La nefasta Layda Sansores sacó el perfil egocéntrico del tirano —tirana en este caso— que al estilo de un emperador romano, puede sentenciar como culpables a quienes considere, o exonerar e indultar a quienes su capricho decida…
El rostro de la nefasta y farsante gobernadora de Campeche, durante la minientrevista que concedió en las instalaciones del Senado de la República, donde la cuestionaron sobre el caso Lavalle Maury, muestra la contrariedad, el enojo e incluso hasta la desesperación, al no poder eludir referirse a un asunto que le ha incrementado en proporciones colosales su desprestigio.
“Tengo mis razones”, respondió ante los cuestionamientos sobre el porqué mantener en su cargo a un tipo reprobado por la propia presidenta Claudia Sheinbaum pues dijo que no lo contrataría, y cuando le recordaron que el exsenador panista está involucrado en graves hechos de corrupción, la anciana mandataria campechana lo calificó de “chivo expiatorio” y sostuvo con todas sus letras que es inocente.
No sorprende tal declaración. Muestra en toda su plenitud la arbitrariedad con que se ha conducido siempre y ratifica el perfil egocéntrico del tirano —tirana en este caso— que al estilo de un emperador romano, tiene la facultad de sentenciar como culpables a quienes ella considere, y de exonerar e indultar a quienes su capricho decida.
Se confirma entonces, una vez más, que Layda Sansores “no está bien”. Ni de sus facultades mentales o racionales, y mucho menos de su criterio político. Lo que ella califica como “sus razones” para mantener a Lavalle Maury en el cargo, en realidad no tiene mayor justificación que su monumental soberbia. Ella vive con la creencia de que jamás se equivoca. Y si por alguna razón sus decisiones parecen erróneas, se enterca en mantenerlas porque ella así lo decidió.
No se detiene la senecta gobernante en el análisis de los hechos. No le importa que con su conducta y sus decisiones, el proyecto político de su gurú, Andrés Manuel López Obrador, se destruya por esas muestras de incongruencia y de contradicción entre lo que pregonan y prometen, y lo que hacen una vez que llegan al poder.
Independientemente de las consecuencias políticas que esa actitud soberbia y altanera de la señora Sansores le traerán en lo sucesivo —ya los propios morenistas la tachan como traidora, entre otros epítetos— es de esperarse que el efecto se resienta con más fuerza a la hora de las votaciones, para expulsar del Palacio de Gobierno a los seguidores de la señora de las sinrazones, a fin de que otro proyecto político, sin ningún compromiso con ella, se encargue de exigirle cuentas, y hacerla pagar por los excesos en que incurrió, tanto ella, como sus incondicionales y lambiscones colaboradores que se han enriquecido hasta el cansancio.
Ese espíritu caciquil que la alimentó desde la infancia, y que le hizo creer que ella es dueña de vidas y haciendas, tal cual fue la conducta de su padre, debe ser extinguido para siempre de territorio campechano. No nos ha traído nada bueno, y sí por el contrario, nos avergüenza que el resto de los mexicanos se siga burlando de nosotros por tenerla como gobernadora.
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