Se convirtió desde el pasado domingo en tendencia nacional, tanto en redes sociales como en las portadas de los principales periódicos del país, en tema de debate en las mesas de análisis y en blanco de todo tipo de señalamientos, tanto de priístas como de representantes de la sociedad civil, pero el campechano Rafael Alejandro Moreno Cárdenas finalmente se ha salido con la suya.
De entrada logró lo que tanto le reclamaron y vetaron sus antecesores exlíderes nacionales del tricolor: reformar el artículo 178 de los estatutos del PRI para permitirle, junto con Carolina Viggiano, secretaria general del CEN, así como los líderes de los comités directivos estatales, ser electos hasta por tres periodos consecutivos.
No sólo eso. Alito tendrá el control total en la asignación de las coordinaciones parlamentarias en el Senado y en la Cámara de Diputados, lo mismo que en las legislaturas estatales. Dispondrá también de carta libre para manejar el presupuesto, que según Dulce María Sauri Riancho, es de unos mil 800 millones de pesos este año. Es decir, Moreno Cárdenas se quedó con todo.
Es cierto, aún falta que en un plazo de tres meses logre la reelección por cuatro años más, (y después por otros cuatro), pero viendo los antecedentes de esta 24 Asamblea Nacional efectuada el pasado domingo, en que más de tres mil 200 militantes le dieron el poder absoluto, nadie duda que lo hará, así sea lanzando una convocatoria a modo con cláusula especial de que él sea el candidato único si es necesario.
Sin embargo, habrá que esperar para evaluar más adelante cuál será el saldo de toda esta vorágine. De entrada, Moreno Cárdenas se ha dedicado a dispersar excremento bajo ese potente ventilador que representan los medios de información. Ha salpicado a todos los de su partido, incluyendo a él mismo, tal vez el más batido con sus propias deposiciones.
Está transitando incluso por los delicados linderos de la ley, al responsabilizar a varios de sus aún correligionarios de delitos graves, como el asesinato de Luis Donaldo Colosio o del controvertido desvío de multimillonarios recursos a través del Pemexgate, más como recurso retórico y tabla de salvación ante los futuros ataques que él sabía que iba a recibir, que como elementos a presentar ante las instancias investigadoras, para que los culpables de esos hechos sean sancionados conforme a la ley.
Tal vez lo que no dimensionaron los que le elaboraron ese controvertido discurso del pasado domingo, es que con sus palabras, Moreno Cárdenas terminó de hundir al PRI en las hediondas letrinas de su tormentoso pasado, pues de la misma forma como han podido presumir que son el partido que consolidó a las grandes instituciones del país como el IMSS, la CFE, el Infonavit o Pemex (que por cierto ya también están en fase terminal), de igual manera tienen graves antecedentes de represión, como la de 1968, crímenes, de corrupción y de hechos que bien pudieron haberse constituido como traición a la patria.
A Moreno Cárdenas no le conviene remover ese pantano de deyecciones que constituye el pasado del PRI, pues estaría retando a que sus propios correligionarios sacaran a la luz pública toda la historia personal de un político que, de simple porro universitario, sin recursos ni para las tortas del recreo, se convirtió en uno de los hombres más ricos de su Estado, y que en su trayectoria recibió muchísimo dinero de gobernadores, políticos, empresarios, proveedores de Pemex y de muchas otras fuentes corruptas de dinero mal habido.
Es decir, Alito Moreno carece de autoridad moral para hablar de corrupción, porque se estaría haciendo el harakiri. Por eso es que no sabemos si el exbalsero hacedor de sus discursos, le escribió a propósito las mortíferas frases con las que destapó la cloaca para terminar de hundirlo, o el cálculo de los daños no incluyó el efecto bumerang que sus propias palabras produjeron.
Lo cierto es que no ha sido atinada su reiterativa retórica de culpar a los viejos dirigentes del partido de la crisis que enfrenta ahora mismo el PRI, pues por ejemplo, el único responsable de que haya perdido Campeche en los comicios de 2021, fue ese cariñoso tío que a fuerzas impuso de candidato a su sobrino incompetente, falto de carisma y ausente de discurso, para competir por la gubernatura y perder de manera vergonzosa.
Y así como se equivocó en esa candidatura, ha errado en varias, con lo que condujo al otrora poderoso partidazo a quedarse sólo con dos gubernaturas de las 14 que tenía cuando asumió la dirigencia nacional en el 2019.
Vale la pena reiterar lo dicho párrafos arriba. Hay que esperar un tiempo prudente para evaluar el saldo de las maniobras de Moreno y sus asesores. Tal vez en unos cuantos meses decida desaparecer —literalmente— al PRI para cambiarlo de siglas, emblema y hasta colores, o finalmente se dedique a administrar esos despojos, para ponerlos al servicio de ese otro PRI trasnochado que representa Morena.
“No obedecemos a ningún Presidente de la República, ni del PRI, ni de antes, ni de ahora”, expresó Alito el pasado domingo. Pero como buen Chimoltrufio, que así como dice una cosa, dice otra, todo apunta a que él será el primero en ponerse a las órdenes del poder en turno, tal cual ha sido su costumbre estos pasados cinco años. Es su modus operandi.
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