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Sebastián Korczak

Silencio, único amigo que nunca traiciona

Creo que todos tenemos al menos una experiencia del silencio absoluto, total, inmenso y envolvente. Silencio que al inicio ha sido tal vez aterrador, pero con cada respiro se hizo más calmante. Sin duda, son experiencias místicas e inolvidables, hacen reflexionar sobre la necesidad del silencio en nuestras agitadas vidas.

Los estudios psicológicos e investigaciones modernas, cada vez más afirman que el hombre actual requiere momentos del silencio. Si no, se produce más intensa la hormona del estrés y agresividad, y disminuye la percepción de empatía y empeora, en general, el funcionamiento del cuerpo y el cerebro humano.

Es notorio que nuestras vidas están llenas de ruidos. Por todos los lados nos rodean los sonidos de diferente intensidad, tanto en el día como en la noche. De ninguna manera podemos separarnos de la cacofonía de sonidos. Aún más, nos estamos añadiendo y buscando otros más: la televisión todo el día, música en audífonos en camino al trabajo, esperando al doctor, etc.

Sin duda, en el mundo de hoy estamos “sobre estimulados” en todos los sentidos, sobre todo de vista y de oídos. Entiendo que a veces es muy difícil desconectarse del mundo exterior, pero, ¿por qué nosotros mismos nos proporcionamos más ruido todavía? ¿Por qué no sabemos pasar, aunque sea un rato, en silencio? Parece que el silencio nos incomoda y hasta nos da miedo.

Es curioso que nos quejemos tanto de los ruidos del taladro del vecino, de sus fiestas ruidosas, de los vendedores ambulantes, del perifoneo y las calles llenas de bocinas ruidosas de todo tipo de música. No nos gusta todo eso, pero a la vez no podemos apagar la tele o silenciar el teléfono. La respuesta es sencilla: en el silencio podríamos escucharnos a nosotros mismos. Es una paradoja, pero esto es lo que más nos atemoriza.

Desde los primeros segundos del silencio, la respiración se calma y respiramos más conscientemente. Empiezan a pasar por nuestra cabeza todos los pensamientos importantes, y no tanto. Sin embargo, después de unos instantes, cuando ya pase todo el mundo de recuerdos e ideas por nuestra cabeza, nos quedamos solos. Únicamente tú y tu “yo”. Sólo tú y “tu cerebro” y “tu corazón”.

Y si no sabemos estar en silencio, si todo el tiempo tenemos que aparentar, parlotear, jugar y juzgar, eso quiere decir no queremos escucharnos a nosotros mismos. ¿Tal vez no nos caemos bien o tenemos cosas pendientes y no resueltas con nosotros mismos? Estar en silencio consigo mismo exige no sólo la valentía, sino el valor de aceptarse a sí mismo. Aceptar todos tus pensamientos, sentimientos y actitud hacia ellos.

Necesitamos el silencio para vernos en un espejo, saber acercarnos a nuestro “yo” tal como es, en su autenticidad. Tenemos que relacionarnos con nosotros mismos. Estar en silencio significa aprender a estar con mis ideas, calmar mi mente, permitir que mis pensamientos fluyan, escuchar a mi corazón herido o feliz.

El silencio es el único lugar donde puedo escuchar todo esto, escucharme a mí mismo. Ni la más bella música me puede sustituir la voz interior de mí mismo, la voz de Dios. El silencio es el camino para el desarrollo personal, para concientizar nuestras necesidades.

Lamentablemente, usamos el silencio como un castigo: “No hablo contigo, porque no te lo mereces”, decimos. Si el niño se porta mal o no cumple nuestras expectativas, un padre lo castiga (conscientemente o no) con su silencio. De esta manera le manda un mensaje que no es “este niño bueno que debería ser”. El niño no entiende del todo lo que está pasando, pero ya para siempre tratará el silencio como una penalización. Por ende, en su vida adolescente evitará siempre el silencio y lo tratará ahogar. Se complicará el desarrollo de sí mismo, le costará estar en silencio.

El hombre actual parece una herramienta multifuncional que todo el tiempo tiene que hacer algo. Lo hace rápido, sin disfrutar, sin reflexionar y en ruido. Lo hace así porque el mundo lo exige así. Para ver el siguiente capítulo de mi telenovela, tengo que cocinar, poner la lavadora, responder a los e-mails, WhatsApp, etc.

El silencio parece un castigo. Si no tengo que hacer nada, estar solo y en silencio, entonces fracasé en algo. No tengo amigos, gestioné mal mis actividades, no aproveché bien mi tiempo.

Una vez una señora en la parroquia se acercó al padre para pedirle perdón, porque en la adoración del Santísimo se acabaron las letanías y oraciones en voz alta. Cuando todos por fin se quedaron callados, ella, que organizó la adoración, se sintió culpable porque le quedó tiempo de silencio ante Dios sacramental.
Algo estamos haciendo mal. El silencio es un signo de debilidad, del tiempo mal aprovechado. Demasiadas palabras y ruidos nos quitan la posibilidad del verdadero encuentro.

El silencio es también no decir nada cuando no hay nada que decir. Todos quieren opinar, parece que somos expertos en todo. Por supuesto que es difícil no hablar, pero el silencio no es un signo de mala educación, es una capacidad de estar con la otra persona sin decir nada. El silencio es no hacer un desorden con tus palabrerías al espacio sagrado entre dos personas.

A veces el silencio vale más que mil palabras. Ojalá lo aprendieran nuestros políticos. Parece que si más gritan, tienen más razón. Parece que el más popular es quién “hace más ruido”, pero no con sus argumentos, sino porque interrumpe y eleva su voz más fuerte. Es fácil hablar precipitadamente, reaccionando a emociones fuertes, pero esas reacciones con frecuencia nos conducen tanto a nosotros, como a otros, a lugares de dolor e injusticia. L. Van Bethoven dijo: “Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”.

Necesitamos a los hombres que valoren el silencio y calma en todos los aspectos de nuestras vidas. No obliguemos a los demás a estar en mi ruido: al vecino de mi música alta, en las pláticas privadas que nos escuchen todos en el restaurante o tienda. No tenemos que “gritar” escribiendo todo lo que hacemos en el Facebook. Estas son otras formas que demuestran que no logramos madurar. Queremos invadir con nuestros “ruidos superficiales” el silencio de la vida de los demás.

Sin duda, el silencio es un lujo y no es para todos. Nos falta la madurez para aceptarlo. M. Davis con razón dijo: “El silencio es el ruido más fuerte, quizás más fuerte de los ruidos”. El silencio nos da miedo y parecemos unos perdedores cuando nos callamos, no decimos nada o no publicamos nada en las redes. En el fondo es un problema grave, porque si no queremos estar en silencio, quiere decir que tememos pasar el tiempo con uno mismo.

Nos damos miedo, no nos queremos ni apreciamos lo que somos, lo que sentimos y lo que hacemos. Nos importa más la opinión del otro que la verdad sobre mí mismo. Es un dato investigado por los psicólogos de la Universidad de Harvard, donde las personas que tienen muy baja su autoestima nunca se sentirán en la zona de confort en su silencio. Tienen miedo de descubrir las fuentes y orígenes de sus miedos y mentiras, prefieren vivir más la vida de los demás y ser aparentemente correctos. Lo más duro es que nunca en su vida se conocerán, desaprovecharán el regalo maravilloso que Dios nos dio, regalándonos la única y auténtica vida que nos toca a vivir.

El silencio no quiere decir “no hacer nada”, es un diálogo contigo mismo, escuchar y aprender del pasado, saber analizar el presente y poder tomar las mejores decisiones para el futuro. Eso requiere estar en silencio para poder conocerse; es un trabajo duro, de mucho sacrificio y de batallar en el camino. A veces el silencio no te da respuestas inmediatas, pero sin duda te proporciona la paz interior, estar de acuerdo contigo mismo, la inspiración para seguir buscando las respuestas.

Estar en silencio te ayudará a abrirte a los demás, porque te darás cuenta del misterioso, desconocido, mundo de cada persona. Lo irás descubriendo en los momentos de tu silencio. El mundo interior, espiritual, es un misterio porque se refiere a ti y a un ser infinitamente mayor en su divinidad. Dios nos creó tan diferentes. El silencio desde hace siglos es una misteriosa y muy personal forma de comunicarse con Él: “el silencio de Dios es un susurro en tu alma”.

El cardenal R. Sarah, originario de República de Guinea, el prefecto para la Congregación del Culto Divino, dijo en su entrevista sobre el libro ‘La fuerza del silencio: Contra la dictadura del ruido’: “En el corazón del hombre existe un silencio innato, pues Dios habita en lo más íntimo de cada persona. Dios es silencio y ese silencio divino habita en el hombre. En Dios estamos inseparablemente unidos al silencio. Dios nos sostiene y si guardamos silencio viviremos con Él en todo momento. Nada nos permitirá descubrir mejor a Dios que su silencio grabado en el centro de nuestro ser. ¿Cómo vamos a encontrar a Dios si no cultivamos ese silencio?”

Guardemos y cuidemos este espacio tan privado y bello que es el silencio. Es tu lugar para conocerte a ti mismo, relacionarte contigo y con los demás. Y sobre todo, es un lugar de tu irrepetible y maravillosa intimidad con Dios. Que nadie y nada te lo quite, porque “el silencio es la manera como Dios habla, solo si nosotros escuchamos”.

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