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La vida después de un infarto

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Cristian Arciniega

El Universal

 

Hace unos meses, Luis Medina (de 69 años) se encontraba tranquilamente en casa cuando le dio un infarto. De inmediato, fue llevado a un sanatorio cercano para ser atendido y ahí lo remitieron al área de urgencias de un hospital, donde ingresó a cirugía para poder estabilizarlo.

Por fortuna, el procedimiento fue un éxito y, dos días después, pudo regresar a su hogar. Aun cuando ha pasado tiempo desde aquel percance, los médicos todavía le prohíben realizar actividades que requieran mucho esfuerzo o cargar cosas pesadas. Solamente se le permiten caminatas moderadas de 30 minutos al día.

Hasta ahora, su salud se mantiene en buen estado debido a que ha seguido al pie de la letra las recomendaciones de los doctores, entre ellas, cambios en su dieta y seguimiento puntual de su tratamiento. Periódicamente acude al hospital para someterse a análisis de rutina, así como a pruebas de esfuerzo.

En nuestro país, el riesgo de morir a consecuencia de un infarto es alto. De acuerdo con el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), las enfermedades del corazón se encuentran entre las tres principales causas de muerte en México (primer lugar en mujeres y segundo, en hombres).

Del total de defunciones ocasionadas por estas afecciones (226 mil 703 en 2021), el 78.2% pertenece al tipo isquémico, es decir, asociadas a la reducción del flujo sanguíneo al corazón por bloqueo parcial o total de las arterias, situación que conduce a un ataque cardiaco.

 

CUANDO EL CORAZÓN COLAPSA

“El infarto se ocasiona por la obstrucción de una de las arterias del corazón, a las cuales se les denomina coronarias. En principio, se tapan por la acumulación de grasa de muchos años. Entonces se va reduciendo la luz de esas arterias hasta que, al final, viene un trombo o coágulo y las bloquea”, explica Gabriela Borrayo Sánchez, presidenta de la Asociación Nacional de Cardiólogos de México (Ancam).

La obstrucción de esas arterias, según la Fundación Española del Corazón, puede deberse a factores como la hipertensión arterial, la obesidad, tener altos niveles de colesterol o triglicéridos, llevar una vida sedentaria, consumir tabaco o ser de edad avanzada.

“Antes de los 50 años se infartan tres hombres por una mujer, pero al llegar a la quinta década de vida se incrementa el porcentaje de mujeres debido al síndrome climatérico, el cual se vincula con la menopausia”, revela el doctor Francisco León Hernández, cardiólogo y expresidente de la Ancam.

La supervivencia del paciente, así como el grado de afectación al corazón después del ataque, depende de distintos factores. Uno de ellos es el tamaño de la arteria que se obstruya. De acuerdo con especialistas, si se trata de la más grande que tiene este órgano, la persona no sobrevivirá a ese episodio.

“Hay posibilidad de que el mismo organismo del paciente destruya el coágulo de manera natural. También marca la diferencia acudir a un servicio de urgencias donde le den un medicamento para disolverlo o lleven a cabo un procedimiento para abrir la arteria de manera mecánica, con un catéter y una mallita”, señala la también líder del programa “A Todo Corazón, Código Infarto” del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Lo ideal es atender al paciente dentro de la denominada “hora dorada”, pues los primeros 60 minutos (que pueden extenderse hasta 120) son determinantes para su futura condición. Ante síntomas como: dolor o presión en el pecho, molestias en el brazo, sudor frío, falta de aire, náuseas o aturdimiento, las personas deben dirigirse, de inmediato, al área de urgencias de un hospital.

 

EN PROCESO DE RECUPERACIÓN

La rehabilitación de pacientes que sufrieron un infarto puede empezar desde las primeras 24 horas si recibieron una atención oportuna. Los ejercicios respiratorios se encuentran entre las primeras tareas recomendadas de los médicos, para posteriormente comenzar a movilizar las extremidades. En las primeras 72 horas, la deambulación dentro del hospital también resulta de gran ayuda.

“Posteriormente se aconseja empezar a hacer actividad aeróbica, y en las siguientes cuatro semanas se deben someter a una prueba de esfuerzo. Lo anterior debe ir de la mano de apoyo psicológico, de seguimiento nutricional y de un control de los factores de riesgo.

“Si el daño al corazón no es mayor al 40% y la persona lleva a cabo la rehabilitación cardíaca, es posible llegar a hacer una vida normal, que incluya ejercicio, como caminar o trotar hasta 30 o 60 minutos al día”, señala la cardióloga Gabriela Borrayo Sánchez.

A través de estudios como el electrocardiograma, el ultrasonido o la resonancia magnética se puede identificar de manera sencilla la afectación al corazón. Realizar alguna de estas pruebas no sólo ayuda a conocer el estado del paciente, sino también a valorar sus opciones de tratamiento.

 

EFECTOS DE UN ATAQUE CARDÍACO

Cuando ocurre un infarto, hay muerte en las células del corazón debido a la falta de riego sanguíneo. Por ello, entre más tiempo pase para disolver el coágulo, más tejido se pierde.

“Si se abre rápidamente la arteria, sólo una pequeña porción de este órgano se va a infartar. “Aun cuando habrá muerte de células, la mayoría se van a rescatar. Por ende, una parte del corazón no se contraerá, es decir, no hará el efecto de bombear la sangre”, apunta Guering Eid-Lidt, quien es jefe de Servicio de Hemodinamia del Instituto Nacional de Cardiología “Ignacio Chávez”.

Sobrevivir a un infarto puede dejar secuelas considerables. De acuerdo con la Fundación Española del Corazón, si el infarto es muy extenso se puede sufrir de por vida insuficiencia cardiaca, pero si es de pequeña extensión, es posible llevar una vida normal siempre y cuando se controlen los factores de riesgo para evitar un nuevo ataque.

“La consecuencia más importante a largo plazo es que el paciente quede con insuficiencia cardiaca, es decir, que el corazón no bombee sangre de la manera que debería, por lo que su capacidad funcional quedará limitada”, indica el cardiólogo.

Algunos cambios en el estilo de vida, como bajar de peso, hacer ejercicio periódicamente, reducir la sal en la dieta y controlar el estrés, pueden mejorar la calidad de vida de los pacientes con esta condición y evitar síntomas como falta de aliento, debilidad o latidos acelerados. “El daño es tan importante que el corazón puede manifestarlo también con arritmias, es decir, problemas en el ritmo cardíaco. Con el deterioro se forman coágulos dentro de este órgano y, con las arritmias, se pueden ir al cerebro y ocasionar un infarto en éste.

“Uno de cada cinco pacientes que sufren un infarto no sobreviven por lo general. Otros dos pueden fallecer si no se les atiende de manera rápida con el medicamento intravenoso o la cirugía; mientras que los otros dos quedan con daño permanente si no reciben atención oportunamente”, advierte Gabriela Borrayo Sánchez, coordinadora de Innovación en Salud en el Instituto Mexicano del Seguro Social.

 

QUE EL CORAZÓN SIGA LATIENDO

De acuerdo con los especialistas, sí es posible llevar una vida casi normal después de sufrir un ataque cardíaco, siempre y cuando se haya acudido de forma inmediata a un centro de salud. Los principales cambios en el estilo de vida de las personas afectadas tienen como objetivo evitar un nuevo ataque cardíaco.

“Abrir la arteria y disolver el coágulo es apenas el inicio del tratamiento. Hay que llevar una alimentación en salud, lo cual es diferente a hacer dieta. Se debe favorecer el consumo de pescado, pollo sin piel, legumbres, frutas, y comer menos carbohidratos como pastas y cereales. Además, hay que realizar ejercicio cardiovascular: caminadora, correr, andar en bici o nadar”, recomienda el jefe del Servicio de Hemodinamia del Instituto Nacional de Cardiología “Ignacio Chávez”.

Un aspecto fundamental del tratamiento es identificar los factores de riesgo cardiovascular que condujeron al infarto y controlarlos. Entre las principales causas se encuentran la obesidad, diabetes, hipertensión arterial, herencia familiar, tabaquismo y llevar una vida estresada (algunos episodios de tensión pueden detonar el ataque cardiaco).

“Aquellos pacientes con enfermedad cardiovascular deberán tomar sus medicamentos por el resto de la vida en el 90% de los casos. De igual modo, los adultos mayores deben ser vigilados para que cumplan de manera puntual con el tratamiento farmacológico”, dice el cardiólogo Francisco León Hernández.

La vida después de un infarto no es la misma. Se convierte en una nueva oportunidad para seguir disfrutando de la familia y el entorno, además de que debe crear conciencia sobre los hábitos cotidianos de salud y el cumplimiento cabal de un tratamiento médico, los cuales no sólo tienen como propósito garantizar una mejor calidad de vida, sino también prevenir un nuevo infarto.

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