El Gobierno de Layda Sansores ha fomentado la división y polarización ciudadana. Aplica ese obsoleto adagio del “estás conmigo o contra mí” y se ensaña contra quienes abiertamente se manifiestan del lado contrario al suyo…
A la larga lista de fracasos que acumula su nefasta Administración, pues los índices de pobreza han aumentado, la incidencia delictiva va en incremento, la inseguridad ya toca todas las puertas, no hay atracción de inversiones, no se generan empleos, no hay programas sociales ni apoyos a los sectores productivos, etcétera, habrá que sumarle que a casi tres años y medio de su toma de protesta, la vengativa Layda Elena Sansores San Román se encuentra en medio de un Estado dividido.
Uno de sus compromisos asumidos durante su toma de posesión el 15 de septiembre de 2021, hablaba precisamente de suturar ese Estado fragmentado. “A Campeche —dijo durante ese simbólico evento— le urge la reconciliación, el perdón, pues la política dividió familias, acumuló resentimientos y rencores”.
Un día antes, luego de que el Tribunal Electoral Federal ratificó que había obtenido la mayoría, la hoy ensoberbecida mandataria, proclamaba: “Hay que ser humildes en el triunfo. La batalla ya terminó, todos son bienvenidos, que se silencien los odios, que seamos una misma familia que la política dividió en dos partes”.
Con el paso de los días, las semanas, los meses y los años, la postura de la señora Sansores sobre el tema se modificó radicalmente. Ya no es Layda Elena una mandataria que busque la reconciliación, y hay elementos de sobra para sostener que esa jamás fue una de sus prioridades.
Sí en cambio, ha privilegiado la venganza, la persecución, el acoso y hasta la calumnia contra sus adversarios políticos, contra los ciudadanos que no piensan como ella y contra los periodistas que simplemente ejercemos nuestro derecho a la crítica.
El Gobierno de Layda Sansores ha fomentado la división y polarización ciudadana. Aplica ese obsoleto adagio del “estás conmigo o contra mí” y se ensaña contra quienes abiertamente se manifiestan del lado contrario al suyo. Y se ha peleado incluso con destacados personajes de su partido, quienes hoy ocupan importantes posiciones en el Gobierno central, desde donde se toman las grandes decisiones que nos impactan a todos.
Y son sus propios odios, rencores, obsesiones y traumas, los que la han aislado. Se rodea, sí, de funcionarios serviles que le aplauden sus ocurrencias seniles; escucha de los diputados rastreros los discursos que alimentan su soberbia, cree lo que los expertos en la intriga y la calumnia le cuentan en sus oídos. Abiertamente confesó hace unos días al calificar a dos de sus colaboradores como “los más barberos”, que le gusta que le digan mentiras que la halaguen.
Pero ya no tiene el respaldo del pueblo. No tiene el apoyo de la sociedad, de los sectores, de las cámaras empresariales, de los sindicatos, de las organizaciones de la sociedad civil. Por el contrario, miles de ciudadanos han salido a las calles a pedirle que se vaya y que de paso se lleve a su querida Marcela Muñoz.
Y así, aislada, dividida, confrontada y repudiada, Layda Sansores es una política débil. Por eso la Federación se puede dar el lujo de castigarla y recortarle sus participaciones por casi mil 700 millones de pesos, se permite adeudar cientos de millones de pesos a los proveedores de Pemex, de no reparar sus carreteras, ni conceder sus peticiones para el desarrollo de Campeche. Y no tiene de qué manera defenderse, pues si un día clamara por el respaldo popular, el pueblo volvería a salir a las calles, pero a pedirle otra vez que se vaya.
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