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Jorge Gustavo Sansores Jarero

¿A favor o en contra?

Votar porque siga el Presidente da lo mismo. Al final sólo debe de concluir su mandato y listo. Sufragar para que no siga es igual, pues se colgará de la Constitución para terminar su periodo gubernamental, además que le servirá para justificar el enorme gasto de mil 567 millones de pesos que nos cuesta el ejercicio. Hay quienes aseguran que lo mejor es abstenerse, pues con eso queda más claro para lo que realmente sirve lo que tanto nos está costando.

Incluso, en las redes sociales hubo encuestas sencillas en las que preguntaban si la ciudadanía iría a votar este domingo, y las respuestas por mayoría eran un rotundo “no”. Y no hablo de pocas respuestas negativas, sino que 9 de cada 10 personas se negaban a participar. Otra cosa es que no lo hagan, y viceversa.

Sin embargo, aunque hubiera el porcentaje de votantes, con el resultado que fuera, no dejo de insistir en que el periodo de mandato presidencial tiene un tiempo marcado en la Constitución, y tampoco creo en las teorías de que vayan a modificar la Carta Magna para reelegir al Presidente, como tampoco considero que México vaya directo a una dictadura.

Tan bien y tan claro tiene López Obrador que la revocación de mandato no funciona, y que prefiere dejar la silla de Palacio Nacional, que apenas hace una semana dio a conocer a sus posibles sucesores dentro del partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Sabe que terminará su sexenio, porque desde ahora coloca sus fichas para la elección del 2024.

A dos años de dejar el poder —con o sin  revocación de mandato—, como lo dicta la Constitución, el presidente Andrés Manuel López Obrador ya lanzó sus cartas rumbo a la sucesión presidencial y abrió posibilidades para cuatro morenistas, lo que comienza a separar a los grupos de Morena y perfilar las preferencias internas y externas. Claro, también le ofrece oportunidades a la oposición.

Por un lado aparece la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo, quien tiene el afecto directo del Presidente, o al menos eso es lo que han dejado entrever. No es poca cosa que Sheinbaum Pardo haya sido la oradora oficial en la inauguración del Aeropuerto Internacional “Felipe Ángeles”, incluso que como servidora pública encabece manifestaciones para promocionar la reforma eléctrica, cuando eso no le corresponde como mandataria capitalina.

Para los seguidores de Sheinbaum Pardo, la única piedra en sus zapatos es el vergonzoso episodio del Colegio Rébsamen durante el sismo de 2017 en CDMX, donde murieron 17 niños y siete maestras, cuando precisamente Claudia era la jefa delegacional de Tlalpan y jamás cumplió con las verificaciones de protección civil en ese y otros edificios de la zona.

Y aunque el Presidente ha intentado limpiar la imagen de su alfil a la candidatura, en su momento el fuego amigo morenista —y de otros partidos— le hará muchos recordatorios a los mexicanos, dejando mal y de malas a la aún jefa de Gobierno de CDMX.

En otro contexto aparece Marcelo Luis Ebrard Casaubón, aún secretario de Relaciones Exteriores (SRE) y también cercano a López Obrador, quien mantiene una política exterior prudente, y ha hecho aliados y amigos en varios bandos, de izquierda y de derecha, pero sobre todo en el extranjero.

Ebrard Casaubón tiene los afectos de mandatarios extranjeros, sin importar la tendencia política, lo que le confiere mayor soporte político y económico a su interés por la Presidencia, a diferencia de Claudia Sheinbaum, que ha proyectado una imagen parca y cerrada a un solo grupo interno de Morena —y del Presidente—, sin ir más lejos.

Sin embargo, Marcelo Ebrard tiene encima el fantasma de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, plagado de errores en su construcción y con graves acusaciones de corrupción cuando fue jefe de Gobierno capitalino, lo que será la principal arma de sus contrincantes —internos y externos— para buscar la candidatura.

Pero Ebrard Casaubón ha sabido hacer a un lado el tema y se lo dejó a los expertos en comunicación política, además que tiene más carrera y mejor perfil, y con inteligencia y astucia desvía los temas que pueden comprometerlo hacia otros lares, como ha sucedido durante la actual administración federal. Marcelo Luis sonríe, bromea, responde a cuestionamientos con mirada y lenguaje sereno. Es político.

Quien también ha buscado el lugar protagónico, pero aún no logra obtenerlo, es el senador Ricardo Monreal Ávila. Sus intentos le han dado buenos resultados, y no podemos pasar por alto que es el presidente de la Junta de Coordinación Política (Jucopo) en el Senado, pero no cuenta directamente con el respaldo del grupo cercano al jefe del Ejecutivo Federal. Al menos no visiblemente, tal vez muy en el fondo y por otras negociaciones.

Monreal Ávila ha logrado una cuota de poder inmensa, pero su imagen sigue encerrada en el interior de la Cámara alta en el Poder Legislativo, aunque aún tendrá tiempo para definir estrategias, tal vez dejar el Senado y buscar la candidatura para ocupar la silla presidencial.

Quizá ese lugar le sirve de mucho para pedirle al líder moral de Morena que lo tome en cuenta para la candidatura, pues en caso de no tener un lugar en la terna lo amagará para sacarle adelante algunas reformas, y si bien no le otorgan la candidatura a la Presidencia de la República por Morena, cuando menos le podrán asegurar muy buen puesto en la siguiente administración.

Por último, el Presidente lanzó al ruedo a su paisano —tabasqueño— y amigo Adán Augusto López Hernández, que a decir verdad, desde su posición como secretario de Gobernación poco o nada ha logrado para impulsar una candidatura, incluso parece que la Presidencia no es de su interés.

De no ser porque en últimos días realizó diversos viajes para promover la reforma eléctrica de López Obrador, hasta hace un mes el secretario López Hernández había manejado bajo perfil político. Tal vez lo hacía para no manchar su ahora sí salpicada imagen personal y política.

Y de haberse mantenido al margen de temas electorales, ahora quedó demasiado expuesto también con la revocación de mandato. Incluso, su “defensa” a favor de López Obrador en temas nacionales en ocasiones había sido muy “ecuánime”. Ya no, ahora se le ve muy efusivo.

Pero quien de plano no busca cómo llamar la atención del presidente Andrés López y de sus correligionarios, por ende no logra despuntar ni con cohetones amarrados en la espalda, es el dirigente nacional de Morena, Mario Martín Delgado Carrillo.

Tal vez no ha sabido cómo caerle bien ni a su propia militancia, por eso Delgado Carrillo se ha ganado enemigos hasta en su partido. Su imagen, cada vez más relegada, sólo sirve para defender las obras insignias del Presidente, pero no tiene propuestas ni capital político. Sin duda es el gran perdedor dentro de Regeneración Nacional.

Y mientras que en Morena lanzan los primeros nombres, faltará ver los resultados de la revocación de mandato y de las próximas elecciones a gubernaturas y alcaldías, para comenzar a definir el devenir de los demás partidos políticos y sus aspirantes, pues hay quienes parecían estar en la lona pero se van levantando, mientras que otros, sin tanto ruido, parece que se abren paso o bien, enfilan a sus aliados para cuando menos mantener sus posiciones políticas.

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