Catón
El padre de familia le contó a su hijo: “Tu madre y yo éramos novios. Una noche ella pronunció dos palabras que nos unieron para toda la vida”. Preguntó el chico, emocionado: “¿Qué palabras fueron ésas, padre?”. Respondió el señor: “Me dijo: ‘Estoy embarazada’”… Hacía un frío polar, de 15 grados Celsius bajo cero. Caía la cellisca y soplaba un viento gélido capaz de refrigerar todo el infierno. Babalucas era vendedor de paletas heladas. Le anunció a su esposa: “Voy a salir a vender las paletas”. La señora se sorprendió. Le preguntó, asombrada: “¿Con este frío?”. Repuso el badulaque: “Me pondré suéter”… En una mesa del Bar Ahúnda un tipo le comentó, triste, a su amigo: “No entiendo a mi mujer”. Dijo el otro igualmente pesaroso: “Yo tampoco”. Preguntó el primero: “¿Tampoco entiendes a tu mujer?”. “No —aclaró el amigo—. Tampoco entiendo a la tuya”… Más que fosfo fosfo Samuel García resultó fofo fofo. Esta palabra, “fofo”, se aplica a lo que no tiene consistencia, a lo que carece de solidez, de firmeza. Hizo el mayor de los ridículos, y dejó colgados de la brocha, como suele decirse, a quienes lo habían contratado para que sirviera de esquirol: AMLO y Dante Delgado. Con sus maromas hizo violencia a las normas constitucionales y a las disposiciones de la Suprema Corte; atentó contra el orden político de su entidad y fue motivo de vergüenza para los nuevoleoneses. Su desatentada incursión por la candidatura presidencial sólo puede explicarse a través del signo de pesos, y su ilegal retorno al cargo que abandonó con olvido de sus juramentos no tiene otra base más que el temor de perder el puesto, o la inquietud de que durante el tiempo que su ausencia durara se le descubrieran irregularidades que tendrían la misma consecuencia: la pérdida del cargo. Así, prefirió arrostrar la condena y las burlas de sus conciudadanos antes que afrontar el riesgo de quedarse sin Juan y sin las gallinas, como dice la frase popular. Motivo de risa loca es su declaración de que se guardará para la elección presidencial del 2030. Su imagen y prestigio están degradados por completo, y su carrera de esquirol ya no es prometedora. Lo dicho: el fosfo fosfo acabó siendo fofo fofo. (También se puede decir “bofo”)… La trabajadora social entrevistó a doña Generina, mujer de edad madura. “¿Cuántos hijos tuvo usted?”. Respondió ella: “Nueve”. “¿Nueve?” —repitió la muchacha. Dijo doña Generina: “Ya sé que son pocos, pero es que mi marido y yo no congeniábamos”… La hermana Bacuca pertenecía a la Iglesia de la Quinta Venida, que prohíbe terminantemente la bebida a sus feligreses. En una boda uno de los invitados le propuso: “Vamos a tomar una copa”. “¡De ninguna manera! —se indignó Bacuca—. ¡Preferiría fornicar antes que beber alcohol!”. Dijo el otro: “La verdad, no había considerado esa segunda opción; pero, en fin: vamos entonces a fornicar”. (Cuando algunos hombres beben de más se ponen pesados. Cuando algunas mujeres beben de más se pone ligerísimas)… Uglicia, como su nombre sugiere, no era particularmente agraciada. Sin embargo, un día le contó, orgullosa y feliz a su marido: “El empleado del súper me dijo ‘señorita’”. “Me lo explico —replicó el majadero—. Al verte nadie puede creer que estés casada”… Las monjitas del convento de la Reverberación estaban en la cocina haciendo rompope para vender en Navidad. Entró sor Bette, la superiora, y probó un poco del licor sacándolo con un dedo del cazo que en ese momento meneaba sor Dina, la cocinera del convento. Tras probar el rompope indicó la superiora: “Échele más huevos, hermana”. Sor Dina empezó a menear más aprisa y con mayor fuerza… FIN.
Manganitas
AFA
“… Samuel García vuelve a Monterrey…”.
Tras de la necia algazara
que él y sus gentes hacían,
los regios preferirían
que mejor no regresara.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
VARIACIONES OPUS 33 SOBRE EL TEMA DE DON JUAN
Don Juan y dos de sus amigos paseaban al caer la tarde por la vega del Guadalquivir.
Se cruzaron con una dama de edad que venía con otras damas.
La señora detuvo al caballero y le preguntó:
—¿Os acordáis de mí, Don Juan?
—Perdonad, señora —respondió él—. No os recuerdo.
La dama se mortificó:
—¿No recordáis mi nombre?
—Perdonad otra vez. No lo recuerdo.
La señora hizo un mohín de disgusto y se dispuso a retirarse. Don Juan se inclinó sobre ella y le dijo en voz baja:
—Si estuviésemos solos os diría quién sois, repetiría vuestro nombre y os recordaría cosas que ni vos ni yo hemos olvidado.
¡Hasta mañana!…
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