Catón
El arte de cortar el pelo —tonsorial art, decían con elegancia los peluqueros americanos del pasado siglo— es muy difícil arte. No se domina sino después de un largo y azaroso aprendizaje. Aquel señor fue con su peluquero de confianza, don Tricótomo, pues traía el cabello ya muy largo. “Perdóneme —se disculpó el barbero—. Tengo varios clientes antes que usted. Pero aquí está mi hijo, que ha empezado a trabajar conmigo. Él puede atenderlo”. No muy convencido se sentó el señor en el sillón del mozalbete. Lo hizo porque su esposa le había dicho: “Ya pareces pandillero”, y temía su regaño si otra vez volvía greñudo a casa. A las primeras de cambio el muchacho le clavó una punta de la tijera en el cogote. El señor exclamó: “¡Ay!”. El maestro peluquero se volvió airado haca su hijo, tomó la tabla que se ponía como asiento para los niños y fue a golpear con ella al novel fígaro. El chico se escondió tras el sillón y los tablazos cayeron sobre la cabeza del señor, que ni siquiera se pudo proteger de los golpes, pues la sábana que lo cubría le estorbaba todo movimiento defensivo. “Perdone usted —se apenó el peluquero—. Este muchacho tonto me encorajinó”. Siguió el tal muchacho cortándole el pelo al lacerado cliente, y a poco le dio un tijeretazo en la nuca: “¡Ay!” —volvió a proferir, dolido, el pobre hombre. Otra vez el de la peluquería tomó el tablón y fue a golpear con él a su hijo. Éste eludió con habilidad los golpes, que de nueva cuenta cayeron en la cabeza del indefenso cliente, el cual quedó lleno de cardenales y sangrante. “Discúlpeme, señor —repitió el maestro peluquero—. Me ciega la torpeza de este zonzo”. El tal zonzo reanudó la tarea, con tan mala fortuna que ahora le cortó con la tijera una oreja al infeliz señor. Cayó la oreja al suelo, y el señor le dijo muy apurado al muchacho: “¡Rápido! ¡Tápala con el pie, porque si la ve tu padre me matará a tablazos!”… Otro cuento en cierto modo parecido viene a cuento. Un tipo le dijo a su mujer: “Ahorita vengo. Voy a la peluquería”. Salió el sujeto, y ya no regresó. Pasó la tarde, transcurrió la noche, y ni traza del marido. Lo esperó la señora todo el día siguiente. En vano fue la espera. Lo buscó luego en hospitales, tabernas y comisarías. Inútil igualmente fue la búsqueda. Entonces la atribulada esposa acudió a la policía y denunció la desaparición de su consorte. Lo buscaron los jenízaros en las 345 fosas clandestinas que había cerca, y tampoco lo encontraron. Así, todos lo dieron por perdido. Pasaron cinco años, y un buen día el tipo se apareció en su casa muy campante, quitado de la pena. “¡Chencho! —clamó su esposa (el hombre se llamaba Ausencio)—. ¿Qué te sucedió? ¡Cinco años estuviste ausente! ¿Dónde andabas?”. Respondió el sujeto al tiempo que juntaba por la punta los dedos de la mano en el ademán que sirve para indicar abundancia: “La peluquería estaba así”. En casos como éste es aplicable el dicho según el cual más vale tarde que nunca. El INE prohibió a Claudia Sheinbaum que siga haciendo reuniones multitudinarias. En forma por completo ilegal la señora andaba ya en plena campaña por la Presidencia, y disfrazaba sus acciones con artimañas, simulaciones y añagazas muy al estilo del máximo titiritero, experto en chicanas de todo orden —y desorden— para evadir el cumplimiento de la ley. Lento fue aquí el proceder del organismo electoral, hasta el punto en que por su tolerancia dio la impresión de que estaba en connivencia con la 4T, pero debemos esperar que su prohibición sea efectiva. Digamos aquí también lo ya antes dicho: más vale tarde que nunca. FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
SONETO CON PRESAGIO
La flor sobre el armario tus perfumes aspira.
El cristal de tu carne retrata los espejos.
Y tú me miras, miras, y me miras, me miras,
y yo te beso, beso, y te beso, te beso.
Espejo y flor se vuelve tu integridad rendida.
En resplandor y aromas se diluye tu cuerpo.
Y no sé si es de vidrios la luz de tus pupilas
y si lo que acaricio es la carne o el pétalo.
Por fin tus muslos se hacen lápida de agonías.
Tu delirio de lirio se agota. Sobre el pecho
se me queda tu larga cabellera dormida.
Entonces pienso la hora en que, muerta la vida,
no quedará en la alcoba, de todo lo que hoy veo,
más que un azogue roto y una flor derruida.
AFA. 1965.
¡Hasta mañana!…
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