Arnoldo Kraus Weisman
Una de las mayores mentiras creada y sostenida por nuestra especie es la del vínculo entre salud y derechos humanos (DH). La falacia tienes tres rostros: la minoría goza de salud, los DH son privilegio de las clases adineradas y el binomio salud y DH es papel desechable. Mucho se escribe, poco se hace.
Las declaraciones mundiales sobre DH y salud fueron creadas para asumir las obligaciones de las naciones de proteger a sus ciudadanos; de no ser así los dueños/dirigentes no podrían cobrar… Dos ejemplos:
Declaración Mundial de la Salud: “Nosotros, los Estados Miembros de la Organización Mundial de la Salud, reafirmamos nuestra adhesión al principio enunciado en su Constitución de que el goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano…”.
Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…”.
Ambas declaraciones forman parte de una serie de documentos a favor de la condición humana. Existe una marcada interdependencia entre DH y salud. Tres ideas. Primera: Al violarse los derechos humanos las posibilidades de tener acceso a salud digna disminuyen. Segunda: Cuando se carece de salud la vulnerabilidad aumenta y la posibilidad de acceder a una vida digna disminuye, lo que da pie a mayores violaciones de los DH. Tercera: La ética es pilar fundamental tanto para la promoción de la dignidad y respeto de las personas como para el cuidado de la salud. En la violación sistemática de principios éticos subyace el origen de los problemas.
Algunos datos duros. Se calcula que la población actual es de siete mil 900 millones de personas, de las cuales carecen de agua potable 900 millones; viven con menos de un dólar al día un millón 100 mil personas; alrededor de 24 mil personas mueren cada día de hambre o de causas relacionadas con el hambre; se calcula que hay 110 millones de refugiados en el mundo; entre mil 600 y mil 800 millones de personas carecen de hogar; perviven en inseguridad alimentaria 258 millones de personas; etcétera, i.e, políticos.
Los datos anteriores retratan parcialmente el panorama mundial de la humanidad. Prostitución infantil, deserción escolar en la niñez por la necesidad familiar de conseguir dinero, tráfico de órganos, niños transformados en soldados, apátridas, y, entre otros, migrantes sin papeles, conforman grupos poblacionales vulnerables cuyos DH son violados sistemáticamente. La discriminación por motivos étnicos, religiosos o raciales también es (sin) razón de fragilidad e inseguridad. No se requieren estudios sociales para demostrar cómo la calidad de vida y la longevidad se alteran en esos grupos.
En la actualidad, cuando el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), la ONU e incontables siglas “poderosas” fracasan es prudente y arropador recurrir a la literatura. En Esperando a Godot, de Samuel Beckett, Vladimir y Estragón, dos vagabundos, aguardan a Godot en vano para mantener una supuesta cita. En la obra nunca se sabe quién es Godot ni cuál era al asunto en cuestión. Godot nunca llegó.
La ONU, el BM, el FMI y anexas deberían reinventarse. Cifras y realidad lo exigen. Los políticos son los responsables de las violaciones de los DH y de no ofrecer salud. En la obra de Beckett, los vagabundos sospechan que Godot no acudirá, pero otro personaje les comenta, “mañana seguro vendrá”. En México cincuenta millones de personas carecen de servicios médicos. ¿Qué hacer? Godot no acudirá.
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