El reloj marcaba las 7:19 de la mañana el 19 de septiembre de 1985, cuando la Ciudad de México fue sacudida por un sismo de magnitud 8.1. Aquella mañana, el cielo se nubló con el polvo de los escombros, y el silencio fue reemplazado por el llanto y el desconcierto. Las calles que antes vibraban con la vida diaria quedaron cubiertas de ruinas, y los corazones de millones de mexicanos se estremecieron al unísono. El terremoto no solo derrumbó edificios; también quebró familias, sueños y certezas.
Treinta y dos años después, en el mismo día, la ciudad volvió a temblar. El 19 de septiembre de 2017, con una magnitud de 7.1, otro terremoto sacudió la capital y sus alrededores. Esta vez, aunque la fuerza del sismo fue menor, su impacto emocional fue devastador. La herida del 85 aún estaba fresca en la memoria colectiva, y este nuevo desastre reavivó el dolor, recordándonos lo vulnerables que somos ante la naturaleza.
Ahora, en 2024, al cumplirse 39 años de aquel primer gran sismo, recordamos no solo la tragedia, sino también la resiliencia de un pueblo que nunca dejó de reconstruirse. Para muchos mexicanos, el 19 de septiembre es una fecha marcada con un nudo en la garganta, un día que nos recuerda lo frágiles que somos, pero también lo unidos que podemos estar.
La Ciudad de México sigue en pie, no solo gracias a su infraestructura, sino sobre todo por el espíritu incansable de su gente, que ha demostrado una y otra vez que, aunque el suelo tiemble, la esperanza jamás se derrumba.
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