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Sebastián Korczak

Del fascismo al “putinismo”

Sorprendieron las palabras de Vladimir Putin sobre la necesidad de “desnazificar” Ucrania, que son motivo de la guerra entre dos países vecinos, desde el pasado 24 de febrero. En su discurso de las 5:30 horas de Moscú, afirmó que decidió unilateralmente “llevar a cabo una operación militar especial… y luchar por la desmilitarización y desnazificación de Ucrania”. Pero, ¿cómo podría Ucrania ser ejemplo de nazismo o algún tipo de fascismo?

Tras la Revolución de Maidán, en 2014, el país hizo una gran labor por construir una sólida democracia liberal, aspirando a los estandartes de la Europa Occidental. Volódimir Zelenski, quien fue elegido presidente siendo candidato de un partido de moderado centro (o sea, sin ningún tipo de aspiraciones nacionalistas), proviene de una familia judía que perdió a varios miembros en el Holocausto. Así, ¿cómo no tildar de absurdos los argumentos de Putin sobre la “Ucrania pronazi”?

A lo mejor por ello Putin, para tener apoyo de su pueblo, invocó el único mito que une e identifica políticamente a su nación, al que incluso aluden como la “Gran Guerra Patriótica”. Así llaman a la Segunda Guerra Mundial, conflicto bélico del siglo pasado del que se vanaglorian de la hazaña de héroes militares que “defendieron a su país de la Alemania nazi”. Y en un exceso de autoridad, presentó su “operación especial militar” contra Ucrania, como la continuidad de la defensa de los suyos ante los nazis. ¡Qué enorme mentira!

Basta recordar que también, durante el Maidán, Rusia atacó a Ucrania alegando que era “un país de facto fascista”, y manipuló el papel de la ultraderecha ucraniana en las protestas en contra de Janukowicz y de la vida postrevolucionaria del año 2014. Posteriormente, al presidente Poroshenko (2014-2019) y a su gabinete los presentó como continuadores del nacionalismo ucraniano de los 40’s en los medios de comunicación rusos —todos al servicio del Estado—.

Acusaban que en Ucrania gobernaban fascistas y que su política era neonazista, pero si lo analizamos objetivamente, ¿no es más fascista la Rusia de Putin?
Al menos durante estos últimos ocho años, Ucrania hizo un gran esfuerzo de democratizar las instituciones y combatir las típicas patologías de la sociedad postsoviética —como lo era la infinita influencia de los oligarcas rusos en lo político y económico—. En sentido contrario, la Rusia de Putin ha operado un Estado autoritario, que si bien en sus inicios quiso aparentar ser democrático, se ha convertido en una dictadura.

Va un poco de historia. En el año 2008, Putin cambió la Constitución para poder seguir gobernando; dejó el poder presidencial de su tercer mandato al D. Miedwiediew, pero se mantuvo como primer ministro… ¡hasta la fecha! Las grandes protestas del año 2011, en que salieron a las calles millones de personas a exigir la anulación de las manipuladas elecciones parlamentarias, en las que se adjudicó la mayoría absoluta en Duma, fueron neutralizadas, al igual que todas las posibles alternativas políticas en contra de su política gubernamental.

Innumerables represiones se reportan desde entonces contra los opositores políticos, además de que se subordinó a todos los medios de comunicación. Hace unos días se cerró la televisión “Dozd” y la radio libre “Eco de Moscú”. Queda sólo “Nowa Gazeta” —registrada bajo “agentes extranjeros”—, aunque cada vez está más limitada.

Los medios que no acatan la línea del Kremlin son estigmatizados, y sus dueños y familias son arrestados y reprimidos. El control gubernamental de la comunicación se extiende hasta con el Internet, y la decisión de cerrar cualquier portal queda a disposición de la Procuraduría, sin necesidad de ningún juicio, bajo el argumento de que “ofende la moralidad pública, el estado, los símbolos, la Constitución y afecta a la Federación Rusa”.

Y para mantener el control del pueblo, se utiliza también a la Iglesia Ortodoxa para explotar la creencia de que la obediencia al poder autoritario es necesaria. Rusia es, sin duda alguna, una dictadura extrema, un país fascista de élites con mentalidad nazi. El profesor de la Universidad de Nueva York, de origen ruso, Michail Jampolski, escribió en 2015: “Rusia usa el lenguaje quasi-fascista, rechaza todo lo que pueda parecer a la debilidad, feminidad, democracia liberal u homosexualidad”. De igual forma, el exdirector del Instituto de las Relaciones Internacionales, Andriej Zubow, definió a su país como una “corporación tipo fascista, envuelto en la ideología stalinista”.

El Estado está identificado con un líder autoritario. Las elecciones no sirven para cambiar, sino para confirmar su lealtad al Gobierno. Cualquier posible oposición está considerada como un enemigo. Por ello, lo único que se espera de la sociedad es su apoyo al Gobierno. Todos los organismos sociales, políticos o económicos independientes han sido pacificados e incluidos al sistema gubernamental. ¿Absolutismo?

La propaganda ultranacionalista sobre la amenaza neoliberal occidental culpa, absolutamente de todo, a los países de Occidente, por no querer retirar la tropas de la OTAN hasta las líneas de 1997, y querer mantener su influencia en la parte central y oriental de Europa.

Ese mismo discurso se utiliza para revertir el resentimiento popular, después de la caída de la Unión Soviética. El mismo Putin dijo que el peor acontecimiento del mundo moderno es la caída del Imperio Soviético, debido a que “la OTAN no cumplió ninguna de sus promesas de no ampliar el Pacto Atlántico más al Oeste de Europa”.

Una cosa es cierta del putinismo: su sistema es un enemigo de la libertad, la democracia y los valores. Su nacionalismo extremo no respeta el derecho de autorrealización y desarrollo de las exrepúblicas soviéticas. Simplemente lo considera peligroso para su dictadura, por lo que hasta que no caiga el mito del “putinismo”, continuará siendo una amenaza y origen de conflictos para sus vecinos.
Con esa conducta e historial, ¿quién es el nazista-fascista?

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