Conforme avanzaban los días de su administración, la Tía Corrupta no veía avances por ningún lado. Ninguno de sus jefes de despacho daba resultados, pues al provenir de otros lugares del imperio nacional, ya sabían que al concluir el sexenato se iban a regresar a sus tierras a disfrutar de sus alforjas de piratas, repletas por el saqueo.
Pero los nativos empezaron a dar muestras de su hartazgo por la pésima administración que estaban padeciendo. Cada vez que la veían en la calle le reprochaban con reclamos y gritos airados la falta de resultados, o le enviaban mensajes por todos los canales y vías posibles para hacerle saber la indignación que les causaba tener como gobernanta a una persona tan vacía, frívola e irresponsable.
De nada había servido que los legisladores al servicio de la Tía Rata incrementaran sanciones y penas en contra de quienes osaran cuestionar y criticar a su máxima autoridad. Los nativos se dijeron dispuestos a pagar cualquier multa o cárcel que les impongan, pero no aceptarían ninguna censura, y mucho menos que el partido que postuló a la mandataria tuviera la menor posibilidad de la reelección.
La gobernanta ordenó entonces abrir las arcas del reino y dotar de regalos a los nativos. Vehículos, despensas, casas, materiales de construcción, viajes, ropas, zapatos, etcétera, cualquier cosa que los hiciera momentáneamente felices. La mandataria estaba dispuesta a obsequiárselos.
Incluso ordenó que organizaran espectáculos gratuitos a la comunidad con artistas de renombre, grupos musicales, payasos, cuenta chistes, mamelucos, etcétera.
En la minúscula capacidad cerebral de la mandataria se albergaba la creencia de que el pueblo quería felicidad, así fuera fugaz, y que era igual a fiesta, a festejos, a espectáculos, a rifas de toda suerte de chucherías y objetos.
No asociaba la mente de la mandataria que la felicidad de un pueblo radica en el respeto al Estado de Derecho, en el respeto a sus garantías individuales, en la construcción de obras de beneficio colectivo, en la implementación de programas para ayudar a los sectores más vulnerables, en acciones para apoyar a los sectores productivos, etcétera.
No, para la Tía Rata felicidad era igual a paseo, a fiesta, a bailongos, a conciertos, a regalos, a derroche del presupuesto en nimiedades. A pan y circo, pues…
La Tía Rata sabía que estaba cerca el proceso para que los nativos eligieran a sus nuevas autoridades, y temía que el día de la jornada comicial se cobraran todas las afrentas que les había causado…
Un fuerte escalofrío recorrió su columna vertebral, desde la punta de su colorada testa, hasta la suela y el tacón de sus carísimos zapatos… El pánico empezó a apoderarse de ella. El mayor temor era que le aumentaban las corrientes eléctricas que le recorrían desde la nuca a la parte inferior de la espalda.
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