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SABOREANDO LA VIDA

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Sebastián Korczak

Domingo de la Resurrección: “Ha resucitado. No estás solo”

No tengo duda. Dios, en el que creo, está vivo y presente entre nosotros. A veces uno piensa que está solo y dejado a su propio destino, pero son momentos del “viernes de la oscuridad”. Nunca estás solo, Jesús te acompaña mientras caminas hacia el Padre. Hoy celebramos la Pascua con Él.

En el Evangelio de este día, antes de encontrarse con el Jesús Resucitado, los evangelistas hablan de la desorientación de los Apóstoles, de su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes e incertidumbres. Nosotros, como ellos, tenemos dudas y buscamos la fe en Cristo Resucitado, y a veces nada ni nadie nos convence.

Seguimos atrapados en el “viernes del Calvario y del Sepulcro”. Hemos de reconocer que Dios es un Padre fiel, digno de toda confianza, y nos dio una prueba irrefutable. Un Padre que nos ama más allá de la muerte, y sabemos que no nos defraudará. Le seguiremos llamando Padre con la fe más firme y cercana, como nos lo enseñó su hijo Jesús.

No hay duda de que nuestro Dios es amigo de la vida. Ojalá empecemos a entender mejor la entrega y la pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos. Comprendamos por qué Jesús anteponía la salud de los enfermos a cualquier norma o tradición religiosa. Siguiendo sus pasos, ¿curaremos la vida y aliviaremos el sufrimiento de los demás?

La pandemia ha sido una prueba del compromiso y solidaridad fraternal. ¿La has suspendido? ¿Pondremos la religión al servicio de las personas y no a intereses privados? Dios es la vida y hará todo para que no vivas en la oscuridad del “viernes y de la muerte”.

No hay duda de que Dios es justo y hace justicia a las víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio. ¿Seguiremos luchando contra el mal, la mentira y el odio? ¿Buscaremos siempre el reino de ese Dios y su justicia? Sabemos que es lo primero que el Padre quiere de nosotros.

Dios se identifica con los crucificados, nunca con los verdugos. Ojalá empecemos a entender por qué Jesús estaba siempre con los dolientes y por qué defendía tanto a los pobres, a los hambrientos y despreciados. ¿Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados por la sociedad y olvidados o lastimados (también) en el nombre de la religión? ¿Somos compasivos como el Padre del cielo?

Este Dios, que Resucita a su Hijo, estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Ahora comprendemos por qué nos invita a seguirle hasta el final, cargando cada día con nuestras cruces. ¿Seguiremos sufriendo por Él y por su mensaje de la Buena Nueva? No se trata de encontrar el camino más fácil, sino el de la felicidad. Estamos seguros que al final del camino nos espera el abrazo del Padre.

En Domingo de la Resurrección, puedes estar seguro que el hecho de creer en el Resucitado es no resignarnos a la felicidad. Dios no es un “Dios oculto y aislado” del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abrazos. Con certeza sabemos que lo encontraremos encarnado para siempre, gloriosamente en Jesús. Donde está Él no hay soledad, sino comunión. La Pascua es mucho más que Navidad, es reconocer que estamos acompañados en el camino por el Dios de la Vida. La resurrección de Jesús no es un dogma más o un acontecimiento milagroso que confesamos entre tantos, es la clave y fundamento de nuestra fe.

Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Un día feliz, los últimos serán los primeros, y los condenados en este mundo nos precederán en el Reino. En esta lucha no estás sólo.

Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor. En esta batalla tampoco estás sólo.

Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las “huellas” que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba, ni la despedida que entristece. En esta celebración no estás solo, Dios será todo en todos.

Para tener la seguridad en la fe y quitarnos las dudas en la Resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido al sepulcro, como María Magdalena y los Apóstoles. Cada uno de ellos lo hizo a su propio tiempo, según la historia de su vida. Es decisivo en este recorrido darnos cuenta de que no estamos solos. No olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.

Nuestra vida no es sólo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Jesús Resucitado nos enseña a confiar en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste ni tendrá que llorar. Por fin podremos ver a los que nos dejaron en este mundo. Ellos siempre están contigo.

Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar, no en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores. Lo hemos de buscar, no entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor, sino allí donde vamos construyendo comunidades que ponen a Cristo en su centro.

Si en tu comunidad te sientes solo y separado, es porque Jesús no está en primer lugar. Si Él está primero, todo estará en su lugar, decía san Agustín. Al que vive no lo encontraremos en una fe estancada y rutinaria basada en el derecho canónico y siendo puritana sin misericordia. Esa fe está gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de experiencia.

Busquemos una calidad nueva en nuestra relación con Jesús y en nuestra identificación con su proyecto. ¿En tu Iglesia, comunidad, está un Jesús apagado e inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad? Si es así, entonces es un “Jesús muerto”. No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es el que vive y hace vivir. Él te creó para vivir contigo para siempre, porque es un Dios de la vida. Ha Resucitado para que nunca estés solo ni en la vida ni en la muerte. ¡Feliz Pascua de la Resurrección!

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