Don Julián hizo pausa luego de concluir la narración de la trágica historia de amor protagonizada por la Ratota de Palacio. Bebió de un trago el resto de su jaibol de ron de caña, y se dispuso a prepararse otro, mientras miraba en lontananza hacia los cerros y colinas que rodean la capital del reino de la Culebra y la Garrapata.
—De todos los piratas que azolaron a estas bellas y pródigas tierras bañadas por las aguas del Golfo —continuó narrando el senecto exsirviente de la mansión blanca del Sátrapa Negro—, no hubo nadie más voraz, ambicioso, ruin y corrupto que el papá de la Tía Rata.
Todos esos cerros que rodean nuestra hermosa y amurallada ciudad —añadió—, fueron escriturados a nombre de su familia, de su esposa, de sus hijos, incluso de algunos de sus yernos, como el primer esposo de su hija predilecta.
El viejo cacique recurrió a todo tipo de presiones para expulsar de sus tierras a los legítimos propietarios de varios predios de los cuales se apoderaba. Les ofrecía cantidades ridículas por sus vastas extensiones, y en muchas ocasiones llegó pistola en mano a desalojar a humildes familias que se negaban a despojarse de su único patrimonio. Su ambición no tenía límites. Su perversidad tampoco.
Muchos de esos predios estaban deshabitados, despoblados o pertenecían a la Nación, pero el viejo exgobernante se las arregló para que todas se escrituraran a su nombre y del resto de su familia, para convertirse así en un rico y corrupto terrateniente.
Del primer esposo de la Tía Corrupta se decía que era buen hombre, que tenía carácter alegre, llevadero, que le era muy simpático a muchos lugareños con quienes solía departir, y fue, como ya dije antes, uno de los principales administradores de la inmensa fortuna del suegro voraz. Le confió varias de sus propiedades, incluso las más valiosas.
Claro, todo eso mientras estuvo desposado con su vástaga predilecta, quien, aprovechándose de esa dependencia, le daba maltratos y humillaciones incluso en público, “para que nunca olvides quién manda aquí”…“para que siempre tengas en cuenta que eres un bueno para nada…” y cosas así que le repetía cotidianamente.
En los amplios y elegantes pasillos de la mansión blanca fue todo un escándalo el día que la hija loca del Sátrapa Negro anunció su divorcio. Ya se había prendado de su Romeo tropical, y buscaba deshacerse de los yugos legales que pudieran impedirle unirse para siempre a su nuevo amor.
Sin embargo, el cónyuge oficial aceptó romper el vínculo matrimonial, pues ya había logrado amasar fortuna gracias a las corruptelas de su entonces suegro. Se dice que al retirarse se llevó también —entre otras cosas— un valioso lote de monedas de oro, que eran de lo más preciado del viejo cacique, quien, al enterarse de esa pérdida, sufrió uno de los primeros ataques que lo marcarían para siempre.
El futuro del exesposo no fue, para nada, de bonanza. Dícese que luego de ser obligado a ceder su fortuna en herencia a sus descendientes directos, falleció de infarto. Aunque también dicen que nadie tuvo ni ha tenido acceso al acta de defunción ni a los estudios forenses…
(Continúa…)
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