Adriana Dávila Fernández
Se han presentado ya los equipos que acompañarán a las aspirantes presidenciales Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum. Muchas han sido las críticas y numerosos los análisis sobre ambos proyectos que, de origen, son completamente opuestos.
Uno, el de la científica, surge de lo más oscuro del oficialismo y las prácticas más arraigadas del pasado, cuando desde la Presidencia de la República se imponían gobernantes por el dedazo, modelo que muy bien ha reproducido el ahora “supremo patriarca de la transformación, primer morenista del país”, para impartir, como diría mi amiga Verónica Iracheta, la “bendición pejal”.
El otro, el de la ingeniera, emerge de la enorme necesidad de construir una representación desde la pluralidad, que concentre a las voces que sienten y entienden que las cosas no van bien en este México ansioso de que haya un gobierno para todos, sustentado en la fortaleza de las instituciones, ocupado en crear igualdad de oportunidades para todos y con la firme convicción de que la ley, sí es la ley, que garantice un auténtico Estado de Derecho, con la consecuente división efectiva de los poderes públicos.
En el caso concreto de quienes conformamos la oposición, más allá de los nombres, lo que vale la pena destacar es que ya se designaron, por fin, a quienes tienen la enorme responsabilidad de recuperar la confianza del electorado. Con ello, en esta etapa se termina con la especulación que florece inminente ante los vacíos de acción e información. A partir de este momento, será posible medir resultados por su desempeño en las diversas áreas de trabajo.
Ante la impaciencia y la crítica legítima de diversos actores políticos opositores, quizás vale la pena recordar algunas diferencias en el arranque de ambos proyectos:
¡La campaña oficialista inició hace cinco años y la encabeza, sin duda, el Presidente de la República! Pero no puede omitirse que esta campaña proselitista para lucrar desde y con el poder público que incluye recursos, empezó desde que el macuspano encabezó la Jefatura de Gobierno del otrora Distrito Federal. López Obrador, fiel a su origen y formación política, ha dejado claro quién manda, quién pone, quién quita y qué quiere. Por eso, quien lo representa no tiene más tarea que la de seguir las instrucciones dictadas desde Palacio Nacional.
El movimiento que ofrece seguir con la destrucción que mal llama “transformación”, sin ningún empacho, usa los recursos públicos de todos los mexicanos, utiliza las instituciones y los programas sociales para promover el voto a favor de Morena —en bardas, espectaculares, camiones— y lo peor, en un flagrante abuso de autoridad, se vale de las dependencias de procuración de justicia como instrumentos de chantaje y extorsión electoral.
En tanto, Xóchitl Gálvez tomó la decisión de participar hace apenas un par de meses, después de que para sorpresa de muchos, incluidas las dirigencias partidistas, lograra captar la atención de las y los ciudadanos, al hablar de forma diferente sobre los problemas que nos aquejan y de nuestros temores en temas como la inseguridad, las deficiencias en bienes y servicios públicos, pero sobre todo, el temor de las familias mexicanas a perder sus derechos y libertades.
Logró cohesionar a partidos políticos antagónicos en el pasado y a un electorado inconforme, indignado y lastimado. Uniremos todos nuestros esfuerzos, ante el desastre de esta administración y el peligro de su poder monárquico, para enfrentarnos a la fuerza del Estado y a los propagandistas oficiales dispuestos a todo para retener sus privilegios.
Hemos visto que en esto del cuatroteísmo, la constante en la que han caído muchos que se decían luchadores sociales, políticos de oficio, servidores responsables, férreos combatientes del opositor que todo bloqueaba, es arrinconar sus propias trayectorias. Hoy, a conveniencia y para buscar su supervivencia política, han decidido apoyar la continuidad de la demolición institucional, el sometimiento legislativo y la muy peligrosa cooptación de los contrapesos.
La simple adhesión a esto de la “continuidad”, en buen español significa avalar ocurrencias tales como que los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación deben ser elegidos por el voto popular, todo un despropósito que ni siquiera aprueba una de las ministras nombrada por el inquilino de Palacio Nacional.
Caray, todos aquellos “conversos” sí que han entendido el sentido transformador de este gobierno, a cambio de puestos, presupuestos y la no menos importante absolución de sus pasados políticos para redimir sus pecados neoliberales.
Si algo es necesario señalar es que en estos años hemos sido testigos del deterioro constante del país y las purificaciones express, así como los malabares personales que justifican las inconsistencias políticas.
Estamos frente a dos proyectos: el que representa el continuismo destructor y el que propone construir un futuro de oportunidades y mejora para nuestro país. En nuestras manos está ejercer con responsabilidad y en libertad, el sufragio libre, para hacer esto realidad.
Por ello es que el equipo presentado por Xóchitl para dirigir su campaña, no tengo duda, estará respaldado por millones de mexicanos que deseamos un mejor porvenir para nuestras familias y nuestro país. Se dio el primer paso. Estamos en la línea de salida. Ahora a trabajar con fuerza y corazón por México.
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