La Tía Rata se ha convertido en el personaje público que más halagos, lisonjas y alabanzas le ha dicho al tatich presidencial, en perfecta imitación del discurso lambiscón que caracterizó a su progenitor…
Matraquera
En los tiempos dorados del priísmo, el discurso político en el imperio nacional fue siempre de zalamerías, lisonjas y halagos al poder. El Presidente era una especie de Dios a quien nadie podía cuestionar, y ante quien los habitantes de la nación y todos sus sectores teníamos que reclinarnos.
Mientras más arrastrado era el discurso y mientras más lambiscón aparecía el orador, mayor era el premio que esperaba, o bien, de esa forma se ganaba los favores, la complicidad, el perdón o el olvido del mandamás en turno.
Así fue durante más de 80 años, y a pesar de que los políticos de ahora pregonan una “cuarta transformación”, la verdad es que el cambio ha ido para atrás, y ha habido retrocesos en todos los aspectos, uno de ellos, el discurso político, que sigue siendo de zalamerías, halagos, elogios e incienso puro ante los pies del tlatoani. Discursos matraqueros que suenan huecos, demagogos y en ocasiones hasta vulgares y ruines.
Y un personaje que encarna ese rastrerismo, servilismo y lambisconería pura, es la Tía Rata, una excelente aprendiz de ese gran maestro en el arte de adular que fue el Sátrapa Negro, quien se distinguía por besarle los pies a los presidentes en turno, y a quien fuera su jefe inmediato, a fin de ganarse su aprecio, y con ello los favores y apoyos que pudieran beneficiar a su carrera política.
Así razonaba el poeta Casimiro, quien decidió tomar el sitial de don Julián, gurú indiscutible del grupo, pero quien se había ausentado esa tarde a consecuencia de una fuerte gripe, producto de las lluvias que han incrementado hasta el exceso los niveles de humedad.
“Basta escuchar los discursos que pronuncia la Ruca Gacha en las mañaneras, cuando por desgracia la invitan a participar, o analizar el que pronunció durante la inauguración del museo en la zona arqueológica de Edzná. Sólo halagos al poder, lisonjas para ganarse el aprecio del mandamás, aunque su dignidad se haga trizas por su exacerbado servilismo.
Ese tipo de actitudes —añadió el poeta— me inspiraron para escribirle a la Tía Rata un versito que describe a la perfección su conducta matraquera, arrastrada y de total sometimiento al poder.
No bastó ser zalamera
arrastrada y lambiscona,
pues además de hocicona
la gober es matraquera.
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