecnológicas ni desarrollos científicos propios, sostiene también el especialista.
A partir de la idealización de los supuestamente inmaculados ‘saberes comunitarios’, enfrentados supuestamente a una ciencia occidental al servicio del capitalismo y de los intereses de las clases opresoras, la llamada ‘Nueva Escuela Mexicana’ parece dirigida a dejar al país inerme en la arena de la competencia internacional.
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