Don Jacobito hace una pausa para continuar su relato. Pareciera que estuviera ahí de nuevo, como si el tiempo hubiera retrocedido, y la tortura de los polijudiciales se reiniciara una y otra vez.
—Nos metían la cabeza a una taza del baño repleta de excremento para que confesáramos. Nos echaban agua mineral con chile habanero por la nariz… sentía que me iban a estallar los pulmones, la asfixia estuvo a punto de cobrarme la vida en más de tres ocasiones…
Los polijudiciales se divertían con la “calentadita” que nos estaban dando. Yo sólo escuchaba cómo le pegaban de golpes al muchacho obrero que trabajaba en el taller, quien de tanto dolor se desmayó varias veces.
—“O confiesan de una vez o se los lleva el infierno”, gritaba el comandante, quien me tomó del cabello y me pegó una bofetada al percatarse que, una vez más, estaba por caer en la inconsciencia.
Los polijudiciales encendían sus cigarros sólo para apagarlos sobre diversas partes de mi cuerpo. Disfrutaban escuchar nuestros aullidos de dolor.
—Dos muertitos más a nuestra cuenta no significan nada, presumió el comandante. Aquí nadie se mete con el patrón, y quienes se atreven a faltarle al respeto terminan convirtiéndose en alimento para los tiburones, agregó, mientras sus compañeros estallaban en carcajadas y empezaron a recordar a los que han desaparecido, sea porque se opusieron a los caprichos de su “patrón”, sea porque le faltaron al respeto, o porque se negaron a cederle sus propiedades y bienes. “Ya llevamos más de 20”, se vanaglorió el comandante.
Escucharlos me hizo suponer que seríamos dos víctimas más de las locuras del Sátrapa Negro. Perdí toda esperanza de volver a ver a mi familia. Ya no podía llorar. Se me habían agotado las lágrimas por la tortura.
Tres días estuvimos en el “interrogatorio”. Sin agua, sin comida, sin dejarnos dormir, como parte de la tortura. Los polijudiciales empezaban a cansarse. “Estos no saben nada. No tienen nada qué ver con el panfleto”, le dijeron en el cuarto día al comandante.
—“Solo porque estoy de buenas los voy a dejar ir, pero pobrecitos de ustedes si hablan, si mencionan este interrogatorio o si se atreven a ir a denunciarnos con el procurador. Lo único que recibirán será un balazo en la frente”, amenazó el jefe de los gorilas.
En medio de la noche nos subieron de nuevo a la camioneta. Con el rostro cubierto para no ver nada y a nadie. Nos fueron a tirar en lo que fue la terminal de autobuses, sobre la avenida Gobernadores. Era casi la medianoche cuando nos arrojaron a la calle y se alejaron de inmediato.
Como pudimos nos levantamos y empezamos a caminar sin rumbo, tratando de llegar a nuestras casas. Tratando de olvidar este triste episodio que retrata sólo una mínima parte de lo deshumanizado que fue el Gobierno del Sátrapa Negro…
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