Mario Melgar Adalid
Las contendientes de las elecciones presidenciales serán Claudia y Xóchitl. No es momento de vaticinios, pero si se votara hoy, Morena ganaría la Presidencia y los gobiernos estatales en disputa, aunque no sé si ganarían la mayoría en el Congreso, al menos no la mayoría necesaria (2/3) para poder, ahora sí, desmantelar las instituciones creadas por el sistema político en los últimos cuarenta años. El triunfo de Gálvez, con el que sueña la oposición, todavía no parece viable.
Eso sí, el gran mérito de Xóchitl Gálvez y su inesperada aparición en la arena electoral es haber refrescado el denso ambiente que ha generado el Presidente. Xóchitl podría no ganar, pero ha cohesionado a la sociedad civil, le ha echado un salvavidas a la oposición integrada por tres partidos políticos, mejor dicho, dos partidos (PRI y PAN) y un fantasma (PRD).
Los tres partidos políticos, o lo que queda de ellos, son poco apreciados pero indispensables. ¿Qué sería de México sólo con Morena? Los partidos son los recipientes de una porción de la soberanía de cada ciudadano que la ceden con la ilusión de vivir mejor.
Los partidos políticos son la mejor invención que se existe para saber cuáles son los derechos ciudadanos y cuáles los límites y responsabilidades de lo que gobiernan. Los partidos políticos están para institucionalizar sus propuestas si es que ganan y se convierten en gobierno. Si pierden deben volverse la reflexión crítica de la sociedad de las decisiones institucionales que no comparten.
Podemos criticar a los partidos, renegar de sus rapacerías, alarmarnos de sus tonterías, podemos considerarlos instrumentos de la corrupción, podemos ignorarlos, pero sin partidos la sociedad no la hace. Si no hubiera partidos en la vida política habría que inventarlos.
México está notablemente dividido. Probablemente sea la polarización más notable desde que estalló la Revolución. Esta división estará presente en 2024, particularmente cuando se enfrenten las dos mujeres candidatas a la Presidencia. El buen augurio es que el país tendrá por primera vez una mujer con facultades y deberes presidenciales. La división es de un doble bloque: entre quienes saben qué hacer, pero no sienten y entre quienes no saben qué hacer pero sienten.
Unos pertenecen al segmento que tuvo la oportunidad histórica de mejorar realmente los desajustes del sistema económico y social, la enorme desigualdad social y pobreza ancestral del país. Otros, los que no saben cómo gobernar, pero sienten, viven la hora de su esperada revancha social. Unos piensan como conservar lo alcanzado, otros saben que la única salida es acabar con el sistema que los marginó. Ninguno tiene toda la razón. Por ello lo verdaderamente importante para México es buscar la unidad de la República.
Entre las grandes incógnitas nacionales, además de quién resultará la vencedora, cómo quedará la composición del Congreso y qué derrotero tendrán los partidos, está el papel que tendrá AMLO como expresidente. Existe la certeza de que la 4T sin su cabeza no subsistirá. Todo indica que seguirá el caudillaje impuesto, aun cuando ya no atormenten con las mañaneras.
Si de soñar se trata, López Obrador podría convertirse en una especia de Jimmy Carter mexicano, pésimo presidente, magnífico expresidente. Esta sería la mejor contribución que puede darle al país que dice tanto querer y cuyas instituciones más sólidas ha tratado de derrumbar. El único legado de AMLO a la historia patria es el odio de millones, ganado a pulso.
México requiere una nueva vía que no es la que intentó la 4T —un absoluto fracaso. Claudia o Xóchitl la que gane, tendrá la oportunidad de transitarla.
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