Catón
El matrimonio de doña Frigidia y don Frustracio se iba a pique. Acudieron a la consulta de un terapeuta, y el marido se quejó con él: “Mi esposa me da sexo dos días en el año: en mi cumpleaños y en la Navidad. Yo le pido que lo hagamos también en nuestro aniversario de bodas”. “¿Lo ve, doctor? —clamó doña Frigidia—. ¡Me casé con un maniático sexual!”… Primero AMLO se apropió del Paseo de la Reforma y lo mantuvo cerrado durante varios meses, como si fuera suyo, con pérdidas económicas por miles de millones de pesos y daños graves para muchos. Después su corcholata favorita, movida quizá por el más cercano círculo de la familia real, que se inspira en una narrativa histórica simplista y maniquea, afeó esa hermosa avenida en un esfuerzo vano por tapar los ahuehuetes que ahí no han prosperado, y echando a la basura un bello monumento, el de Colón. Me viene a la memoria en este punto el matador de toros español llamado el Espartero. Hombre del pueblo, decidor galano, a él se atribuye la famosa frase “Más cornadas da el hambre”, que dijo cuando siendo maletilla alguien le advirtió sobre el peligro de los cuernos de los toros. Esa expresión le sirvió de título para una de sus obras a Luis Spota, excelente novelista postergado en su tiempo por la mafia de escritores y editores que dominaron la vida cultural de la Ciudad de México en los mediados del pasado siglo. Ahora a esos mafiosos, algunos de ellos convertidos en vacas sagradas, muchos los citan pero nadie los lee, en tanto que a Spota muchos lo leen aunque nadie lo cite. Pero vuelvo al Espartero. Anunció su deseo de venir a torear en México. Sus familiares se alarmaron; le dijeron que el viaje por mar era en extremo riesgoso: el barco podría naufragar, y él se ahogaría. Preguntó el Espartero, desafiante: “¿Se ajogó Culón?”. No: Colón no sólo no se ahogó, sino que halló —así haya sido sin saberlo— nuevas tierras que abrieron el ancho mar a “La conquista de las rutas oceánicas”, nombre de uno de los más bellos libros de Carlos Pereyra, ilustre historiador saltillense también condenado por la historiografía oficial a un injusto olvido. La estolidez de quienes aplican criterios de hoy a sucesos acontecidos hace siglos ha hecho del gran navegante un villano, igual que de Cortés. Nacionalismos chabacanos y anacrónicos contribuyen a crear una historia falsa que miente sobre algunos hechos y oculta otros en forma mendaz y tendenciosa. Yo no soy historiador —me falta solemnidad para serlo—, pero procuro interpretar con sentido común los hechos del pasado, y no sólo atiendo la versión de los vencedores, sino la más rica aún, y más verdadera, de los vencidos. De ese modo trato de ver a la luz de la verdad las pugnas entre indigenistas e hispanistas, liberales y conservadores, revolucionarios y reaccionarios. Cumplo así la sentencia romana: Suum cuique tribuere, dar a cada quien lo suyo. Eso se ve en mi serie de libros “La otra Historia de México”, que dediqué a mis nietos “Para que aprendan a amar a México en la verdad”. La historia de nuestro país, como la de todos, tiene sus luces y sus sombras, y no necesita de reflectores alquilados para iluminar a algunos personajes ni de mezquinos odios de facción para oscurecer a otros. Hoy, 12 de octubre, fecha que en un tiempo se llamó “Día de la Raza”, en otro “Día de la Hispanidad” y luego “Día de las Américas”, rindo homenaje al audaz y visionario navegante que con tres carabelas y una idea que parecía locura cambió la faz del mundo, reconózcanlo o no quienes son al mismo tiempo enemigos de España y enemigos de la verdad. Y ya no digo más, porque cada vez que trato este tema me encabrono de a madre. FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
El rey Cleto hizo construir una alta muralla sin puertas en torno de su palacio. Lo convirtió así en un castillo al que nadie podía entrar. No tomó en cuenta que nadie tampoco podía salir.
Sus enemigos no necesitaron sitiarlo. Él mismo se sitió. A poco faltaron los alimentos. Desaparecieron las vacas, los cerdos, las gallinas, y aun los caballos. La gente empezó a comer las hojas de los árboles y las raíces de las plantas.
El pueblo se rebeló -el hambre es el más eficaz incitador de rebeliones- y todos juntos echaron abajo la muralla que el rey Cleto había hecho construir. Ahora asumen los riesgos de la libertad, que siempre son menores que los riesgos de la falta de libertad.
Al paso de los años el rey envejeció. También los reyes -y las reinas- envejecen. Antes de morir pidió que en torno de su tumba se construyera una elevada muralla. Temía que sus vasallos, que lo detestaban, fueran a escupir y mear su lápida.
Nadie se acerca, pues, a la tumba del rey Cleto. El antes poderoso monarca se encuentra hoy en el más completo olvido.
La otra noche su fantasma quiso salir a ver el mundo, pero la muralla se lo impidió. Sitiado en vida, el rey Cleto está sitiado también ahora en muerte.
¡Hasta mañana!…
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