Salvador Camarena
Tormentas del VI año
La nave sexenal es sacudida por un oleaje en varios frentes. El Gobierno y su capitán hacen esfuerzos por minimizar los vaivenes que presagian tormentas. No hay un nubarrón único o definido. Ha llegado el tiempo para Andrés Manuel López Obrador de sortear la temporada de los huracanes que sembró.
El buque tiene alguna descaparelada por aquí, varios rasguños por allá, pero el poder de AMLO luce intacto. Ahora, llegar con bien al puerto para ceder el timón de una nave que no zozobre en su siguiente travesía depende de la habilidad del tabasqueño para sortear las corrientes del cierre sexenal.
El último año es el yunque donde chocan las expectativas con las frustraciones, los apetitos malsanos y las ambiciones legítimas, la oportunidad de los ladrones y el titubeo de los honestos, las facturas por deudas que se adquirieron, los costos de los males no atendidos, las traiciones de los amigos, la hora de las venganzas… la realidad sin maquillaje de un nuevo fin de esa esperanza cíclica llamada presidente.
En un año no habrá mañanera para decir que Chiapas está en paz, que la extorsión en México va en retirada, que si los trenes dejan de caminar para no explotar con migrantes en la espalda es politiquería, que la inseguridad va a la baja, que la prensa es un chacal hambreado.
Mientras México arriba a ese momento, del cual no hay destino manifiesto —igual se llega con bien, igual las cosas se salen de madre—, olas de distintos orígenes golpean el bote presidencial cada vez con más fuerza, y ahí están así la orquesta insista en fingir normalidad en medio del vaivén nada rítmico.
El año de la sucesión es también, no hay redundancia en ello, el del cierre. El sistema no está diseñado para la institucionalidad. Gane Morena o el Frente será un parto, más sencillo o más dramático pero el nacimiento de algo nuevo, de ahí la prisa de AMLO por acabar lo “suyo”.
La agenda presidencial tiene fija la fecha de su gran acto de despedida. Ansía detonar el sistema de justicia que heredó firmando en su último mes al frente del Ejecutivo el acta de defunción del actual sistema de justicia, Corte incluida. Postreraria de este abrasador concierto.
Esa es su divisa, pero distintos problemas atentarán contra el ímpetu presidencial que busca, en triple play inaudito, arrasar en las elecciones, refinar en Dos Bocas, vender boletos de trenes en la Península yucateca y de aviones en el AIFA, y conjurar toda cosa parecida a una crisis sexenal.
Es eso último lo que está fuera de su control. Trenes, aeropuertos y refinería saldrán a flote, al menos en el arranque, porque el empeño presidencial, que incluye un derroche faraónico, ha sido inédito. Todo fuera como eso. Las obras serán declaradas compromiso cumplido y más de uno lo creerá.
Resultará más difícil, en cambio, decir que la paz y el progreso han vuelto a la patria luego de este golpe de timón, que la gente vive en armonía y que el futuro tiene nuevo horizonte —más despejado, menos santiguado—, que los compromisos se cumplieron, que AMLO ha parido una nueva era mexicana.
Porque, como en el ayer, Chiapas cruje por el yugo de caciques que se disputan sus riquezas, que oprimen más al históricamente sojuzgado: ahí la ley de la selva es de nuevo de un salvajismo tan lacerante que la gente prefiere emigrar o morir en el intento de la defensa de su territorio.
Llega el corte de caja sexenal y en la lista de pendientes aparecerá, como no podía ser de otra forma para un gobierno que se dice de izquierda y antisalinista, qué de distinto hizo López Obrador para los chiapanecos, para el pueblo que en otro sexto año desmontó de cuajo la ilusión primermundista.
Y Chiapas es apenas el inicio de los problemas de la República desde el sur, esa agenda regional que esta Administración quiso privilegiar. Esta semana Tabasco vio las llamas de los narcobloqueos, esas fumarolas ocasionales que recuerdan a todos quién detenta el real control del territorio nacional.
Sin humo porque hay violencias de pactos que ya ni conflagración provocan, Guerrero es la tierra de los fiscales asesinados y de la autoridad doblemente simulada: quien fue electa no gobierna, y su papá tampoco. Son los criminales los que ponen y quitan, con videos o balazos, a los gobernantes.
La inseguridad y la violencia laceran todo el país, del Bajío a Tamaulipas, de Uruapan a Tijuana, donde la alcaldesa —para tranquilidad de ella y de nadie más— buscó refugio en un cuartel: ¿hay símbolo más claro de esta derrota? Tan Morena perdió la batalla que ni sus cuadros pueden vivir en casa.
Pero en Palacio tienen otros datos. Con su dominio de estadísticas y retórica, claman que los números les dan la razón, que la percepción también. Tanto que la semana pasada se ordenó a las y los gobernadores remar en contra de la corriente de las desapariciones. No importan las madres, sino el censo.
Porque el cierre sexenal quiere distinguirse del pasado. Y quien desapareció del discurso a las madres buscadoras, a quienes siempre despreció, ahora las devaluará: madre, no tenemos noticia de tu hijo, pero celebra con nosotros que ya desaparecemos menos que Calderón. ¿Una selfie del logro, mamita?
Que todo mundo se haga un chaleco salvavidas. Porque cada relámpago de violencia que caiga, así chamusque a cinco jóvenes en Lagos de Morena o a una docena de descuartizados en Poza Rica, será clasificado con un “es verdad pero se exagera”. El sexenio eleva a calidad metodológica sus evasivas ocurrencias.
Será un cierre sexenal de verdad única. El pregón de la mañana, canon incuestionable así la lluvia de problemas arrecie. Las amenazas a los grandes medios tienen por propósito amedrentar para que en la junta editorial el medroso productor pida bajarle a la realidad y subirle a la propaganda.
Los medios hablarán de las campañas, más de las oficiales, más del Presidente contra la oposición, para ayudar al jefe del Estado a que sea difícil ver que los maestros han comenzado sus movilizaciones, antiguos aliados que lanzan retos y buscan cobros antes de que se vaya su otrora aliado.
Temporada de bloqueos de grupos que pretenden renegociar compromisos. Que no los den por sentados en la nueva elección, que no crean que sin ellos pueden tener un fin de sexenio en paz. El Gobierno será exigido y la ciudadanía pagará la factura. Y ésta implica mucho más que caos vehicular.
Y además de las presiones externas el Gobierno será confrontado por factores internos. Por los errores cometidos en la operación gubernamental, por las ambiciones de quienes se creen con derechos a la hora de la herencia del poder.
Famosas causas judiciales serán por estos meses un recuento de frustraciones para las víctimas. Ayotzinapa no tendrá ni verdad ni justicia a pesar de la utilización electoral que se hizo de esa tragedia. Ni vivos ni muertos los regresaron. El fracaso del Gobierno es señalado por los padres.
AMLO se justifica con un puñado de encarcelados; pero así el Presidente exhiba la figura de Murillo Karam tras las rejas, presos como él, sujetos a desarticulados procesos, no aplacan el dolor ni confortan a las familias de los 43 de Iguala. En la inminente marcha se gritará: “¡Compromiso incumplido!”.
Y como Ayotzinapa está Odebrecht, con Lozoya viendo caer las acusaciones en su contra, con Monclova padeciendo estragos de un mal acuerdo en Altos Hornos porque el expediente fue hecho a modo del lucimiento presidencial, no de la justicia a un país agraviado por la corrupción.
Encima, una fatalidad impactará a la ya de por sí tortuosa Fiscalía General de la República. La noche del viernes murió el número dos del titular de esa dependencia, y como la vida institucional no existe en los tiempos de López Obrador, sin esa pieza el castillo de querellas tan sólidas como naipes caerá.
Retado por la violencia tolerada, por migración fuera de control, evidenciado por derrotas en casos judiciales emblemáticos —la venganza contra el fiscal del Morelos muestra tanto impudicia como incapacidad—, por un Estados Unidos en elecciones, AMLO cosechará mediocres frutos: menos pobres, mas con peor acceso a salud.
Inopinadamente, sus amigos de ayer creen que este es el mejor momento para hacerse los independientes, los dignos, los ofendidos. El Presidente capotea la falta de resultados de su disfuncional gabinete al mismo tiempo que trata de que la sucesión en su partido no enferme de éxito. Las ambiciones personales cercan a la ganadora del proceso: pasan las semanas y varios de los derrotados ni se resignan ni dejan de hacer olas. A buena hora.
Comienza el sexto año, ese largamente esperado por los agraviados. Quienes se vieron lastimados —con exilio, chantaje millonario o cárcel— no van a tratar como simple oponente al causante de su daño. El viento soplará fuerte, el capitán será exigido. A saber qué depara el destino. (El País).
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