Solemnidad de la Natividad del Señor
Sebastián Korczak
“¿Dónde está este niño?”
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 1-14
Por aquellos días, el emperador Augusto promulgó un decreto ordenando que hiciera el censo de los habitantes del imperio. Este censo fue el primero que se hizo durante el mandato de Quirino, gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse a su ciudad de origen. También José, por ser de la descendencia y familia de David, subió desde Galilea, desde la ciudad de Nazareth, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta.
Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. Había en aquellos campos unos pastores que pasaban la noche en pleno campo cuidando sus rebaños por turnos.
Un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Entonces sintieron mucho miedo, pero el ángel les dijo: “No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para ustedes y para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y de repente se reunieron con el ángel muchos otros ángeles del cielo, que alababan a Dios diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!”.
Llegó la Navidad. Oportunidad para recordarnos que tenemos un Dios que se hace hombre. ¡Qué alegría tan inmensa! Indudablemente la fiesta que mayor repercusión ha alcanzado y tiene en la vida exterior de la gente: villancicos y belenes, distintas costumbres populares, felicitaciones, “christmas”, árbol de Noel y cenas de Navidad.
Según algunos se trata, en buena parte, de un deseo secreto de recuperar la infancia perdida. El hombre moderno está necesitado de ternura y protección. La vida se le hace demasiado dura y despiadada, y más con la realidad de la pandemia. Es muy fuerte la contradicción entre la realidad penosa de cada día y el deseo de felicidad que habita al ser humano.
Por eso, al terminar la Navidad, son bastantes los que sienten el sabor agridulce de una fiesta fallida o inacabada. Por otra parte es fácil observar que tras el derroche, las cenas abundantes y la fiesta, se encierra una fuerte dosis de nostalgia. Se canta la paz, pero no es posible olvidar las guerras y la violencia. Nos deseamos felicidad, pero nadie ignora la crisis y las desgracias. Se hacen gestos de bondad, pero no se puede ocultar la crueldad y la insolidaridad.
Nuestros deseos navideños están muy lejos de hacerse realidad. Sin embargo, una experiencia común aflora estos días en el corazón de muchos: el mundo no es lo que quisiéramos. Creyentes y no creyentes, hombres ilustrados y gente sencilla, todos parecen percibir que el ser humano está reclamando algo que no es capaz de darse a sí mismo. Tengo la impresión de que la Navidad es la fiesta que mejor puede ser compartida por todos, cualesquiera que sean nuestras convicciones o nuestras dudas, pues en el fondo todos captamos que nuestra existencia frágil y desvalida está necesitada de salvación.
Un espíritu mezquino podrá decir que tales costumbres son en sí reprobables, pero si hacemos alegrías cuando nace uno de nosotros, ¿qué haremos cuando nace Dios? Cuando una familia se alegra cada vez que una nueva cuna se mece en la casa, ¿cómo no ha de hacer fiesta solemne la familia del pueblo de Dios, la Iglesia, cuando celebra el nacimiento de su Señor y Salvador y lleva esta alegría dulce e íntima a la vida familiar y social? Necesitamos expresar la esperanza que nos trae este inocente Dios envuelto en los pañales.
Según el relato de Lucas, es el mensaje del Ángel a los pastores el que nos ofrece las claves para leer, desde la fe, el misterio que se encierra en un niño nacido en extrañas circunstancias, en las afueras de Belén.
Es de noche. Una claridad desconocida ilumina las tinieblas que cubren Belén. La luz no desciende sobre el lugar donde se encuentra el niño, sino que envuelve a los pastores que escuchan el mensaje. El niño queda oculto en la oscuridad, en un lugar desconocido. Es necesario hacer un esfuerzo para descubrirlo. También hoy, no basta con la música, platillos y regalos; debemos encontrar a este niño en nuestro hogar. Él ha de tener su lugar en las oscuridades de nuestras familias, bolsas de regalos y mesas. ¡Que brille Él con su esplendor e inocencia!
Estas son las primeras palabras que hemos de escuchar: “No tengan miedo. Les traigo la Buena Noticia: la alegría grande para todo el pueblo”. Es algo muy grande lo que ha sucedido. Todos tenemos motivos para alegrarnos. Ese niño no es de María y José, ni solo de la Iglesia. Nos ha nacido a todos, no es solo de unos privilegiados, es para toda la gente de buena voluntad.
Los creyentes no hemos de acaparar estas fiestas. Jesús es de quienes lo siguen con fe y de quienes lo han olvidado. De quienes confían en Dios y de los que dudan de todo. Nadie está solo frente a sus miedos. Nadie está solo en su soledad, enfermedad… Hay Alguien que piensa en nosotros. Así lo proclama el mensajero: “Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”. No es el hijo del emperador Augusto, dominador del mundo, celebrado como salvador y portador de la paz gracias al poder de sus legiones.
El nacimiento de un poderoso no es buena noticia en un mundo donde los débiles son víctimas de toda clase de abusos. Al contrario, este niño nace en un pueblo sometido al Imperio. No tiene ciudadanía romana y nadie espera en Roma su nacimiento, pero es el Salvador que necesitamos. No estará al servicio de ningún César, no trabajará para ningún imperio, solo buscará el reino de Dios y su justicia. Vivirá para hacer la vida más humana. En él encontrará este mundo injusto la salvación y el rostro humano de Dios.
¿Dónde está este niño? ¿Cómo lo podemos reconocer? Así dice el mensajero: “Aquí tienen la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. El niño ha nacido como un excluido. Sus padres no le han podido encontrar un lugar acogedor, su madre lo ha dado a luz sin ayuda de nadie. Ella misma se ha valido, como ha podido, para envolverlo en pañales y acostarlo en un pesebre.
En este pesebre comienza Dios su aventura entre los hombres. No lo encontraremos en los poderosos sino en los débiles y necesitados. No está en lo grande y espectacular, sino en lo pobre y pequeño. Hemos de escuchar el mensaje: vayamos a Belén; volvamos a las raíces de nuestra fe. Busquemos a Dios donde se ha encarnado. ¡Felices fiestas de Navidad! Dios se hizo hombre para que nosotros estemos más cerca de Dios.
*Término hebreo que en la Biblia significa tiempo, palabra y acción (palabra/hecho). Palabra creativa que es sinónimo de sabiduría, porque tiene el potencial de diseñar, construir el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros. Dabar-Palabra es sobre todo Jesucristo, en quien la comunicación de Dios tiene su expresión extensiva e intensiva. La vida es el lugar en el que la Palabra debe de ser meditada, interpretada y actualizada. Que la Dabar nos guíe a la felicidad y nos oriente a darnos hacia los demás.
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