Rosendo Balán Caamal
Los instantes previos a la corrida de toros se viven en el patio de cuadrillas con gran intensidad, en la que cada torero afronta la espera según su estilo; los hay que apuran un cigarrillo, los que torean al aire estirando los brazos, los que se conjuran con el arte con mirada ausente, los que piensan en la trascendencia el momento, los que buscan el efecto narcótico de una conversación relajada, y todos pasan miedo.
El miedo es palpable y contagioso, hay quien dice que es al público exigente, otros a la responsabilidad, algunos a decepcionar las expectativas, otros a no entrar en sintonía con su creatividad; más lo que de verdad produce pavor son los pitones diamantinos del astado.
Todos tienen una cierta obsesión con el tiempo y preguntan a los fotógrafos cuanto falta para la hora de inicio, pues antes habrán de tocarse con sus monteras rizosas, liarse sus capotes de rica seda polícroma en esmerado ritual, y formar la comitiva presta para pisar el albero virgen, pero la angustia se desvanece en el momento en el que la autoridad se acomoda puntualmente en el palco, muestra en la balconada su pañuelo blanco y ordena que empiece el rito, y es cuando los alguacilillos montados a caballo despejan simbólicamente el ruedo, reciben las llaves de los toriles del juez de plaza, y se acercan a la comitiva de lidiadores para invitarles a que aparezcan en el interior del ruedo que los recibe con una fuerte ovación.
Se inicia el desfile mágico al que llamamos paseíllo, hombres impolutos, ceñidos con riqueza de luces y colores, calzado leve y brillante, dan comienzo a la ofrenda, pero en realidad es como si dieran comienzo de nuevo a la vida, que es lo que se juega en cada segundo y en cada embroque, cada corrida es una vida renovada, de semblante incierto, que nadie sabe si acabará en triunfo o en tragedia.
El paseíllo muestra un orden jerárquico muy acusado, en la primera fila marchan los matadores, habitualmente tres, ordenados según su antigüedad; el más veterano a la izquierda, el novato en el centro, y el intermedio a la derecha.
Las tres filas siguientes son para los banderilleros; la primera para la cuadrilla del matador más antiguo, y así hasta la tercera, que será ocupada por los auxiliadores del menos experimentado, también los banderilleros tienen una jerarquía plasmada en el desfile, pues irá a la izquierda el primero, a la derecha el segundo y en el centro el tercero. Las filas quinta, sexta y séptima están reservadas para los picadores.
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