Por: Manuel R. Gantús
1) Cuando la pandemia, un día a las 4 de la madrugada, me habló mi querido amigo llorando por la desesperación e impotencia, explicándome que tenía dos camiones frigoríficos en espera para la cremación.
Y al amanecer se vestía como astronauta y se interna en el covidario del Issste en la clínica de la cual era el director… y así cubrió todo el tiempo necesario hasta que se aplicaron las vacunas y el estado de emergencia pasó.
Se expuso sin medida y fue a la vez testigo y baluarte de graves casos de amigos que fallecieron y otros que sobrevivieron.
El gran Muñe (como todos lo conocíamos), apasionado, cumplió su obligación como médico y mucho, pero mucho más, como los médicos responsables lo hacen. Fue un verdadero ángel guardián y quizá por eso también fue protegido.
El Muñe era siete años menor que yo, por lo que no lo conocía hasta que coincidimos ya en nuestra matria y de ahí nació nuestra amistad, la que a través de los años se mantuvo para disfrute no sólo mío, sino de todos los que lo conocieron y fueron recipiendarios de su bonhomía y don de gente.
Nunca negó su ayuda a los pacientes e institucionalmente resolvía todo y hasta lo que parecía imposible por la burocracia de siempre.
2) En esos primeros años de amistad, colegas y el Campe también iniciamos un grupo de interés por la escritura, y aconsejados por Silvia Molina y su generosidad nos atrevimos a publicar un libro colectivo, en el cual el doctor Ávila no aceptó que se omitiera el “doctor” en su caso.
Se le explicó que los escritores (ilusos de nosotros) no ostentan grado académico alguno en el directorio de la publicación… y al Muñe le valió y su nombre apareció con el “Dr”.
Y en ese primer libro, ¿o en el segundo?, dio a conocer su obra máxima: “La poseída”, del cual en breve resumen les contaré que termina cuando la joven poseída, al serle dicho por su papá que la bebida preferida de ella era la Fanta de naranja, inmediatamente la poseída dejó de serlo porque su padre “adivinó” que era la Fanta, y tan, tan.
Y su segundo cuento también fue grandioso, en el cual a una mujer le cort4n la cabeza por un mach3tazo, y así pudo caminar una cuadra antes de caer mu3rta.
3) El Muñe también incursionó en la política, desde ser orador en campañas hasta fundador de grupos políticos, como el famoso Emiliano Zapata, al que Luis Donaldo Colosio, en ese entonces presidente del PRI, le tomó la protesta en pleno parque del centro, hasta su llamado al pópulo a derribar la estatua de López Portillo, que concluyó siendo derribada y desaparecida.
Dueño de un verbo que se acompañaba con citas en maya-yucateco, improvisaba fácilmente, como aquel discurso en Champotón durante la campaña del Lic. Rafael Rodríguez, cuando éste lo invitó a improvisar y el Muñe se soltó con aquella cita que empezaba: “Reunidos aquí en el fresco de la sabana…”, y de ahí pa’l real.
En esa época fue secretario del Ayuntamiento que encabezaba Tomás Arnábar, y juntos iniciaron la petrolización de las calles de ese Municipio.
También participó con Tomás en las reuniones de poetas y demás reuniones culturales.
Y mucho más en su etapa política que fue intensa y prolífica.
Todo un zoom-politicón.
4) Fue mi asesor referente a los aluxes de Xcampeu. Por él supe que entre las travesuras de éstos estaba el trenzado de las crines del caballo y otras curiosidades, y que si no se sentían a gusto podían dañar las siembras.
Por el Muñe aprendí que a estos aluxitos hay que consentirlos con ciertos alimentos y bebidas.
Era tan profundo su conocimiento al respecto, que me orientó y ayudó para escribir un código en el que se establecían los pasos a seguir para intentar verlos, como, por ejemplo, que el intento tenía que ser de noche, en luna llena, sin luz alguna, en silencio, etc., y en caso de no lograrlo teníamos que ofrecerles bebidas y comidas ad hoc. Nosotros logramos verlos, una sola vez y fue impresionante e inolvidable.
Cuando fuimos a Cuba surgió su vena de espiritismo y aceptó ir a una reunión, que afortunadamente grabó Calín, y en la cual participó en los cantos y baile todos poseídos y sudando.
Él ya me había dicho que tenía experiencias en el espiritismo aquí en San Francisco y me invitó, pero nunca coincidimos hasta esa vez en Cuba, que por cierto nos retrasó en el regreso, porque fue a que le devolvieran unas tijeritas que le decomisaron a la ida.
Ya aquí en la mesa no dejaba sus pronósticos políticos a cual más fallidos, pero siempre acompañados de su dicho “ya se acordarán”.
Podía estar hablando horas sin parar, y así también sin aburrir.
Haría falta un libro para poder comprender y abarcar todo lo que el Muñe representó y vivió en una alegría sin igual.
Aún en sus últimos meses de agonía injusta y cabrona, el buen Muñe no cedió y luchó ante lo imposible…
Adiós al amigo insustituible y querido.
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