Ariel González
Acerca de los giros que da la historia se han escrito muchísimas páginas. Aquellos que confían en las encuestas y las tendencias ciegamente —a pesar de que sobran indicios de que en diferentes coyunturas son parte interesada—, harían bien en revisar las lecciones que arrojan los bruscos e inesperados cambios de la realidad. Nada está escrito, es lo más evidente en materia de política; eso, y que los triunfos no son para siempre.
Estas verdades están, o deberían estarlo, en el abc de los hombres del poder, pero la soberbia, la cerrazón, la rabia o simplemente la ignorancia hacen que muchos actores políticos se crean distintos a todos aquellos de sus colegas (amigos y enemigos) que cayeron intentando realizar sus objetivos. Todo esto tiene la misma validez para el presidente López Obrador y su candidata, Claudia Sheinbaum, como para la oposición y Xóchitl Gálvez.
Todo puede suceder, incluso lo que el optimismo de cada uno espera y que resulta catastrófico para su adversario. Sin embargo, por ahora me detendré en el caso de Claudia Sheinbaum porque es el que aparece rodeado de certezas cuya “firmeza” les debería parecer sospechosa a los mismos que las divulgan.
Finalizando el 2023, es claro que si las elecciones fueran hoy el triunfo se lo llevaría la candidata de Morena; pero ese es, de momento, sólo un escenario ideal (para ella) que no sabemos si seguirá vigente el día de la elección. La ayuda, indiscutiblemente, el que haya empezado hace años (sí, años) sus recorridos por todo el país al amparo del Gobierno Federal y con el cobijo muy obvio de muchos gobernadores de Morena.
Se trata, probablemente, de la campaña electoral de un candidato oficialista más larga de la historia. (Lo cual refleja, si bien se ve, no sólo un patrón ilegal, sino también la intención de no dejar nada al azar y, desde luego, el temor a todo aquello indeseable “que puede suceder”).
La favorece, también, la sensación de una economía estable en la que el Presidente puede darse el lujo de decretar un aumento salarial del 20 por ciento, incrementar la deuda y seguirse atribuyendo “logros” que no lo son, como las remesas que envían nuestros paisanos desde EU y Canadá, o bien, “logros” que se explican más bien dentro de una dinámica global, como el nearshoring (y que por lo demás, paradójicamente, no guardan ninguna relación con la palabrería “antineoliberal” del régimen).
Sin embargo, hay otro panorama que no la ayuda en absoluto y que se hace cada vez más complejo, cuando no explosivo. Ahí es imposible no destacar la violencia e inseguridad que vive el país, y no sólo —que ya es decir mucho– la que sufren los ciudadanos en general, sino la que está por venir, aquella vinculada directamente a los procesos electorales.
Los comicios de 2018 y 2021 dieron cuenta de ello con sus 48 y 35 candidatos o precandidatos asesinados, respectivamente, además de los cientos de agresiones y secuestros que documentan fehacientemente la intervención activa del crimen organizado en nuestra frágil vida democrática.
No hay nada que nos haga pensar que en los próximos meses sí dejará un saldo favorable la política de “abrazos no balazos”. Antes, al contrario, y por lo que pudimos ver en Texcaltitlán, el hartazgo de los pueblos y comunidades frente a la extorsión de los grupos criminales y la ausencia del Estado se puede traducir en un ingrediente más del polvorín en el que se ha convertido el país en materia de seguridad. Añádase a ese paisaje la polarización política extrema y los intereses del narcotráfico en buena parte del territorio nacional, y tendremos un ambiente sumamente peligroso.
Mientras tanto, el Presidente confunde su popularidad con una supuesta paz social o “disminución” de la violencia; y su candidata tiende a confundir todo eso con la certeza de su triunfo. Pero como ya se ha dicho, la popularidad no se transmite por el mero hecho de que sus acarreados griten “es un honor estar Obrador”; tampoco se gana por repetir en cada acto las consignas y agenda presidenciales.
Atar su candidatura a la Presidencia (de un modo nunca visto en el México contemporáneo) implica en teoría beneficiarse del “éxito” de este Gobierno, pero en los hechos también supone llevar consigo todo el lastre de las promesas incumplidas. Porque más allá del tema de la seguridad está también el ruinoso estado en el que se encuentra el sistema de salud, la decadencia educativa, el fiasco del aeropuerto Felipe Ángeles (más la caprichosa destrucción del NAICM que todavía no terminamos de pagar), el barril sin fondo de una costosísima refinería en un mundo que tiende a la descarbonización, el deplorable Tren “Maya”, y un conjunto de indicadores económicos y sociales prendidos con alfileres que nos recuerdan que los programas sociales clientelares, los aumentos discrecionales al salario mínimo, la inflación y el endeudamiento pasarán factura más temprano que tarde si no a este mismo Gobierno en 2024, sí, con toda seguridad, al que sigue, que bien puede ser el de Sheinbaum.
La candidata de Morena desarrolla una campaña en la que no denuncia más que al pasado “neoliberal” (algo que tiene sin cuidado a la gente, incluso a sus militantes más despiertos). Nunca dice que es intolerable que no haya medicinas en las clínicas del IMSS (un problema bastante real), lo que la convierte en cómplice de Gatell y compañía; no le preocupa la situación educativa del país, ni que estemos rezagados en la generación de energías limpias, lo que pone en cuestión todos sus desplantes como académica y científica.
Así como López Obrador ha sido un presidente en permanente campaña presidencial, Claudia Sheimbaum ha sido, hasta ahora, una candidata que hace de cada mitin un acto de gobierno. Sólo ha sabido actuar como subalterna del Presidente.
En cada acto “de campaña” es poco menos que una enviada del Gobierno Federal, una funcionaria justificando todo lo injustificable. Su apuesta, creyendo que va en el mejor barco, es dejarse llevar. Pero la realidad cambia y quizás eso no le sea suficiente. En caso de tormenta, tendrá que elegir entre seguir siendo la cheerleader del Presidente o la candidata real que esperan los electores más numerosos, no sólo los morenistas. Y entonces no se va a tratar del papel que prefiera o en el que se sienta más cómoda, sino del que le va a exigir jugar la veleidosa realidad.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez
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