Jorge Zepeda Patterson
Omar García Harfuch tendrá el apoyo adicional de muchos votantes que comienzan a cansarse de que todos los puestos se entreguen a mujeres. Si va a haber una presidenta en Palacio Nacional, tener un hombre en la capital sería percibido como una especie de balance. Palabras más palabras menos se lo escuché en una charla de sobremesa no a un macho ofendido, sino a una perspicaz intelectual y activista insigne en México en materia de temas de género. Ella no hablaba de sus gustos personales o de lo que desearía, obviamente, sino de las percepciones del México en el que vivimos y sus secuelas políticas.
El tema es relevante en más de un sentido: ¿está por surgir una contra tendencia a la refrescante ola que llevó a incorporar a las mujeres en tareas de responsabilidad pública de manera tan contundente? Gobernadoras en ascenso, gabinete paritario, titulares en buena parte de las instituciones claves de la vida pública (Suprema Corte, INE, INAI, Tribunal Federal Electoral, Banco de México, INEGI, etc.), presidentas en las dos cámaras y a partir del próximo año el cetro máximo, la presidencia del país.
Todo esto no se dio como resultado de una graciosa concesión de la clase política, sino como efecto de la presión de una atmósfera favorable a ese cambio. No es casual que los candidatos de las dos principales fuerzas políticas del país sean mujeres y que esas candidaturas hayan sido producto de encuestas de popularidad. Claudia Sheinbaum superó a cinco varones finalistas (Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Fernández Moroña, Ricardo Monreal y Manuel Velasco) y encabezó los sondeos durante el año y medio previo.
Algo similar sucede en el caso de Xóchitl Gálvez, quien dejó atrás a aspirantes como Santiago Creel, Enrique de la Madrid, Miguel Ángel Mancera o Silvano Aureoles, entre otros. Es significativo que las dos finalistas hayan sido la propia Xóchitl y Beatriz Paredes, ninguna de las cuales al inicio era particularmente cercana a la dirigencia de sus respectivos partidos, PAN y PRI. Y habría que recordar que antes de que surgiera el golpe mediático “Xóchitl”, las listas de popularidad en intención de voto colocaban a Lilly Téllez a la cabeza. Al margen de ideologías de izquierda, centro o derecha, está claro que los ciudadanos favorecen una nueva alternancia en el poder y esta vez es de género.
Y sin embargo, el comentario a propósito de García Harfuch asume que este impulso pendular que está poblando de mujeres a los puestos decisivos, tarde o temprano podría provocar una reacción también pendular. Vale la pena explorarlo. La popularidad del exjefe de la policía de la ciudad se origina en buena medida en la percepción de efectividad y profesionalismo tras un desempeño de cuatro años. No es de extrañar que los ciudadanos se inclinen por una figura que, presumiblemente, garantizaría mayores niveles de seguridad. Se dirá, con cierta lógica, que su éxito no deriva del hecho de ser hombre, sino de su prestigio en un terreno que tanto preocupa a los votantes. Si sólo fuera por su género, Hugo López-Gatell, el exzar del combate contra la Covid-19 y también aspirante a gobernar la ciudad, sería más popular en las encuestas, pero se encuentra en tercer sitio, detrás de Harfuch y de Clara Brugada.
Pero el contra argumento va más allá de eso, pues sugiere que la imagen de éxito de Harfuch deriva en parte de la sensación de seguridad que puede ofrecer una figura masculina en un campo (la inseguridad) que entraña violencia y enfrenta fuerzas salvajes encabezadas por hombres. ¿Será? Y sin embargo, no sería descabellado pensar que una “dama de hierro” podría despertar confianza incluso en este terreno. Margaret Thatcher condujo la guerra de las Malvinas, infame como fue, con una severidad aplaudida en su país que envidiarían sus colegas y Elba Esther Gordillo era temida en el SNTE por razones ganadas a pulso y muchas de ellas autoritarias y verticales. Aunque también podría decirse que ambas lo consiguieron gracias a su conversión en machos Alfa de la política.
El tema es complejo y seguramente necesitaremos indagar la razón del voto una vez que concluyan los procesos. De entrada son hipótesis de trabajo pertinentes: ¿Cuánto del voto en favor de Harfuch será una búsqueda consciente o inconsciente de equilibrios de parte de un electorado que desearía una mujer en la presidencia pero no simultáneamente en la capital? Si el candidato de Movimiento Ciudadano es un hombre, como se prevé, ¿Cuántos votos obtendrá de parte de ciudadanos que decidirán por el simple argumento de no votar por una mujer?
¿Y los de arriba?
Está claro que contra tendencia o no, el grueso de los ciudadanos desea una mujer en Palacio. El género no será tema en la elección, pues se decidirá entre Claudia y Xóchitl. Pero habría que preguntarse si lo será una vez que la ganadora quiera gobernar. Los poderes fácticos no son precisamente un dechado en materia de equidad de género. Líderes sindicales caracterizados por sus prácticas misóginas, cuadros castrenses acostumbrados a estructuras, hábitos y costumbres intensamente “masculinizados”, barones de la prensa y de los medios, dirigentes de partido todos ellos hombres, un sector privado en cuyas cúpulas no abundan las mujeres y hasta capos de cárteles y bandas dentro de las cuales las “reinas del sur” son excepción o anécdota.
En suma, en materia de paridad de género, la vida política ha avanzado mucho más rápido que el resto de la sociedad, y muy poco o nada entre las élites. ¿Qué impacto puede tener el hecho de que la mayor parte de los miembros de las cúpulas sean hombres y estén acostumbrados a tratar entre ellos?
¿Se disciplinará un general a su comandante supremo, la presidenta, pero la juzgará a sus espaldas? ¿El Mencho del CJNG o el Mayo Zambada de Sinaloa juzgarán, con lógica de macho Alfa, que ha llegado el momento de incursionar en nuevas áreas ahora que en Palacio Nacional no hay otro macho Alfa? ¿Los capitanes del dinero como Slim, Salinas Pliego o Germán Larrea tendrán la tentación de ningunear a la presidenta en funciones?
Los poderes fácticos invariablemente juegan vencidas con el poder Ejecutivo y para tal efecto apelan a todas las cartas que creen operan a su favor. Y sin duda intentarán convertir el tema de género en factor de debilidad presidencial, a través de campañas soterradas y otras vías. Cualquier equívoco o desliz será atribuido a su condición femenina; a pesar de que los errores de Salinas o Fox nunca se remitían al hecho de ser hombres.
Francamente, no preocupa en el caso de Claudia Sheinbaum, de carácter firme y con la experiencia de cinco años en la segunda posición más desafiante en materia de administración pública en el país. Liderazgo y autoridad no serán un problema. En el caso de Xóchitl todo está por saberse. Pero en un sentido u otro, mejor estar conscientes y preparados porque este será un tema a trabajar a partir del 1 de octubre del próximo año.
@jorgezepedap
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