Rosendo Balán Caamal
Torear es cosa de gente especial, que desde el momento de partir plaza el torero sabe a lo que se expone y a lo que se juega, que no es sino la propia vida, por eso el toreo no es solo poesía en movimiento, como dijera Octavio Paz, ni un arte misterioso mitad vicio, mitad ballet, que escribiese Cela —que quiso ser torero y sólo consiguió una cornada en el cuello—. Torear es, dominar y someter a una fiera, con más o menos gracia, con técnica y con expresión artística de un matiz tan extraordinario como irrepetible.
El toreo es emoción y no sólo estética, hay hasta quien se anima a ir solo a festivales porque es con toros afeitados cuando el torero se confía y torea bien, aparcando el riesgo, que es el factor determinante para que surja aquella emoción real, y para que todo lo que suceda en el ruedo tenga sentido. La posibilidad de la cornada es lo que hace único a este arte, en el que todo lo que sucede es de verdad, hasta la muerte.
El toreo es el único arte que juega con la muerte, sentenció Henry de Montherlant, y no se trata del miedo al fracaso, sino del miedo al dolor, ese miedo es el que hace buscar lo auténtico al torear.
En esta temporada en varias plazas de nuestro país, como en el extranjero se ha tenido que buscar toreros muy a menudo para no dejar cojo un cartel, —a pesar de que se ha puesto de moda la solución del mano a mano, sin que haya justificación real ni exigencia por parte del público.
Roca Rey, líder del escalafón, encadenó porrazos y volteretas hasta que tuvo que parar para recomponerse, lo mismo que Morante de la Puebla, que ha perdido varios contratos por una cornada en Portugal, hace unos días causaba baja el tercer hombre de la torería actual, Daniel Luque, tras percance sufrido en El Puerto de Santa María.
Un toro le rompió la muñeca de Cayetano en Socuéllamos. Manuel Díaz “El Cordobés”, fue también alcanzado de muy mala manera en Huesca. David de Miranda pagó su peaje de sangre en La Malagueta y, unos días antes, a su peón Cándido Ruiz, un toro le abrió la barriga en Azpeitia. Christian Parejo se llevó una cornada en Las Ventas, plaza en la que también fue herido de consideración el banderillero Raúl Mateos.
El novillero Manuel Caballero cayó en la plaza conquense de Iniesta y, para no hacer interminable esta relación —seguro que me estoy dejando a alguien, y pido disculpas—, Alejandro Conquero sufrió en Cenicientos una feísima cornada que, gracias a Dios, no tuvo peores consecuencias, y hace unos días fue prendido de muy mala manera Mario Palacios.
Y es que los toros alcanzan, hieren y hasta matan en un ligero descuido, pero si no hubiese peligro, todos seríamos toreros, por eso son muy pocos los que llegan a ser grandes figuras, cómo bien lo están logrando con grandes sufrimientos Joselito Adame, Leo Valadez e Isaac Fonseca en el viejo continente, por citar además a tres de nuestros valientes coterráneos.
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