Reacciones de repudio generó el discurso que leyó la Tía Rata ante el Pejidente, en que una vez más su retórica plagó de lisonjas, halagos y lambisconerías a la figura presidencial…
“Ridícula, zalamera y arrastrada fue la ‘despedida’ que la Tía Rata le dio al Pejidente, en una de esas somníferas mañaneras que esperemos que concluyan también el próximo 1 de octubre”, expresó el poeta Casimiro, al referirse a la más reciente presentación de la gobernadora más lambiscona que tiene el país.
—“Es la burla nacional —intervino don Julián—, una vergüenza más para sus súbditos en estas tierras del pan de cazón y el pámpano en escabeche, un ridículo, pero además otra muestra de que la hija del Sátrapa Negro continúa el discurso rastrero de su padre. Si ella tiene nostalgia, tristeza, pesar o prurito en el asterisco porque se va su cabecita de algodón, que hable por ella, no por todos los habitantes de estas tierras o del país”, rubricó.
El poeta Casimiro coincidió con su gurú. “Dice que el Tren Maya genera impactos intangibles que no se cuantifican en números, pero lo que no nos dice es cuántos bolsillos se hincharon de billetes, que esos sí se cuantifican en números, por toda la corrupción que rodeó a esa faraónica obra, que nos diga cuántas pérdidas le dejaron a familias con terrenos en las zonas donde pasó el tren, cientos o tal vez miles de pequeños productores, ganaderos, turisteros, colonos, ejidatarios, que se quedaron sin nada porque los despojaron de sus tierras y han sido abandonados por Fonatur y el Gobierno Federal. ¡Claro que los daños se cuantifican en números, pero cierran los ojos a la realidad!”.
Don Memín terció en la charla. Dice la Tía Rata que “con el Tren Maya vivimos la emoción extrema y esperanzadora, una suerte de resurrección que nos devolvió la vida…” pero eso no es más que retórica barata que no se refleja en la realidad, son halagos, lisonjas, palabras que empalagan de miel el oído del Pejidente, pero que causan indignación a quienes no compartimos sus zalamerías”.
—“Hay quien dice —añadió don Julián— que la poesía es una especie de terapia de los locos para huir de la realidad, es un remedio para que algunos esquizofrénicos plasmen en sus textos esa realidad que imaginan, pero la abuelita de Palacio exagera…”.
—“¡Esa es una blasfemia! —gritó iracundo el poeta Casimiro, lastimado en sus sentimientos más profundos— no culpen a la poesía de las locuras de la Ruca Gacha, de su proclividad a las palabras chayoteras, antes que a los escritos de denuncia y de libertad, de los verdaderos poetas de la izquierda. Ella sólo representa lo más retrógrado del discurso político, pero que no nos culpen a todos de sus entuertos y desaguisados”, señaló antes de leer uno más de sus versitos:
Este arte no se toca,
si el discurso de la Tía
reconfirma que está loca,
¡no culpen a la poesía!
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