Con la prepotencia, soberbia y arbitrariedad que la caracterizan, la farsante, cínica y mentirosa gobernadora Layda Elena Sansores San Román concluyó su prolongada, como estéril, defensa de su secretario de Desarrollo Económico, Jorge Luis Lavalle Maury, con una frase que seguramente la acompañará hasta el último día de su existencia: “Que digan lo que digan… las facturas que tenga que pagar las pago… así que todo y mi resto…”.
A nadie convenció la exposición que el titular de su Consejería Jurídica, el delicadito Juan Pedro Alcudia Vázquez, había planteado sobre la situación de los dos procesos penales que enfrenta Lavalle Maury, y sin citar los números de expedientes, juzgados en que se ventilan, jueces que llevan los casos, ni fechas en que se emitieron las presuntas resoluciones, pontificó que ambos procedimientos han concluido y que en ninguno se declaró culpable al exsenador panista.
Luego entonces, concluyó con su tersa y aflautada voz el abogado chilango: “Jorge no está inhabilitado para desempeñar cargos públicos, y por tanto es legal su nombramiento”.
¿Sí? ¿Y por qué lleva en la muñeca el localizador judicial? ¿Por qué aún no le reponen el pasaporte, que le permitiría viajar al extranjero? ¿Por qué no se ha oficializado que los procesos concluyeron? ¿Por qué, por qué, por qué?
Pero eso es todo lo que esperaba escuchar la perversa, hipócrita y senecta mandataria de su delicadito conserje jurídico. Y eso es lo que su mentecita atrofiada quisiera que creyéramos los campechanos: que Jorge Luis Lavalle Maury es un dechado de virtudes, que es víctima de linchamiento público, de calumnias e injusticias, y que ella es la redentora que purificará cualquier prietito que pudiera haber en el pasado de aquél a quien sus amigos conocen como Pashita.
La realidad de las cosas es que el entramado que se armó para hacer esa exoneración pública, esa especie de canonización a control remoto desde el cirquero set de producción del “Martes del Jaguar”, no tuvo los efectos deseados.
Es cierto. Los paleros que fueron invitados a presenciar la transmisión del programa, aplaudieron a rabiar cada una de las incongruencias y barbaridades que decía la anciana, y hasta corearon una y otra vez: “gobernadora-gobernadora-gobernadora” como para aplastar a quienes, desde fuera, observaban absortos, unos divertidos y otros de plano encabronados, ese espectacular como innecesario ridículo público.
Y es que, desesperada por obtener la aprobación popular a su aberrante nombramiento, Sansores San Román se esmeró en disfrazar con argumentos presuntamente jurídicos, la viabilidad de esa repudiada designación, pero olvidó el aspecto que más pesa en este caso, que es lo político, y sobre todo, la incongruencia entre el discurso que ahora esgrime la mentecata gobernante, y el que ha aplicado desde el principio de su gestión.
Es decir, Layda olvidó que Lavalle Maury aprobó la repudiada (por los obradoristas) reforma energética de Peña Nieto, y no sólo eso, distribuyó grandes carretadas de dinero para que otros senadores la aprobaran. Ese dinero, que fue visto por todos los mexicanos a través de las pantallas de televisión, sirvió para consumar una de las “traiciones” que más repudió en su momento el expresidente López Obrador.
No olvidemos que por aprobar la “reforma eléctrica” que impulsó el entones presidente López Obrador, la insensata gobernadora Sansores mandó tapizar varias paredes de la capital con las fotografías y nombres de los legisladores federales priístas y panistas, a quienes sin pensar tildó como “traidores a la patria”. ¿Acaso no se merece ese adjetivo su adorado Jorge Luis Lavalle Maury? O es que, una vez más, ¿ella sólo juzga a sus adversarios, pero absuelve a quienes tiene en su afecto?
Lo cierto de todo este embrollo, es que la gobernadora Sansores se enredó en su ardida defensa de una aberrante decisión. No convenció a nadie, tal vez ni a ella misma, pues su lenguaje corporal no coincidía con las palabras que salían de sus abotoxados labios. Su mirada insegura, palpitante y su sonrisa hueca, forzada, confirmaba una y otra vez que mentía. Su práctica común.
En un último recurso, se dijo víctima de misoginia y de linchamiento político. Ella, que toda su vida se la ha pasado condenando e insultando a sus adversarios, calificándolos como delincuentes, corruptos, rateros, traidores y delincuentes, ahora reclama con descaro el respeto al derecho a la presunción de inocencia. ¿Cuándo ella ha aplicado ese mismo criterio contra sus enemigos políticos, como Eliseo Fernández Montúfar? Jamás.
En otro acto de desesperación, como clamando misericordia a quienes le han cuestionado severamente sus caprichosas y arbitrarias decisiones, la anciana gobernanta expuso que “tenemos que ser más humildes y más tolerantes, aceptar por igual a quienes no piensan como nosotros” y ella, que condenó a 180 policías campechanos con que ya no podrán volver a ser contratados en ninguna corporación de seguridad, ahora clama que “todos merecemos una segunda oportunidad”. ¿Ella le dio esa segunda oportunidad a los policías? No. ¿Se las dará? Tampoco.
“No veamos hacia atrás, no veamos quiénes fueron, sino quienes pueden ser”, demandó incongruente la mandataria, olvidando a quienes persigue, hostiga y acosa a través de las instituciones que supuestamente deben impartir justicia, para encarcelar a quienes tienen el único delito de estar en la lista de sus adversarios políticos.
Y a falta de argumentos, ante la inutilidad de sus explicaciones y la incongruencia de sus clamores de “perdón” y de “segundas oportunidades”, no le quedó más que rubricar con la ya célebre frase: “No vale la pena seguirse desgastando con explicaciones… que digan lo que digan… las facturas que tenga que pagar las pago… así que todo y mi resto…”. La ignominia, el cinismo, la burla, la indecencia y la inmoralidad. Son sus cartas de presentación.
Y esa es Layda Sansores: la arbitraria, la prepotente, la farsante, la hipócrita, la convenenciera, la hija de un papi consentidor que siempre la dejaba salirse con su caprichito, la defensora de corruptos y traidores como Jorge Luis Lavalle Maury, la encubridora, la cómplice… Esa es Layda Elena Sansores San Román.
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