Arturo Sarukhán (*)
Es alarmante lo que hemos atestiguado estas semanas. Han sido días —de un sexenio de zozobra en el cual López Obrador le ha dado la espalda al mundo, ninguneado a las relaciones internacionales y de paso pintado el dedo tanto al sistema internacional basado en reglas— caracterizados por un rosario de errores, dislates, incongruencias y una política exterior a la deriva, con la secuela concomitante de una credibilidad mundial por los suelos.
Primero, el Presidente no asistió, de nueva cuenta, a una cumbre más de un mecanismo clave al cual pertenece México —el G20— y a su quinta Asamblea General de la ONU al hilo. En el G20 se está dirimiendo el tablero y el futuro de las instituciones de gobernanza global. Y tanto en esta cumbre como en NU, lo que en ocasiones importa más que nada son los encuentros bilaterales que se efectúan en paralelo entre mandatarios y en los cuales la ausencia del Jefe de Estado mexicano implica que nuestro país pierde interlocución y relevancia.
Cuando adicionalmente, como sucedió durante la semana cuando EU anunció ahí la creación de otro foro relevante en materia de ciencia, tecnológica, cambio climático y cooperación transcontinental en el Atlántico sur y norte (es decir, con naciones americanas, africanas y europeas) y México fue uno de los pocos países americanos que ni siquiera forma parte de él (falta ver si no fuimos requeridos o, peor aún, nos opusimos a participar), los autogoles a nuestra agenda de política exterior, a nuestra posición y peso y a nuestros intereses en el exterior se van acumulando.
Y en la última semana parece haberse cerrado un círculo en la actual visión internacional de nuestro país con el retorno de México al G-77 que agrupa a economías en desarrollo, un foro que abandonamos por irrelevante en 1994 cuando ingresamos a la OCDE, y con una foto entre la canciller mexicana y su homólogo ruso cuyo lenguaje corporal dice mucho acerca de la total ausencia de tono diplomático en este Gobierno.
Pero para rematar la semana, tenemos las cerezas en el pastel de estos diez días, dado que no está del todo claro que la verdadera razón de la vuelta en U de López Obrador al afirmar que no asistirá a la próxima Cumbre APEC en noviembre tuviese que ver con la participación peruana, y si en realidad no es más que una cortina de humo para encubrir el hecho de que la diplomacia estadunidense podría haber transmitido que no había condiciones para una bilateral que se celebraría entre López Obrador y Biden al margen de la cumbre en el contexto de la vergonzosa e injustificable decisión de extender la invitación a un contingente ruso para que participara en el desfile del Día de Independencia.
No cabe duda que el desfile fue un arropamiento de regímenes autoritarios con los contingentes que en él desfilaron. Pero el tema ruso se cuece aparte: es una provocación y bravata internacional dirigida contra nuestro principal socio comercial y vecino y contra las naciones que al amparo del artículo 51 de la Carta de la ONU, que consagra el derecho a la autodefensa y la defensa colectiva en casos de agresión internacional, han apoyado a Ucrania a confrontar la agresión rusa.
Y para más señas, Putin tiene una orden de arresto girada en su contra por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y lesa humanidad cometidos por tropas rusas en suelo ucraniano. Es un hecho incontestable que este último cúmulo de errores y ocurrencias son como un torpedo por debajo de la línea de flotación de la reputación y credibilidad de México en las principales capitales del mundo.
Lo que estos diez días aciagos de diplomacia mexicana —o la ausencia de ella— han evidenciado es a un mandatario y a su Gobierno sin brújula moral y sin norte geopolítico.
(*) Consultor internacional; diplomático de carrera durante 23 años y embajador de México.
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