Insegura porque las cosas marchaban en grado pésimo, atormentada porque el rechazo del pueblo crecía a pasos gigantescos todos los días, la Tía Rata exigió a sus asesores foráneos y a su sobrino, el Tarado sin Cerebro, que le diseñaran estrategias para recuperar el terreno perdido.
Uno de sus consejeros se atrevió a decirle la verdad y fue enviado al pozo de los castigos, al túnel del olvido. Y es que con educación le dijo que su único consejo era que se pusiera a trabajar. Que se dejara de tanto paseo y derroche del tesoro real y que empezara a atender sus promesas de campaña. Ni lo escucharon. Sólo lo cesaron de manera fulminante y lo desterraron.
Ante ese escarmiento, el resto de los consejeros decidió mantenerse en calidad de chupetas. Coincidieron en culpar a sus enemigos políticos y antecesores en el Palacio Real, de estar conspirando en su contra, de incitar al odio popular para con la mandataria y hasta de organizar conjuros para derrocarla, por lo que sugirieron que para contrarrestar las cosas, se encarcelara y desterrara también a esos perversos personajes.
Pero no era tarea fácil. Había que construirles a esos nefastos “enemigos del reino” la falacia de un delito, inventarles monstruosidades para que el pueblo no los tomara por mártires en lugar de villanos, pues entonces la táctica resultaría contraproducente, y además de floja, corrupta, viajera, derrochadora, mentirosa y nepótica, a la senecta gobernante la tacharían también como represora y tirana.
Su asesor justiciero, conocido como el Pelón Salado, le informó entonces que él contaba con un equipo mágico, producto de sus malas mañas, con el cual se podía escuchar todo lo que sus enemigos dijeran de ella, revisar incluso su pasado archivado y extraer de sus memorias cualquier incidente que pudiera ser constitutivo de delito.
La idea le pareció fantástica y ordenó de inmediato que se enfocaran no sólo en contra de sus dos principales enemigos, el gobernante que lo antecedió y el aspirante naranja que obtuvo más votos que ella en el pasado proceso, sino también contra quienes publicaban de ella fuertes críticas por su pésimo desempeño.
Aún más, pidió que si no encontraran en sus archivos y en sus ilegal espionaje, elementos contundentes para refundirlos en las mazmorras, que las inventaran, que las inflaran, que las hicieran parecer creíbles, que al fin y al cabo, ella se encargaría de difundirlas masivamente en sus mensajes semanales con los cuales intentaba engañar aún más al pueblo.
—“Tengo la protección del Tatich Presidencial y puedo difamar y calumniar a mi antojo y gusto, y nadie podrá tocarme jamás por eso”, presumió entonces la pésima gobernante.
Fue cuando inició su campaña de linchamiento mediático contra sus enemigos políticos, sus críticos acérrimos y todo adversario a quien considerara un peligro.
(Continúa…)
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