Jorge Zepeda Patterson
Es tan alta la probabilidad de un triunfo de la candidata de Morena en la elección presidencial en México, que no es de extrañar la insistente pregunta que corre por los pasillos del poder y alimenta las charlas de sobremesa de los mexicanos: ¿quién es Claudia Sheinbaum y qué esperar de ella? La respuesta de los militantes es automática: satanizar o beatificar, según el bando al que se afilien. La realidad está en otro lado, desde luego.
De entrada, es evidente que no la conocen quienes simplifican el asunto asumiendo que se trata de una figura títere de López Obrador. Me recuerdan a los que juraban que el día en que tomara posesión este presidente se derrumbarían el peso y las finanzas; les tomó medio sexenio entender que eso no iba a suceder. Sería conveniente no volver a dejarse llevar por la etiqueta fácil.
Claudia Sheinbaum es la apuesta por la continuidad, sin lugar a duda. Así también lo asume ella; se trata de una estrategia política y electoral, pero también de una convicción. Comparte las banderas que enarbola el fundador del movimiento y es genuina su lealtad y admiración a los logros y la trayectoria de López Obrador.
Pero también entiende que tiene la responsabilidad de construir paredes y terminados sobre la obra negra realizada en este sexenio. El propio López Obrador asume que esa tarea le corresponde a su relevo, y de un tiempo acá no ha tenido duda de quién sería ese relevo. Una y otra vez el Presidente ha señalado que lo que se viene muy probablemente es un corrimiento hacia el centro (expresado exactamente en esas palabras), un estilo más moderno y menos confrontador, aunque con el mismo compromiso social en favor de los pobres.
Entre López Obrador y Claudia Sheinbaum se ha tejido una especie de “complicidad” nacida de la mutua comprensión de aquello que comparten y aquello que los diferencia. No es exactamente la relación que podría darse entre un padre orgulloso de que su ADN viva en un hijo, pulido y afinado por una educación más refinada y mejores oportunidades; pero ayudaría a entenderlo. En cierta forma una discípula cuyo tutor está consciente de que, por procedencia, formación e incluso temperamento, será capaz de llevar la obra a un siguiente estadio, ampliado y enriquecido.
Durante la campaña no esperemos deslindes frontales de Claudia respecto a AMLO. En primera instancia por respeto, y no sólo por estrategia electoral evidente. No tengo dudas de que Sheinbaum difiere en más de un par de temas de fondo con lo realizado hasta ahora, y seguramente ella habría aterrizado de otras maneras ideas con las que está de acuerdo. Pero esas diferencias son menores, aunque abordables en su momento, frente al respeto y admiración que le merece la obra del fundador.
Para ilustrarlo, dos momentos significativos. Uno, López Obrador hizo todo lo posible para evitar la ruptura con Marcelo Ebrard y, consecuentemente, Claudia entabló conversaciones conciliatorias que dejaran atrás los golpeteos y ofensas de la precampaña. Marcelo aprovechó la coyuntura para informar su permanencia en el obradorismo aunque en un tono desafiante: “Somos la segunda fuerza en Morena y queremos ser tratados en consecuencia” (léase en el reparto de escaños y curules). Unas horas más tarde, Claudia divulgó un video con un tajante tatequieto: aquí no hay segundas fuerzas, ni corrientes personales, hay un solo movimiento y liderazgo (el de ella). Podría jurar que lejos de irritarse, el Presidente esa noche se fue a la cama orgulloso de su relevo.
Dos, el anuncio de los equipos de trabajo de Claudia Sheinbaum. El de campaña es menos significativo porque atiende a la unidad y a la operación política inmediata, aunque destaca la recuperación de Tatiana Clouthier. Más indicativo es el equipo destinado a definir el plan de gobierno. Primero, la evidente pluralidad de sus integrantes: Juan Ramón de la Fuente, Javier Corral, Arturo Zaldívar, Gerardo Esquivel, Omar García Harfuch, Rosaura Ruiz, Olga Sánchez Cordero, Susana Harp y otra media docena de prestigiosos profesionales en su campo, aunque menos conocidos.
Segundo, destacar que, sin ser ajenos al obradorismo, no pertenecen al primer círculo; en realidad varios de ellos en un momento u otro fueron “soltados” por el Presidente. Tercero, no hay miembros de los llamados ultras o de las tribus de la izquierda tradicional. Cuarto, es evidente la representación de sectores medios y académicos, particularmente de la UNAM.
Algunos críticos han señalado que se trata de un listado de nombres destinados a vender la noción de que Claudia es una candidata moderada; una puesta en escena meramente electoral. Nada en la campaña es neutro, ciertamente. Y, desde luego, no se trata de un gabinete en ciernes, toda vez que muchos de los integrantes de lo que será el equipo definitivo hoy trabajan en el Gobierno de la Federación y en el de la Ciudad.
Pero a mi juicio esta convocatoria revela mucho más de fondo. Claudia no creció en la oposición, ni desde el agravio, ha sido fundamentalmente un cuadro de alto nivel de la Administración Pública, pero la mitad de su vida la ha pasado en la academia. Su visión del mundo es el de una izquierda moderna, de formación científica no doctrinaria, alguien de corte realista que toma decisiones esencialmente a partir de datos, consciente del contexto internacional o el sistema de mercado en el que vivimos.
Entiende que las transferencias y subsidios son un paliativo necesario y una encomienda ética, y lo seguirá haciendo, pero sabe que la única manera de responder al reclamo de las mayorías dejadas atrás reside en la creación de millones de empleos con salario digno. Y eso sólo será posible mediante una relación constructiva con los actores económicos, dentro y fuera del país.
Me parece que se encuentra en marcha un interesante intento de recuperar lo mejor de la 4T en su primera versión, y hacer con ello una segunda más afinada e inclusiva. López Obrador logró a tirones y jalones desplazar a las élites de Palacio Nacional, nos hizo confrontar realidades impostergables y abrió camino en breña bajo condiciones difíciles y con resultados ambivalentes. Sheinbaum buscará consolidar, modernizar y, sobre todo, sumar a tantos que, por una razón u otra, están ajenos a este objetivo que tendría que ser el de todos: el bienestar de las mayorías.
O, para seguir con el símil del edificio: Claudia entiende que ha recibido el privilegio y la responsabilidad de continuar la vasta obra iniciada, que ningún otro habría podido sacar adelante el ambicioso entramado de cimientos y castillos, pero también asume que ahora le toca a ella levantar paredes y que, al hacerlo, incluso, podría corregir más de una zanja heredada. No pretende cambiar el plano del edificio, pero sí ajustar la disposición de puertas y ventanas. Y para efecto de luz, ventilación y transparencia, eso hará una diferencia. (El País).
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