Catón
Terminó el erótico trance en el cuarto número 210 del Motel Kamawa. Jactancio, presuntuoso galán, le dijo a su pareja: “Si de esto te resulta algo le pones como yo”. Replicó ella: “Y si de esto te resulta algo a ti le pones penicilina”… Dulcibella dio a luz un precioso bebé. Sus amigas le preguntaron: “¿Cómo se llamará el niño?”. Respondió ella: “Luis Antonio Mario Bernardino Rodolfo Ernesto Javier Francisco Juan”. Todas se asombraron. “¿Por qué tantos nombres?”. Explicó Dulcibella: “Cualquiera de ellos puede ser el padre”. (Fernando VII, el peor rey que España ha tenido en su historia, fue bautizado como Fernando María Francisco Domingo Vicente Antonio José Joaquín Pascual Diego Juan Nepomuceno Genaro Rafael Miguel Gabriel Calixto Cayetano Fausto Luis Ramón Gregorio Jerónimo Lorenzo. Seguramente el cura que lo bautizó pidió más agua… Anotación al margen. Don Miguel Hidalgo y Costilla ¿padre de la Independencia? Habrá que verlo. Su grito de batalla era: “Viva Fernando Séptimo y muera el mal gobierno”. Cosas de la historia nada histórica que se nos ha enseñado)…La recién casada y su marido fueron de compras a San Antonio, Texas. A su regreso la muchacha le comentó a su abuela. “Vengo bien gastada del otro lado”. La señora le indicó en voz baja: “No lo platiques. Esas intimidades no son para contarse”…Don Vetulio, señor de muchos calendarios -frisaba en la setentena-, viudo, contrajo matrimonio con Pompilia, mujer en flor de edad y de abundosas prendas físicas. La noche de las bodas ella sacó de su maleta varias cosas que enumeraré por orden de salida. 1-. Una pantaletita crotchless. 2-. Un brassiére de media copa. 3-. Un vaporoso negligé de encaje transparente. 4-. Un plumero. Don Vetulio se sorprendió al ver este último objeto. Le preguntó, intrigado, a su desposada: “¿Para qué es ese plumero?”. Respondió Pompilia: “Pienso que tienes algo que habrá que desempolvar”…Yo digo que ya no hay costumbres. Antes las teníamos en abundancia. Los vecinos se conocían entre sí; las señoras se enviaban unas a otras bocaditos de lo que ese día cocinaban; eran frecuentes las tertulias con juegos de prendas, alguna señorita que cantaba como los propios ángeles y algún señor que declamaba como sólo él sabía hacerlo. La gente nacía y moría en su casa. En mi ciudad había serenatas en la Plaza de Armas. La banda de música, que siempre tuvo directores de nombres sonorosos: don Zeferino Domínguez, don Maclovio Pinto Jiménez, don Pompeyo Sandoval, tocaba aquellos valses -”Ojos de juventud”; “Club Verde”; “Recuerdo”; “Olímpica”; “Alejandra”- que hacían decir con un suspiro a las personas grandes: “¡Hasta parece que me estoy casando!”. Una noche la banda interpretó el danzón “Nereidas”, y hubo protestas de las damas, pues consideraron impropia dicha pieza. Un momentito, por favor. La memoria me está pidiendo ahora que recuerde un recuerdo memorable. Nació mi hermano menor. (“Mi hermanito” es frase que en Campeche he oído para aludir al hermano de menos edad. “Le presento a mi hermanito, licenciado”. El presentador tiene 85 años de edad, y el hermanito 80). Nació mi hermano menor, digo, y mi madre me envió a informar del nacimiento a los vecinos y vecinas de toda la cuadra. El aviso se daba con una fórmula ritual: “Que dice mi mamá que ya tiene usted un nuevo criado a quien mandar”. Ésas eran costumbres, no fregaderas, si me es permitida la expresión plebea. Pido una rendida disculpa por usar ese infantil recuerdo para un propósito político. Lo diré brevemente a fin de atemperar el agravio a la nostalgia. “Samuel García. López Obrador ya tiene un nuevo criado a quien mandar”. FIN.
Manganitas
AFA
“. ‘No romperemos relaciones con Argentina’, dice AMLO.”.
¡Caramba, que gran honor!
Y López ¡qué buena gente!
De seguro el Presidente
le agradecerá el favor.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Hace frío. Mucho frío.
Afuera el termómetro marca 3 grados bajo cero.
No me importa. Estoy en mi casa, calientita ella y calientito yo.
Tengo mi bata con forro de esponjosa lana. Cuando me la pongo siento que me he puesto el sol.
Tengo mi sillón, que me recibe caricioso y cálido.
Tengo mi taza con ponche de guayaba, anunciador de la cercana Navidad. Lleva tripas de ron, de modo que cuando le das un trago sientes que te has bebido todos los veranos. Y luego, para la noche, tengo mi pijama de franela y mi cama con edredón de plumas.
Pienso en los migrantes que vi esta tarde en las calles de mi ciudad. No tienen casa, ni bata con forro de esponjosa lana, ni sillón caricioso, ni ponche de guayaba con tripas de ron, ni piyama de franela, ni cama con edredón de plumas.
Pienso en los migrantes.
Pienso, nada más.
¡Hasta mañana!…
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