Arturo Sarukhán (*)
El ascenso de demagogos populistas y autoritarios y con agendas antisistema en América ha tenido consecuencias significativas y nocivas para la democracia. Pero del otro lado de nuestra frontera sur el accidentado viaje de Bernardo Arévalo hacia la Presidencia de Guatemala quizá ofrece una alternativa, mostrando que es posible desafiar el statu quo sin quebrantar el Estado de Derecho.
Si llega a asumir el cargo en enero, podría desempeñar un papel vital en la reparación del daño infligido a las instituciones guatemaltecas, inyectando una bocanada de aire fresco a una región donde el retroceso democrático se está convirtiendo en norma.
En agosto, Arévalo ganó la segunda vuelta presidencial por un amplio margen, derrotando a su rival, Sandra Torres, esposa del expresidente Álvaro Colom, por más de 20 puntos.
Arévalo, un atípico candidato antisistema que hasta la primera vuelta no punteaba en encuesta alguna, supo capitalizar el hartazgo de los guatemaltecos con una narrativa anticorrupción y una denuncia a quienes han hostigado y perseguido a fiscales, activistas y periodistas, principalmente a quienes investigaron al actual Gobierno del presidente Giammatei.
El resultado fue un sorprendente cambio de suerte para un país que parecía, hasta hace poco, estar encaminado hacia la paulatina erosión democrática. Vencer a los partidos clientelares que respaldaron a su competidora fue una hazaña en sí misma.
Pero ahora Arévalo y su partido, Movimiento Semilla, enfrentan un desafío aún mayor: asumir el poder. Y es que el presidente electo se está enfrentando a un viacrucis para poder tomar posesión, marcado por fallos judiciales que pretenden subvertir el mandato de las urnas.
En las últimas semanas, la justicia suspendió provisionalmente la personalidad jurídica de Semilla por supuestas anomalías en el proceso de creación del partido. Las acciones judiciales incluyen una redada arbitraria al máximo tribunal electoral de Guatemala para abrir y confiscar urnas, así como una solicitud para suspender la inmunidad procesal de los jueces del Tribunal Supremo Electoral que avalaron los resultados electorales.
Arévalo ha acusado a la fiscal general Consuelo Porras de intentar perpetrar un “golpe de Estado” para evitar que tome el poder.
Para Centroamérica, una Presidencia de Arévalo ofrece un rayo de esperanza. En este contexto, la Cancillería mexicana (pedírselo al Presidente sería ilusorio) debiera ser aún más activa y vocal en la defensa de la democracia de nuestro vecino, acompañando y arropando un proceso que puede ser vital para frenar el avance del autoritarismo en Centroamérica.
Los guatemaltecos están dando un ejemplo a sus instituciones. Ahora éstas deben garantizar el traspaso de poder. Si Arévalo asume el cargo, tendrá una extraordinaria oportunidad de reformar y fortalecer instituciones democráticas.
El éxito no sólo beneficiaría enormemente al Estado de Derecho en Guatemala, sino que también enviaría un poderoso mensaje, más allá de sus fronteras, demostrando que incluso dada la historia de clientelismo en el país, es posible ganar una contienda electoral con el poder de una narrativa fresca, campañas originales en redes sociales y caras nuevas, subrayando de paso que la democracia liberal sigue siendo una opción viable en la región.
Sobre todo, demostraría a los latinoamericanos que es posible desafiar el statu quo sin socavar de paso a la democracia.
(*) Consultor internacional y diplomático de carrera durante 23 años y embajador de México.
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