Conforme pasaban los días, las semanas y los meses, el Gobierno de la Tía Rata simplemente no daba resultados. Acostumbrada a una vida de niña caprichosa y berrinchuda, nada la tenía contenta en este pequeño reino de la Culebra y la Garrapata, por lo que cada vez que podía, viajaba al altiplano, en donde se concentraban sus mansiones, sus negocios, sus propiedades y la mayoría de las riquezas que le heredó su corrupto progenitor.
Por sus constantes ausencias, el reino vivía en total ingobernabilidad. Los ratones que la acompañaban en la tarea de gobernar hacían fiestones cada vez que la senecta mandataria salía de viaje. Y del tesoro real, ni se diga, los derrochaban en banalidades, en viajes, en lujos insultantes, mientras que el pueblo era cada día más pobre.
Por las tradiciones ancestrales del reino de la Culebra y la Garrapata, se estilaba que una vez al año, en un día en que se conmemora la instauración del reino, sus gobernantes debían entregar a la Casa de los Representantes del Pueblo, un informe para presentar lo más importante que realizaron en el año, el destino del tesoro real, los nuevos programas para atender las necesidades de la gente, y otros detalles de la labor gubernamental.
Sucedió entonces que por sus frecuentes viajes, por sus derroches, por sus trivialidades, y por los excesos de sus compañeros ratones foráneos, la Tía Rata no tenía nada que informar. Por más que intentaba maquillar la realidad, el pueblo sabía que la hija del Sátrapa Negro no había hecho absolutamente nada, más que supuestamente perseguir a sus antecesores corruptos, entablar demandas contra sus adversarios y culpar al pasado de todo lo malo que acontecía en el reino.
Entonces decidió esconderse. Para que nadie la localizara se fue con toda su familia al extranjero a un viaje de placer, y traicionó la tradición centenaria de presentar un informe cada año para que su pueblo sintiera que había trabajo de Gobierno. Su prepotencia, su soberbia, su ineptitud, le condujeron a decidir que no habría tal informe.
Ordenó entonces construir a toda prisa un monumento a su padre para honra exclusiva de su familia, pues el pueblo lo tenía en mala memoria. Pero esa sería su única obra para presumir como logro de su corrupto gobierno.
Así lo hicieron sus subalternos. Construyeron a toda prisa un monumento al progenitor de la Tía Rata y lo ubicaron en una glorieta de la principal avenida de su pueblo natal. Pese a su mala calidad, la obra tuvo un costo multimillonario, y se dice que las ganancias se las repartieron los socios de la Tía Reata, es decir, los ratones foráneos, entre ellos el Tarado sin Cerebro.
Esa fue la acción cumbre de un pésimo año de Gobierno de la Tía Rata. Y el pueblo, que es sabio y que se sabe cobrar las afrentas, bautizó a esa obra como el “Monumento a la Corrupción” en una avenida de dos vías, una por parte del progenitor, y otra por parte de la hija corrupta…
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