Catón
“Quiero una operación de cambio de sexo”. El médico se sorprendió al oír esa petición, pues quien la hizo era un hombre de muchos calendarios, quiero decir de edad bastante madura. Le preguntó, intrigado: “¿Qué clase de sexo quiere usted?”. Respondió el señor: “Frecuente”… Al entrar en la suite nupcial con su linda dulcinea el recién casado, que no se caracterizaba precisamente por su originalidad, exclamó lleno de emoción: “¡Al fin solos!”. “¡Joder! —se impacientó la ansiosa desposada—. ¿Venimos a platicar o a lo otro?”… He aquí un dato que poco se conoce, pero que debo mencionar a fuer de escribidor veraz: los hijos de Giotto eran muy feos. No lo digo yo, que sería incapaz de lastimar con un comentario malévolo la memoria del inmortal pintor. Lo dijo Dante, contemporáneo y amigo suyo. El autor de la Commedia le preguntó un día: “¿Cómo es posible que tú, que pintas cosas tan bellas, tengas hijos tan feos?”. Respondió Giotto, hombre de ingenio a más de genio: “Es que mis pinturas las hago de día, y a mis hijos de noche”. Razón de sobra tenía el artista. Lo mismo, aunque con otras palabras, me dijo don Juan Berino, ínclito alarife, o sea albañil, cuando le pedí que en horario nocturno, pues los días los tenía ocupados, le pusiera piso nuevo a un cuarto de mi casa. Se disculpó de no hacer el trabajo. “No, licenciado —me explicó—. Lo que de noche se hace, de día aparece”. Tal aseveración contiene una verdad aplicable a todas las cosas de la vida. Por eso creo que López Obrador se esforzará en hacer que su corcholata, Claudia Sheinbaum, sea la próxima presidenta de México. Sin duda el Presidente —con la minúscula más minúscula que se pueda encontrar en la tipografía— utilizará todos los recursos a su alcance, legales y no tan legales, a fin de conseguir ese propósito. Y es que necesita poner en su lugar a alguien que le cuide las espaldas, pues muchas cosas ha hecho que ameritan investigación, y eventualmente pena. No sólo está el colosal fraude en Segalmex, que dejó a la llamada estafa maestra en calidad de alumna. Hay que citar también la opacidad con que se han llevado a cabo las asignaciones de numerosos contratos multimillonarios —el 80 por ciento de esas atribuciones se han hecho sin la licitación que marca la ley—, y los manejos en Pemex y la CFE, y los exorbitantes gastos no aclarados en las obras faraónicas emprendidas por el caprichoso mandatario, y los dineros que so capa de la austeridad ha arrebatado a las instituciones públicas, y las dádivas a su clientela electoral, de las que nadie rinde cuentas, y una larga lista de etcéteras igualmente merecedores de escrutinio. Tal ha sido el desorden administrativo de este régimen que no podría resistir una auditoría hecha por un estudiante de primer año de contabilidad. De ahí el ansia de López por desmantelar las instituciones que no le son afines; de ahí su sobresalto, que no pudo ocultar, cuando surgió la figura de Xóchitl Gálvez; de ahí su evidente —me resisto a usar la palabra “descarado”— apoyo a Claudia Sheinbaum. Toca al INE evitar que los comicios del próximo año sean una elección de Estado, y nos corresponde a los ciudadanos libres —todavía— ir a las urnas a votar en contra de este sistema que ha puesto a nuestro país no sólo en el camino de la ruina económica, sino también de la dictadura política. Nuestro voto cuenta, y hay que pedir cuentas… Un tipo llamó por teléfono a otro. “Compadre —le preguntó—. ¿Le gustaría participar en un acto sexual triple?”. “Suena interesante” —respondió el sujeto. Le indicó el otro: “Pues córrale a su casa. Nada más usted falta”. FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
En la alta noche, cuando nadie los escucha, los muebles de la casona de Ábrego se cuentan unos a otros sus recuerdos. La única que no habla —y me lo explico— es la cama de los abuelos. Ella tiene la misma discreción que ellos tuvieron.
Los más parladores son la mesa del comedor y el sillón grande de la sala. Dicen, por ejemplo, de las bacanales que hacía con sus amigos, y con mujeres de trueno venidas de otras partes, el coronel Santiago de Ábrego, uno de los primeros dueños de la hacienda. Duraban cinco o seis días con sus noches esas francachelas, escándalo en las buenas gentes del lugar, pues los criados traen y llevan todo. Cuando el coronel se iba del rancho venía el padre cura a rociar con agua de San Ignacio, buena para espantar demonios, los aposentos de la casa.
¡Cuántas historias hay en ella! Los muebles las conocen, porque han visto pasar generaciones. ¿Qué contarán de mí cuando me vaya? Espero que sean benévolos conmigo, pues yo los he cuidado, y escribo acerca de ellos cosas buenas. Les temo, sin embargo, a la mesa del comedor y al sillón grande de la sala.
¡Hasta mañana!…
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CINISMO RAMPLÓN
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