Catón
Linda costumbre tienen en Campeche y Yucatán. Al hermano menor los mayores le llaman “hermanito”, sea cual fuere su edad. Alguna vez, en Mérida, un señor de 90 años me dijo: “Le presento a mi hermanito”. El hermanito contaba 85. Recordé a las Caniquitas, que así apodaba la gente de Saltillo a tres hermanas célibes, pequeñas y gordezuelas, la una de 95 años, la otra de 93 y la tercera de 89. Ésta última era la que salía a hacer las compras. A veces tardaba en regresar, y la mayor se preocupaba. “¿Por qué no llega esta chiquilla?”. Cuando nació mi hermano menor yo tenía 7 años, y mi madre me hizo ir casa por casa de la antigua calle de Santiago para anunciar a los vecinos: “Que dice mi mamá que ya tiene usted un nuevo criado a quien mandar”. Memorias son esas que la desmemoria no puede borrar. Me sirven de pretexto para hablar de los nuevos libros de texto. Se les tacha de inconsultos, es decir, de haber sido hechos sin consultar a las partes interesadas, y algunos expertos en educación afirman que los tales libros son facciosos, con tendencia a adoctrinar más que a enseñar. Sus autores dan mayor importancia al creer que al saber. Las izquierdas y las derechas tienen dogmas; quienes militamos en el deturpado centro tenemos sólo dudas. Yo me atengo a la máxima latina: Optima in rebus omnibus mediocritas. Lo mejor en todas las cosas es el justo medio. En las escuelas públicas se usarán esos manuales de propaganda, en tanto que los planteles de educación privada los recibirán, los harán a un lado y emplearán sus propios textos. Pasado el tiempo los alumnos de las escuelas oficiales saldrán de ellas en aptitud de definir lo que es el capitalismo y el proletariado, pero sin saber multiplicar y dividir y sin conocer la o por lo redondo, en tanto que los egresados de los colegios particulares, capacitados por sus conocimientos para dirigir, tendrán multitudes de nuevos criados a quienes mandar. En su origen la palabra “educar” significa conducir hacia afuera, o sea liberar. La SEP, convertida ahora en centro de adoctrinamiento, busca consumar “el sueño de la izquierda”, el cual equivale a meter a los educandos en un redil a fin de hacerlos servidores dóciles de una doctrina ya anacrónica, obsoleta. La 4T, que se ha apoderado de las instituciones, pretende ahora apoderarse de las conciencias. Decir esto no es exageración. Es ver lo que ha sucedido en países como Cuba, donde la libertad de pensamiento es considerada delito que merece cárcel y donde no hay ciudadanos, sino súbditos. Cuidemos el futuro de nuestros niños y jóvenes. Eso es lo mismo que cuidar el futuro de México. Tus últimas palabras, columnista, me han provocado un repeluzno que me bajó desde la nuca hasta donde la espalda pierde su honesto nombre. Cumplida tu labor de orientar a la República ofrécenos ahora algunas historietas de humor lene a fin de recobrar la paz. El juez que ofició el matrimonio le indicó al desposado: “Ya puede usted besar a la novia”. Opuso ella: “Hoy no. Me duele la cabeza”… Babalucas le dijo emocionado a Dulcibel: “¡Por ti iría al fin del mundo!”. “Está bien —replicó la linda chica—. Pero allá te quedas”… Susiflor accedió a la lúbrica solicitud de su galán. Al terminar el trance quiso mostrar algo de pudicia, de modo que le dijo: “Lo que me acabas de hacer no tiene nombre”. “¡Uh! —opuso él—. ¡Es una de las actividades humanas que más nombres tiene!”. (Nota. Además de los sabidos conozco algunos realmente extravagantes: “celebrar el H. Ayuntamiento”, “hacer el foqui foqui”; “desgastar el petate”; “practicar the old in and out”, etcétera, etcétera, etcétera). FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
De vez en cuando se nos aparece en la casona de Ábrego el fantasma de Nonó.
El nombre no deriva de Asunción o Anunciación. Proviene del hábito que en vida tuvo esa señora, el de decir a todo: “No”.
—¡Qué bonito día!
—No.
—La sopa de arroz está muy buena.
—No.
—La tía Leodegaria tuvo 14 hijos.
—No.
De ahí lo de Nonó.
Jamás casó. Y se explica. No hubo galán que le propusiera matrimonio, por temor a la respuesta. Se hizo vieja diciendo a todo: “No”. Cuando se puso enferma le preguntaron si quería que le trajeran un doctor. Ya sabemos lo que respondió. Murió con el no en la boca.
Supongo que la invitaron a entrar en el cielo —o en los otros lugares— y respondió lo mismo. Ahora vaga sola por los aposentos de la casa. Cuando la vemos no le decimos nada. ¿Para qué?
¡Hasta mañana!…
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