Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | Mentiroso contumaz

Catón

No mentiré si digo que estamos hasta la madre de mentiras. Este sexenio ha sido una mentira continuada; las que ha dicho López Obrador llenarían más tomos que los 102 de tomo y lomo que tiene mi edición de la benemérita Enciclopedia Espasa. (Alguien ha dicho que esa ingente obra y el Quijote bastan para justificar la existencia de España. Yo añadiría Las Meninas de Velázquez). Tampoco hará lesión a la verdad quien afirme que AMLO es un mentiroso contumaz. El calificativo de mitómano le queda grande, por culterano y por esdrújulo; más bien le cuadra el de hablador, adjetivo que el pueblo aplica a aquel que miente. “Más pronto cae un hablador que un cojo”, reza la sentencia popular. Desde niño aprendí el valor de la verdad y el riesgo que conlleva faltar a ella. “Si dices una mentira se te secará la lengua”, me advertía mi mamá. Yo procuraba tener a mano un vaso de agua antes de decir que me dolía el estómago para no ir ese lunes al colegio, pues el domingo no había hecho la tarea por haber ido a la función de matiné en el Cinema —que no cine— Palacio a ver el último episodio de “La invasión de Mongo” o de “Las Calaveras del Terror”. Después, cuando cruzaba ya el fragoso campo de la adolescencia, encontré en ese paraíso llamado Ateneo Fuente, mi escuela ayer, mi escuela todavía, una palabra escrita sobre la antorcha de su hermoso escudo: la voz latina “Veritas”, pronunciada como si tuviera acento en la e. Tal lema es también el de otra institución igual de conocida que el Ateneo de Saltillo: la Universidad de Harvard. La verdad nos hace libres, en tanto que la mentira es opresora. Al primero que oprime es al que la dice, pues lo obliga a decir más mentiras para mantener la primera. El caudillo de la 4T es más mentiroso que un epitafio. (He sabido de un raro epitafio verdadero: “Aquí yace la señora Fulana de Tal. Hija ejemplar. Madre abnegada. Esposa regular”). El presidente López —con minúscula, para no mentir— miente con tal asiduidad que llega a creer sus propias invenciones. Es el rey de los otros datos. Fácilmente se puede saber cuándo dice una mentira: si está hablando está mintiendo. Por eso ha perdido toda credibilidad. Si saluda: “Buenos días”, es necesario asomarse a la ventana a ver si hay luz de sol. La próxima Presidenta de México deberá restablecer el imperio de la verdad, pues nuestro país se ha vuelto campo de mentiras. Las que en el curso de su monarquía ha dicho el hablantín de las mañaneras tienen cubierto ya todo el territorio nacional, con inclusión de las islas adyacentes, zócalo submarino y plataforma continental. Desde luego estoy exagerando: parece ser que a algunos puntos del mar territorial no han llegado sus ficciones. El pintor norteamericano Whistler, el del desconocido padre, era extraordinario conversador. Alguna vez dijo en presencia de Oscar Wilde una ingeniosa gracejada. Wilde la celebró: “¡Qué buena frase! ¡Me gustaría haberla dicho yo!”. Acotó Whistler: “Ya la dirás, Oscar. Ya la dirás”. ¿Le faltará a AMLO decir alguna mentira? Ya la dirá. Ya la dirá… Ardiendo en furia ignívoma la esposa de don Chinguetas le reclamó: “Te vi salir del Motel Kamawa en tu coche en compañía de una vieja”. “No era yo” —mintió el casquivano señor. “¡Pero si te vi con mis propios ojos! —rebufó, iracunda, la señora—. Adujo don Chinguetas: “¿Y les crees más a tus ojos que a mí?”. El cuento que sigue es extremadamente sicalíptico. Nadie con sentido de la pudicicia debería posar en él los ojos. Blanca Nieves se colocó sobre Pinocho en la posición erótica llamada en idioma inglés facesitting, o sea sentada sin ropa sobre su cara, y le pidió respirando con agitación: “Ahora sí, Pinocho. ¡Miénteme!”. (No le entendí). FIN.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

Hay vidas sencillas que son vidas grandiosas. Una de esas vidas se apagó el mismo día que se extinguió el año 23: la de René Molina, cuyo nombre está indisolublemente unido al del Café “Viena”, sin duda alguna el restorán más emblemático de mi ciudad, Saltillo.
Estar en el Viena es como estar en tu casa. (“Mejor” —mascullaba, hosco, un cierto amigo mío). Fundado por don René Molina, padre, es una de las mejores tradiciones saltillenses. Disfrutar un lonche de ternera del Viena es gozar anticipadamente el paraíso. Pienso que la ventura de los santos que moran en el Cielo no es completa, pues no han probado esa delicia, ni otra de las muchas que ofrece el popular café.
Los clientes del Viena —amigos más que clientes— extrañaremos a René Molina. Siempre amable, afable siempre y generoso, hacía que quien llegara a ese entrañable establecimiento se sintiera la persona más importante del mundo. No acabará con él la tradición paterna: la historia del Viena seguirá junto con la historia de Saltillo.
Expreso mi sentimiento de pesar a todos los familiares de René. Comparten su misma bondad, su misma dedicación a la labor de bien que les ha ganado el aprecio y el agradecimiento de la comunidad. Siempre recordaremos a René Molina. Eso quiere decir que no habrá muerte para él.
¡Hasta mañana!…

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