Catón
Tratando de ahorrar agua
Me apena empezar hoy esta columna con la historia de una meada. Algo como eso no parece el mejor tema para tratarlo en las páginas de un periódico tan prestigioso como éste, pero el relato me servirá de prolegómeno para narrar una historieta quizás irreverente, y ésta a su vez dará motivo a una reflexión. Vayamos primero a la historia de la meada. El tío Baticolas era el borracho más conspicuo y popular del Ojo de Agua, a su vez el más antiguo y tradicional barrio de mi ciudad, Saltillo. Una noche iba el tío haciendo eses, cae que no cae, en busca de su casa, la cual tenía el maligno hábito de escondérsele cada vez que se embriagaba, por lo que tardaba siempre en encontrarla. Acertó a pasar por la plazuela del vecindario, y ahí sintió la urgencia de dar trámite a una necesidad menor. Se arrimó a una pared y procedió a pagar ese tributo debido a la naturaleza. Mas vino a suceder que el ruido de su chorro se le confundió con el que hacía el de la fuente que en la plaza estaba, de modo que cuando su descarga líquida acabó él pensó que no había terminado. Buen rato estuvo oyendo el chorro de la fuente, pensando que era el propio. Como aquello no cesaba, y el chorro seguía, y seguía, y seguía, el tío Baticolas, después de larga espera sin que aquello acabara, exclamó con humilde y sumisa devoción: “Dios mío: si en tu infinita sabiduría está que de mí salga el segundo diluvio universal, cúmplase tu divinísima voluntad”. El dios que describe la Biblia en el primer libro del Antiguo Testamento era una deidad cruel que imponía a los hombres castigos espantosos: los maldecía; lanzaba fuego sobre sus ciudades; les confundía las lenguas; les pedía que mataran a sus hijos. Los exégetas, teólogos y expertos bíblicos comprenderán las iras de ese riguroso dios, y las explicarán. Yo no las entiendo. A lo más pienso que era así porque no tuvo madre. El dios del Nuevo Testamento, en cambio, sí la tuvo, por eso fue todo amor, todo perdón, todo misericordia. Desgraciadamente muchos predicadores le dan la espalda al buen Jesús y vuelven al terrible dios del Génesis, severo juez que espera en el otro mundo al hombre para enrostrarle sus pecados. Hablan entonces del infierno, condenación eterna, y ponen en los humanos el miedo a la muerte, siendo que ésta es parte de la vida, y quizá comienzo de otra o reposo sin final. Pero advierto con azoro que estoy pisando terrenos que me son ajenos. El diablo metido a predicador. Iba a contar una imaginada historia según la cual Noé, patriarca de todos mis respetos, sorprendió a su mujer en trato ilícito con un sujeto al que metió de contrabando en el arca. A modo de justificación le dijo la señora: “Tú también trajiste dos ejemplares de cada especie”. Fortuna grande para el polizón fue que Noé no había inventado aún el vino, pues con un par de cráteras encima lo habría arrojado por la borda. En aquella ocasión llovió 40 días y 40 noches, y la tierra quedó cubierta por las aguas. Los paleontólogos parecen dar la razón al relato bíblico, abstracción hecha de lo de Noé y el arca, y confirman la existencia de un inmenso mar que alguna vez abarcó toda la superficie del planeta. Pero eso sucedió hace mucho tiempo, y ahora el mundo, con esto del cambio climático, padece más sequías que inundaciones. Eso me lleva a reflexionar en la necesidad de ahorrar el agua, de hacer buen uso de ella… Doña Macalota halló bajo la ducha a su esposo don Chinguetas con la joven y linda mucama de la casa. Al ver aquello prorrumpió en denuestos. Dijo el casquivano señor: “No te entiendo, Macalota. Nosotros aquí tratando de ahorrar agua, y tú te enojas”. FIN.
¿La ruta en Medio Oriente?
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Historias de la creación del mundo
El Señor se acordó del hombre que había creado y volvió los ojos hacia él.
Miró sus guerras.
Sus crímenes.
Sus odios.
Sus mezquindades.
Sus rencores.
Sus envidias.
Sus perversidades.
Y escribió entonces:
“Fe de erratas. Donde puse: ‘Hombre’ debí haber puesto: ‘Nada’”.
¡Hasta mañana!…
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Que vieja tan terca