Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | Niño caprichoso y movedizo

Catón

En su noche de bodas el recién casado no podía ponerse en aptitud de hacer lo que en las noches de bodas ha de hacerse. Bragueto se llamaba, y se había casado con Anfisbena, mujer rica pero poco agraciada. O poco agraciada pero rica, según se vean las cosas. Desesperado le pidió Bragueto: “¡Dime cuánto dinero tienes, a ver si así!”… James, el mayordomo, le anunció a lord Feebledick, su patrón, que dentro de dos semanas dejaría el puesto. “¿Por qué?” —inquirió milord. Declaró James: “No me entiendo con su señora”. “¡Ah, la eterna mudanza de las cosas! —exclamó lord Feebledick, que por esos días estudiaba las doctrinas de Heráclito de Éfeso—. A los ocho anteriores mayordomos los despedí porque se entendían con ella”… Aplaudo, y con las dos manos, para mayor efecto, a Luis Enrique Orozco, al PRI y al PAN de Nuevo León, y a sus diputados locales. Al primero, por haber renunciado en forma consciente y desinteresada al cargo de gobernador interino que legítimamente le correspondía. A los partidos y a sus legisladores, por haber aceptado de inmediato tal renuncia y revocado la licencia que Samuel García había pedido. De ese modo el inmaduro y errático gobernador —en este caso con minúscula— pudo regresar al desempeño tan despeñado de su cargo, con lo cual se disipó la crisis política causada por los volatines del tristemente famoso fosfo fosfo. Desde luego no favorece a los nuevoleoneses tener un gobernante de tan mala calidad, pero eso es preferible a afrontar un problema constitucional que habría derivado en una situación de conflicto, y aun de ingobernabilidad, con el consecuente daño para Nuevo León. La democracia es un gran acierto que puede conducir a grandes errores. Se equivocaron quienes le dieron su voto a aquél a quien muchos llaman Samuelito por su conducta como de niño caprichoso y movedizo. Por su talante, voluble, irracional, ligero, no tenía capacidad para gobernar un Estado tan importante como el que tiene por capital a Monterrey. Bien lo dice una sabia sentencia popular: imposible hacer trompos con carrizo. Con su desatinada y efímera aventura García no logró hacer más que el ridículo, y dejó en desairada posición a quienes lo contrataron para quitarle votos a Xóchitl Gálvez en la elección del próximo año. Ahora quien sustituya a García como candidato —o candidata— del MC tendrá la pobre calidad de plato de segunda mesa, y deberá cargar con el desprestigio de ese partido, que ha adoptado la misma condición del Verde o el PT: la de mercancía en venta. Todos salieron perdiendo en esta astracanada: AMLO, Dante Delgado, Samuel García y quienes están cerca de él, e incluso Nuevo León, Estado por muchos conceptos ejemplar que no merecía la burda comedia política causada por un mal político. Las cosas parecen haber vuelto a su debido cauce por la buena actuación de Luis Enrique Orozco y del PRI y el PAN nuevoleoneses. Esperemos que lo sucedido sirva de lección al frívolo gobernador —con minúscula otra vez—, de manera que en el futuro, antes de actuar, haga algo que parece no haber hecho desde que asumió su cargo: pensar… Don Poseidón y su esposa iban a pasar unos meses con su hijo mayor, Floreto, que vivía en Picadillo, Texas. (Se pronuncia “Picadilo”). En su ausencia se haría cargo de la granja el peón de confianza, Farfalote. A su regreso don Poseidón le preguntó a su hija Glafira cómo se había conducido el mocetón. “Muy bien —respondió ella—. Hizo que las vacas dieran más leche, que las gallinas pusieran más huevos, y a mí me quitó esos malestares tan incómodos que me daban cada mes”. FIN.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

John Dee no sonreía nunca. Observaba al pie de la letra las enseñanzas evangélicas, y en sus lecturas del Sagrado Libro aprendió que Jesús había llorado varias veces, pero ninguno de los evangelistas consignó que hubiera reído alguna vez.
Los malquerientes del filósofo se burlaban de su solemnidad y lo llamaban a sus espaldas “El tristón”. Dee sabía de esas guasas, y las ignoraba. Tampoco el Divino Maestro hacía caso de lo que le decían los fariseos.
Una mañana, en el mercado, una linda muchacha de azules ojos y cabellos rubios le sonrió a John Dee. Sin darse cuenta él le sonrió también.
El resto de la historia es breve. El filósofo desposó a la hermosa joven, y su casa se llenó de hijos. Y de sonrisas.
¡Hasta mañana!…

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