Desde que empezó a transmitir su programa ridículo-patético-musical de los martes, la tirana Tía Rata no ha parado de arrojar estiércol y lodo a sus adversarios, enemigos políticos y a quienes se atrevan a señalarle sus garrafales errores, deficiencias e ineptitud.
Desde su acojinada silla, y acompañada de su patiño rosa —sus preferencias sexuales se inclinan por los chacales y pescadores del 7 de Agosto y de la Estación Antigua, a quienes el tabasqueñito les debe un saldo por los servicios que le prestaron— la Tía Rata decreta culpables e inocentes con lenguaje de carretillera verdulera. Ha manchado su investidura al vulgarizar hasta el extremo sus adjetivos.
Pero cuando los aludidos le responden con el mismo nivel de insultos, la Llorona de Palacio se dice violentada por su condición de mujer. Acusa de misóginos y cobardes a quienes no se dejan sobajar y con el respaldo de sus leguleyos, inicia procesos judiciales ante diversas instancias.
La denigrada Fiscalía integra carpetas por “delitos de odio” contra los personajes insultados en su ridículo show de los martes, y a través de las instancias electorales, promueve de manera cotidiana acusaciones por “violencia política en razón de género”. La caprichosa Tía Rata pretende tener el monopolio de la diatriba, la ofensa y el insulto.
Para ello paga a cientos de bots para que en redes sociales —en donde abundan las acusaciones en su contra— la defiendan encarnizadamente y repitan la cantaleta de que a la mujer no se le debe criticar porque todos provenimos de una, aunque se trate de una ladrona, sinvergüenza y mentecata.
No se le critica ni se le cuestiona su condición de mujer, sino su latrocinio, ineficiencia y desidia en el cargo que ocupa. Además, responder a sus señalamientos en el mismo tono y frecuencia no es pecado. En términos beisbolísticos, le batean la pelota a la velocidad que la lance. El que se lleva, se aguanta.
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